13-05-2025
Hiperfrecuentación y turismos de proximidad: cómo empezó todo y cómo lo resolvemos
Raül Valls | Alba SudLos seres humanos somos naturaleza y necesitamos salir de los espacios artificializados en los que vivimos a causa de los procesos de urbanización del último siglo. Pero satisfacer esa necesidad implica externalidades que no podemos ignorar y que el proyecto ECOTERRES quiere abordar. #AlbaSudDivulga un artículo originalmente publicado en AE.
Crédito Fotografía: Imagen de Nigel Stevens en Unsplash
Los espacios naturales y los territorios rurales se han situado en los últimos años en el foco de discusión por diferentes y contradictorios motivos. Por un lado, el despoblamiento rural, el envejecimiento de su población, el descenso del número de familias agricultoras y ganaderas, la acumulación de tierras en manos de nuevos “terratenientes”, formados ahora por grandes empresas agrarias, etc. En sentido contrario, estos territorios han sido ocupados por el ocio turístico en una sociedad que reclama y necesita “contacto con la naturaleza” y que ha visto crecer este sector económico desplazando las actividades primarias. Localidades, donde la visita tradicional era en general el veraneante que retornaba cada año al pueblo, han movilizado sus tradiciones, cultura, formas de vida y paisaje como reclamos para crearse una “imagen turística” y competir con otros municipios. Estas dinámicas han sido especialmente intensas en regiones que ya cuentan con litorales muy turísticos.
Es por eso que desde Alba Sud participamos en el proyecto Ecoterres, en colaboración con la Sociedad Española de Agroecología (SEAE), en el marco de los proyectos de investigación y actividades que contribuyen a la transición ecológica, a la conservación del patrimonio natural y a hacer frente al cambio climático, promovidos por la Fundación Biodiversidad, institución dependiente del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico del Gobierno de España. La investigación se ha centrado en Mallorca, Málaga y Girona, provincias emblemáticas en la historia turística de la España del siglo XX. La expansión del turismo hacia el interior rural y de montaña de estas provincias en forma de turismo rural, de naturaleza, cultural, deportivo, de aventura, etc., están tensionando y condicionando estos territorios. Son oportunidades que también entrañan riesgos. Sobre todo, en 2020 con la pandemia de la COVID-19 y las restricciones que limitaron los viajes internacionales la palabra “hiperfrecuentación” entró en el lenguaje y en las preocupaciones de ayuntamientos rurales y el personal gestor y técnico de los espacios naturales protegidos. El proyecto Ecoterres tiene el objetivo de impulsar una guía de buenas prácticas que sirva a las localidades y sus iniciativas agroecológicas para ser viables e integrar equilibradamente el turismo en sus explotaciones, evitando el desplazamiento y substitución de la producción de alimentos saludables y de proximidad. Es en este contexto que reflexionamos sobre los procesos de turistificación que se están produciendo e intensificando en territorios rurales y espacios naturales protegidos en las últimas décadas.
Cómo empezó todo
“Hiperfrecuentación” y “sobrefrecuentación” son términos convertidos en lugares comunes en el marco de las críticas cada vez más recurrentes al crecimiento y popularización del turismo rural y de naturaleza. Durante la segunda mitad del siglo XX lo que hoy llamamos turismo rural en España era en general el estival y largo “veraneo de retorno al pueblo” donde las familias que tenían esa opción regresaban a sus localidades de origen. También se desarrolló entre sectores de las clases populares a partir de los años 70 el fenómeno de las urbanizaciones de “segundas residencias”, muchas de autoconstrucción, dispersas en zonas de montaña baja y en su mayoría cercanas a unas costas turísticas ya por entonces muy saturadas.
Andorra. Imagen de Elisabeth Agustin en Unsplash
La comarca de la Axarquia en Málaga y La Selva en Girona son ejemplos emblemáticos de estos procesos de urbanización dispersa en pueblos cercanos al litoral turístico. Estas localidades que podían perfectamente doblar y triplicar su población en verano sufrían impactos en los servicios públicos locales, no dimensionados para ese volumen de habitantes. Pero al mismo tiempo desarrollaban una económica local ligada a las necesidades de esos visitantes estivales y de fin de semana: comercio, construcción, reparaciones, servicios técnicos, etc.
