19-08-2021
Turismo Doméstico de Diáspora: más allá del Turismo Rural
Jordi Gascón | Alba SudEl turismo relacionado con la población migrante que vuelve de visita a su lugar de origen a corta distancia ha sido poco estudiado. Sin embargo, es muy relevante en términos tanto cuantitativos como de cambios sociales. Se trata de una de las formas que adopta el turismo de proximidad.
Crédito Fotografía: Web: apadrinaunolivo.org
En un mundo caracterizado por la hipermovilidad, la migración y el turismo son las principales causas de desplazamiento, así que no es extraño que, en ocasiones, se entrecrucen creando híbridos como el Turismo Residencial o, en el caso que nos ocupa, el Turismo de Diáspora (Hall, Coles y Duval, 2005). Turismo de Diáspora o de Retorno hace referencia a los viajes que realizan la población migrante a sus lugares de origen, o sus descendientes a la tierra de sus ancestros. Son viajes con una carga emotiva tan fuerte que actúan en la conformación de la identidad étnica o de grupo: refuerzan el sentido de pertenencia en un contexto, la migración, que tiende a disolver lazos afectivos y perder referentes culturales (Huang, Haller y Ramshaw, 2013). La creación o consolidación de la identidad hace que este tipo de turismo pueda tener, en los lugares de destino, unos efectos económicos, sociales, e incluso medioambientales, específicos, diferentes a los que generan otras formas de turismo en las que no existe este tipo de conexión por parte del visitante.
El interés del presente artículo es observar estos procesos a partir de un caso concreto, localizado en el norte de la provincia de Teruel. Se trata de una región que ilustra el fenómeno de la “España vacía” (Del Molino, 2016) o “vaciada” (Taibo, 2021): territorios parcialmente despoblados por la migración rural. Una migración que, en el caso que nos ocupa, se desplazó, mayoritariamente, a dos áreas urbanas relativamente próximas: Barcelona y Zaragoza.
No obstante, desde que se empezó a estudiar el Turismo de Diáspora en la década de 2000, la mayor parte de las investigaciones se han centrado en aquel que acarrea viajes a larga distancia. Es decir, la de migrantes internacionales. La mayor parte de los procesos migratorios, sin embargo, no comportan desplazamientos tan largos. Predominan las migraciones campo-ciudad, o de ciudades pequeñas a grandes urbes, dentro del propio territorio regional o estatal (Scheyvens, 2007). Por esta razón, es lógico que el turismo relacionado con esos migrantes que “vuelven de visita” a su lugar de origen también sea, cuantitativamente, más significativo.
Y desde un punto de vista cualitativo, también tienen consecuencias diferentes. En muchos casos, la migración doméstica genera un Turismo de Diáspora más cronificado. El viaje no es una actividad excepcional, sino cotidiana. A menudo el migrante mantiene una segunda residencia en esos destinos, que visita con regularidad, al punto que este Turismo de Diáspora es un factor que impulsa otro fenómeno en expansión: la doble residencia.
Resultado de esto, en esos territorios es común encontrarse con una paradoja: pueblos que presentan un censo minúsculo resultado de fuertes procesos migratorios, pero en los que prácticamente todas las casas existentes en su momento de mayor esplendor demográfico no solo se mantienen en pie, sino que están en perfectas condiciones habitacionales.
El Parque Cultural del Río Martín
En Teruel, una de las provincias españolas más menoscabadas por la emigración rural en el pasado siglo, es fácil encontrar ejemplos así. Nuestro interés se va a centrar en un grupo de estos pueblos ubicados, en ocasiones, a bastante distancia viaria, y administrativamente situados en comarcas diferentes (Cuencas Mineras, Andorra-Sierra de Arcos y Bajo Martín), pero que en 1995 conformaron una entidad de ordenación del territorio, el Parque Cultural. La Comunidad Autónoma de Aragón ha impulsado varios parques culturales, que se caracterizan porque articulan un territorio que se considera homogéneo desde el punto de vista patrimonial y/o paisajístico.
El Parque Cultural del Río Martín (PCRM) ocupa el curso medio del río del mismo nombre, un pequeño afluente del Ebro que atraviesa un territorio en el que predomina el monte seco. El Martín, que nace en el Sistema Ibérico, crea una estrecha cuenca húmeda y verde que contrasta con ese paisaje, y que permite una agricultura de regadío y actúa como corredor biológico. Es un territorio reconocido por su riqueza faunística, especialmente de rapaces. Los pueblos que conforman el Parque presentan una fisonomía urbana parecida, marcadamente agraria, y en las que sobresalen iglesias de influencia mudéjar. Abrigos con pinturas rupestres de estilo levantino que se distribuyen a lo largo del río, y que forman parte del conjunto de arte rupestre del arco mediterráneo que es Patrimonio de la Humanidad desde 1998, restos de poblados ibéricos que ocupan algunas de sus elevaciones, y abundancia de fósiles marinos, completan los elementos comunes que justificaron la creación del Parque.
