Contacto Boletín

Artículo de Opinión | Mundo global

10-10-2013

Lampedusa: el auténtico rostro de la clase dominante

Raül Valls | Alba Sud

La muerte de decenas de emigrantes en Lampedusa muestra en realidad el rostro desfigurado de la clase dominante. Un rostro que no es otro que el deterioro moral de una élite dispuesta a hacer lo que sea para mantener su poder y riqueza.


Crédito Fotografía: Noborder Network (bajo licencia creative commons).

Los muertos en Lampedusa y toda la gente que ha desaparecido atravesando el Mediterráneo en los últimos años son el resultado de un orden mundial injusto e inhumano, dirigido por unas élites cada vez más poderosas y enriquecidas, a las que no les importa hacer el numerito moral y poner gesto grave ante la tragedia. Su falta de humanidad crece proporcionalmente a sus beneficios. Muchas de estas muertes son de personas que huyen de países en proceso de descomposición, devastados por la guerra, la miseria y las enfermedades. Víctimas de la superpoblación, la guerra y mil formas de opresión y violencia. En medio de esta derrota y del silencio informativo generalizado, las multinacionales occidentales saquean sin escrúpulos los recursos naturales de sus países para continuar una brutal acumulación de capital. A las poblaciones locales se las destierra de manera salvaje cuando se encuentran entre cualquier recurso que tenga valor en el mercado mundial y los buitres de corbata y pelo engominado que ejercen orgullosos y satisfechos su sacrosanta "libertad de mercado".

Que los capitales circulen libremente es indiscutible en este contexto, las personas, si son los perdedores de este "nuevo orden mundial", ya es otra cosa. Si es necesario enviar mercenarios que a tiros defiendan los valores de "la libertad empresarial", se les manda. Ahora bien, ante la acumulación de cadáveres (en poca cantidad y en días diferentes no tienen el mismo valor emocional e informativo) se rasgan las vestiduras y preparan homenajes y reconocimientos póstumos. Puede pasar en Pakistán, donde cientos de trabajadores murieron quemados por las pésimas condiciones de trabajo en las que estaban, o con el último de los últimos emigrantes a la rica Europa que piden ser explotados con el único objetivo de dar una vida digna a sus familias.

La hipocresía ante las consecuencias dramáticas de esta situación contrastaría con la bilis y la indignación que estos mismos dirigentes económicos y políticos occidentales destilaría (y también de los medios de comunicación a su servicio) si uno de estos países hoy desheredados y en estado de caos, fuera gobernado por un estado fuerte y apoyado por una mayoría social suficiente que decidiera nacionalizar sus riquezas y ponerlas al servicio de la vida, la salud y la educación de sus habitantes. Automáticamente se desataría una campaña masiva de desprestigio. Su dirigente principal sería acusado de "dictador", a pesar que hubiera ganado las elecciones. La pobreza del país sería causad, tal y como se repetiría una y otra vez , por este gobierno "tiránico", olvidando todo lo que sucedió durante las décadas anteriores  Y la oposición al gobierno, probablemente formada por la minoría enriquecida por el anterior status quo, se la elevaría a los altares del martirologio. A nivel internacional los titulares de los intereses expropiados moverían todos sus despiadados tentáculos para aislar al nuevo gobierno, estigmatizar sus políticas y bloquear sus acciones. Entonces nada importarían los niños escolarizados, la atención sanitaria para todos, los derechos laborales y sindicales de los trabajadores... que aportaría el hecho de poder disponer de los frutos de los propios recursos. Si el descenso de la mortalidad infantil gracias a un sistema nacional de salud, universal y gratuito, hiciera que ese futuro navegante suicida, pudiera ir a la escuela pública y formarse en una profesión y ya adulto acceder a un puesto de trabajo de calidad, el mundo "civilizado", que ahora llora hipócritamente su muerte anónima, lo elevaría como víctima de una dictadura feroz y de un "sistema" que no puede funcionar. El pobre infeliz sería presentado como alguien privado de la libertad de empresa y de mercado, al que habría que liberar de las cadenas de un Estado anacrónicamente socializante. Todo ello muy edificante...

Pero sobrevivir en el mar no es ningún privilegio. Si mueres, quizás tengas derecho a un homenaje y a una placa que te recordará. Si vives estás condenado a vagar por el paraíso como un eterno perseguido clandestino, recogiendo cartones, desechos o vendiendo por la calle. Ante las élites estos supervivientes son culpables de su pobreza. Este proceso de construcción ideológica ha sido perseverantemente trabajado por think tanks neoliberales. La pobreza no es el producto de unas normas del juego que hacen prevalecer los intereses de las clases privilegiadas, sino culpa personal producida por la indolencia y la falta de iniciativa. Solo la muerte huyendo del desastre parece poder eximirlos, temporalmente, de esa culpa. Y digo temporalmente porque seguro que alguien ya está pensando en cómo cambiar la situación y que esta supuesta "vergüenza" de hoy quede justificada por alguna culpa secreta.

Lampedusa nos muestra el rostro desfigurado de la clase dominante. Un rostro que no expresa, como decía Brecht, los sufrimientos de la lucha contra la injusticia, sino el deterioro moral de una élite dispuesta a hacer lo que sea para mantener su poder y riqueza.