Por otra parte, en Europa lo que hoy llamamos turismo de naturaleza se expresaba, por un lado, en la práctica del excursionismo, montañismo y el alpinismo, entendidos en un principio más como deportes que como ocio turístico. Surgido a finales del siglo XVIII con una vocación científica, se popularizaron sobretodo entre la burguesía urbana a finales del siglo XIX, al calor del redescubrimiento naturalista y cultural del propio territorio y vinculado al desarrollo de un nacionalismo que buscaba su identidad en las montañas y el paisaje. También en el siglo XIX vinculado a la salud se popularizaba entre las clases altas el turismo termal con el surgimiento de los balnearios y la popularización del baño en el mar.
La turistificación de los espacios rurales y naturales
Si bien en las décadas de los años 20 y 30 del siglo XX, los estados europeos, tanto los democráticos como los autoritarios, iniciaron proyectos de turismo social dirigidos a los sectores populares fue sobre todo después de la II Guerra Mundial y durante las tres décadas del gran crecimiento económico que le sucedieron (1945-1973) que el turismo en Occidente se convirtió en el fenómeno de masas que hoy conocemos. Mayoritariamente circunscrito y relacionado con lo que hoy llamamos, peyorativamente, “sol y playa” y organizado en los países capitalistas desde lógicas mercantiles, los litorales eran los destinos que solían atraer, tanto extranjeros como a nacionales. Viejos pueblos pesqueros y agrícolas se convirtieron aceleradamente en ciudades turísticas. Marbella en Málaga y Lloret de Mar en Girona son ejemplos emblemáticos de estas rápidas transformaciones. Fue el inicio de una de las sucesivas olas turistificadoras que desde las costas colonizaron el interior y que Onofre Rullan (2004) ha estudiado y sistematizado para la isla de Mallorca.
Imagen de V en Unsplash
Por otra parte en el terreno de la conservación de espacios naturales aunque el primer parque nacional en España, en los Picos de Europa, se creo en 1918, fue a partir de los años 80, y paralelamente al crecimiento de la conciencia ecológica post mayo del 68, cuando los espacios protegidos se popularizaron como lugares atractivos para la visita, incluso mucho más allá de la mera práctica excursionista tradicional. Aparecen las casas de turismo rural, en un principio como lugares en donde el visitante podía reconectar con la ruralidad y tener una experiencia de inmersión y conocimiento en una cultura campesina que llevaba varias décadas en decadencia. Paradójicamente, era en su declinar que se convertía en objeto turístico y, por otra parte, en potencial tabla de salvación para unas pequeñas explotaciones familiares que cada vez tenían más dificultades para sobrevivir frente a las lógicas capitalistas que venían transformando el mundo rural desde los tiempos de la “revolución verde”. Pero la entrada del turismo en los espacios rurales se intensificó y desvirtuó rápidamente la autenticidad inicialmente pretendida. El turismo rural deja de ser mayoritariamente una práctica de ocio para entrar en contacto y convivir con la cultura campesina para convertirse en mero alquiler vacacional de casas de pueblo acondicionadas como alojamientos o directamente pequeños hoteles en donde la relación con la ruralidad se folcloriza y difumina. El atractivo se desvía al conjunto del territorio rural o natural, en escenarios preparados que pretender recrear una vida rural estereotipada y convertida en mero objeto de consumo rápido. Aparece con fuerza el concepto de “el paisaje” como motor de atracción, convirtiendo el disfrute estético de este en el reclamo central dirigido a un visitante urbano que busca un lugar de descanso y ocio, en donde se le ofrece un lugar para “reconectar con la naturaleza”. Esta transformación banal y consumista de las intenciones del turismo rural originario, va a estar ligado sobre todo a pueblos de montaña y va a imbricarse y retroalimentase con la valorización de zonas protegidas y parques naturales. Esta protección de zonas acotadas, gracias a la identificación científica de unos valores naturales amenazados por la civilización industrial y relacionado con el crecimiento de la conciencia ecologista, irá paradójicamente paralela a su movilización turística y comercial. Estos procesos buscaran el consenso del territorio atrayendo inversiones y compensando a una parte de las poblaciones locales con el crecimiento del negocio turístico y la creación de nuevos puestos de trabajo. Estos procesos han supuesto en muchos casos transformaciones radicales de estos territorios, marginando las actividades agrícolas y ganaderas, provocando intensos cambios en los usos del suelo y situando el negocio inmobiliario en el centro de la economía local. Un caso extremo de este proceso en Catalunya ha sido la comarca pirenaica de la Cerdanya (Girona) convertida en una auténtica zona cero de la turistificación y gentrificación de las comarcas de montaña (Pont, 2023).