En Aragón, objetivo explícito de la creación de parques culturales ha sido convertirlos en los catalizadores de la recuperación demográfica del medio rural. Ciertamente, los municipios que conforman el PCRM son un ejemplo de despoblación. Entre 1940 y 2011, en su conjunto perdieron la mitad de la población, pero en varios casos, la de los pueblos históricamente más pequeños, la debacle fue superior al 90%.
¿Cómo puede enfrentar un Parque Cultural la despoblación? Explícita o implícitamente se apunta al turismo. La Ley 12/1997 de 6 de diciembre, que rige los Parques Culturales de Aragón (Boletín Oficial de Aragón, del 12 de diciembre de 1997), establece que tienen como finalidad económica “la promoción del turismo cultural y rural”, además de otras indefinidas a las que se refiere como “actividades compatibles con la protección del patrimonio”. La misma web oficial del PCRM lo evidencia: tras una introducción básica, sus tres siguientes apartados se dedican, respectivamente, a presentar los senderos señalizados que pasan por el Parque, los centros de interpretación con los que cuenta, y las principales características de los pueblos que lo conforman, indicando de forma notoria su oferta de alojamiento.
La misma web también demuestra que la apuesta turística del PCRM no consideró el Turismo Doméstico de Diáspora. En ningún momento hace referencia a ello. Los Parques, y los esfuerzos institucionales que había detrás, se dirigieron a convertir sus pueblos en destinos del turismo rural más convencional: aquel en el que los visitantes no tienen lazos con el territorio, ni los van a crear, y que, tras una visita puntual, posiblemente ya no regresen. El ejemplo más visible fue la creación de centros de interpretación. El PCRM cuenta con siete.
Cada centro de Interpretación trata un aspecto concreto que caracteriza el PCRM… y se pasan la mayor parte del año cerrados. Las rutas señalizadas están también infrautilizadas. Sin embargo, como hemos señalado, estas poblaciones son fuertemente turísticas, especialmente las más pequeñas. ¿Es que ese turismo no tiene intereses culturales o no les gusta hacer ejercicio al aire libre? No. Sucede que es un turismo basado en clientes que visitan a menudo el territorio y lo conocen bien, que tienen casa en el pueblo y en el que el pueblo es un elemento sustancial de su vida social. No suelen seguir los senderos señalizados porque conocen perfectamente el territorio, ¿y cuántas veces van a visitar el centro de interpretación de su pueblo o el de los pueblos vecinos? Los centros de interpretación son una infraestructura destinadas a un uso puntual, apropiado para visitantes ocasionales. Y este tipo de turismo es escaso.
Pasaron años hasta que las instituciones públicas, presionadas por los ayuntamientos, empezaron a asumir la realidad turística de la mayor parte de estos pueblos, y destinaron fondos públicos a infraestructuras más apropiadas a la demanda, como espacios de aparcamiento o piscinas para el solaz de los más jóvenes.
Alcaine
En Alcaine, pueblo situado en la comarca de Cuencas Mineras, se construyó la piscina a mediados de la década del 2000, recuperando y aprovechando el edificio de la antigua almazara, y rápidamente se convirtió en un punto de encuentro de jóvenes y familias. Si nos fiamos exclusivamente en los datos censales, esa infraestructura no tendría razón de ser. Sin embargo, Alcaine es un ejemplo del proceso antes explicado. En su momento de mayor esplendor demográfico, en la década de 1910, superaba los 1.200 habitantes. Hoy, con poco más de 70, más del 95% de las casas que existían entonces no solo se mantienen en pie, sino que en las últimas tres décadas han sido reconstruidas, refaccionadas y modernizadas.
Son segundas residencias de emigrantes y sus descendientes. Alcaine se convirtió en destino turístico para esta población a medida que consolidaron su economía, el uso del coche se generalizó y mejoró la infraestructura viaria. Invirtieron ahorros en rehabilitar su casa familiar, o en adquirir otra si aquella había sido vendida o consideraban que no era adecuada. Para aquellos emigrantes que vivían en lugares más distanciados, como Barcelona, Alcaine se convirtió en un destino de verano. Para aquellos que residían más cerca, como Zaragoza, también lo era de fin de semana. Y a medida que esta población emigrante alcanzaba la edad de jubilación, incrementaba el tiempo que pasaba en el pueblo.
La rehabilitación de las casas permitió mantener a algunas pocas familias en el pueblo, que fueron cambiando, al menos parcialmente, la actividad agropecuaria por la construcción. La demanda fue creciendo, al punto que pequeñas empresas familiares de otros pueblos cercanos, como Montalbán o Muniesa, también empezaron a trabajar en Alcaine. Incluso se estableció un rumano maestro de obra y su familia. En el momento de mayor actividad, la demanda superaba la oferta.