Si bien los medios de comunicación han contribuido activamente a este boom turistificador, ha sido la aparición de las redes sociales y las lógicas narcisistas y consumistas del “yo estuve allí” fotográfico, lo que ha generado su amplificación convirtiéndolo en un grave problema de saturación. Un caso extremo es el pequeño pueblo de Sant Llorenç des Cardassar en Mallorca que ostenta el récord de contar con 73,1 turistas por habitante.
Coll de Bracons. Camino para acceder al Puigsacalm. Imagen de Raül Valls
Estamos, por tanto, ante una dialéctica perversa, donde las comprensibles necesidades humanas de salud y bienestar a través de un necesario contacto con la naturaleza alteran y pueden ser destructivas para esos mismos espacios por los problemas de hiperfrecuentación de lugares públicos y conflictos con las poblaciones locales, sobre todo cuando interfieren en su vida y actividades cotidianas. Si bien el fenómeno no es nuevo y ha ido en crecimiento desde principios del presente siglo fue a raíz del confinamiento provocado por la COVID-19 cuando la problemática exploto, convirtiéndose en recurrente en fines de semana o festivos, donde se multiplican las salidas a destinos de proximidad desde las ciudades. Un dato que se ha manejado con frecuencia y que pone cifras a la problemática, ratificando esta tendencia, es el crecimiento de los rescates de montaña en Cataluña que se ha multiplicado por siete desde el año 2000, pasando de 234 en ese año a 1801 en 2024. Por otra parte los medios de comunicación y las redes sociales ejercen un efecto llamada y provocan repentinas e imprevisibles saturaciones que los ayuntamientos no pueden gestionar. En la provincia de Girona fue llamativo el caso de Campdevanol y las visitas masivas cuando sus saltos de agua se congelaron en invierno.
Esta situación tampoco es ajena a una motorización de la sociedad y la extensión de la red de carreteras. Esto ha permitido conectar en pocas horas áreas muy pobladas con espacios naturales y zonas rurales antes menos accesibles, como el caso de la Fageda d’en Jordà en el parque de la Zona Volcánica de la Garrotxa. Con la apertura de los túneles de Bracons que redujo el tiempo de viaje con el área metropolitana de Barcelona en unos 40 minutos supuso un fuerte crecimiento de las visitas de un solo día y que provoca un progresivo deterioro ambiental. Con la pandemia de la COVID-19 la situación en verano de 2020 llego a un punto insostenible.
¿Cómo lo resolvemos?
En este breve e incompleto esbozo he tratado de mostrar que la hiperfrecuentación en espacios naturales y rurales es la consecuencia multifactorial de procesos previos que se han desarrollado en el contexto de la intensificación turística posterior a la II Guerra Mundial. Revertirlos implica profundos cambios en los hábitos de ocio turístico y en como impulsamos políticas públicas para repensar y planificar los territorios, tanto los urbanos, los rurales como los protegidos. Estos cambios van desde las pacificaciones y renaturalizaciones que hagan más habitables las ciudades, pasando por la recuperación de la centralidad de la agroecología de proximidad en los territorios rurales, y hasta los llamados “servicios ecosistémicos” en los espacios naturales, sean o no protegidos por alguna figura legal. Necesitamos una mirada integral y participativa de la conservación del territorio donde lo conectores ecológicos y los mosaicos agroforestales ganen espacio e importancia sobre los lugares artificializados y las infraestructuras de movilidad (Büscher & Fletcher, 2022). Estos cambios en las lógicas de planificación del territorio implican al mismo tiempo transformaciones de los hábitos en el ocio turístico de proximidad, regulando el acceso a las zonas naturales, reduciendo la hipermovilidad, favoreciendo las visitas más prolongadas y el uso del transporte público para acceder a estos lugares. Un cambio de la mentalidad hegemónica que los situé como lo que han de ser: lugares esenciales para la reproducción de la vida humana, para la producción de alimentos saludables y de proximidad, y donde la biodiversidad natural y paisajística cumple funciones que van mucho más allá de los intereses consumistas y mercantiles que han gobernado la organización del ocio y el turismo en las últimos ochenta años.
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