El Turismo Doméstico de Diáspora reactivó, también, la producción de huerta. En 1926, las mejores tierras cerealistas del pueblo se vieron anegadas por el pantano de Cueva Foradada. La vida agrícola quedó reducida a la huerta que baña el río Martín. Huerta de aluvión, fértil y tempranera, y que ya había sido elogiada en el Diccionario de Madoz, empezó a ser recuperada por los emigrantes-turistas. En algunos casos, también por sus hijos. En el momento en el que los censos de Alcaine indicaban su nivel demográfico más bajo (en las décadas de 1980 y 1990, los habitantes no llegaban a la cincuentena), la huerta era aprovechada en su totalidad. En esos momentos, la huerta contaba con la fuerza de trabajo de emigrantes que pasaban ahí el verano y se acercaban al pueblo los fines de semana, así como de aquellos que se iban jubilando y alargaban sus estadías varios meses. Esas huertas también generaban algunos ingresos a las familias que vivían de forma permanente en el pueblo. Si bien el trabajo en la huerta es eminentemente estival, para algunas tareas de invierno o que requerían maquinaria agrícola (labranza, estercolado, poda…), los emigrantes contrataban los servicios de los residentes.
Con el inicio de siglo, la primera generación de emigrantes entró en la ancianidad o fueron muriendo. Pocos de sus hijos, que nunca habían tenido contacto con el mundo agrario y no sabían trabajar la tierra, siguieron con la huerta, y ésta empezó a ser abandonada. A finales de la década de 2010 solo entre un 15% y 20% de la huerta estaba en producción. Pero el Turismo Doméstico de Diáspora había permitido recuperar los espacios agrarios más ricos del municipio durante décadas. En parte, porque los residentes tuvieron la opción de no emigrar gracias al trabajo en la construcción y siguieron manteniendo la huerta. En parte, mayoritariamente, porque los mismos turistas residenciales, emigrantes de primera generación, se encargaron de trabajarlos hasta que el ciclo vital se impuso.
Este tipo de turismo propicia un compromiso con el pueblo difícil de encontrar en otras formas de turismo rural. La pertenencia al pueblo se convierte en un elemento de identidad: es un lugar de encuentro con la familia y vecinos, a los que el éxodo ha distribuido por distintos puntos de la geografía; es un espacio dónde se crean grupos de amistad desde la infancia. Y tiene consecuencias en la vida social, económica e, incluso, política y cultural del pueblo: los grupos de amistad suelen formalizarse en peñas, que juegan un papel en la organización de diferentes eventos, como las fiestas patronales, y en la gestión de uno de los dos bares con los que cuenta Alcaine; una asociación de mujeres también organiza actos festivos y culturales; otro grupo elabora y edita una revista cultural, La Pica, de periodicidad anual, que publica artículos sobre el pueblo de carácter etnográfico, histórico o geológico; incluso el actual equipo municipal está formado por personas que residen y trabajan en Zaragoza, y a la que el cargo, no remunerado, les obliga a vivir en una doble residencia.
Una anécdota, circunscrita a la COVID-19, muestra el compromiso de este turismo con el pueblo. Durante la pandemia, diferentes actividades organizadas periódicamente por turistas hijos de la emigración quedaron anuladas: un pequeño festival musical (Festival Rupestre Rock), las fiestas patronales, una carrera pedestre que organiza el equipo atlético Team Alcaine (Carrera de Montaña Río Martín – Alcaine), etc. Incluso, durante meses, se solicitó que nadie fuera al pueblo para no poner en riesgo a los ancianos que residen ahí. Esto dejó en una situación comprometida a la familia que regenta el Albergue, único establecimiento de restauración del pueblo. Los fondos recaudados por las peñas para la fiesta de verano, que quedó anulado, se destinaron a diversas actividades de kayak organizadas por el Albergue con el doble objetivo de ofrecer gratuitamente una actividad al pueblo, y generar unos ingresos que coadyuvaran a mantener a esa familia en Alcaine.
Pero es en Oliete donde encontramos, en el PCRM, la apuesta más compleja y exitosa de recuperación de la economía del pueblo por parte de turistas de la diáspora.
Oliete
El pueblo de Oliete se encuentra al otro lado del citado pantano de Cueva Foradada, donde se localiza la presa, y ya en la comarca de Andorra-Sierra de Arcos. Más grande que Alcaine, también se ha visto afectado por el éxodo rural: actualmente cuenta con algo más de 350 habitantes. El pueblo tiene una potente y bien regada huerta y amplios espacios cerealistas, pero el principal rubro agrario del municipio siempre fue el olivar, de la variedad empeltre, que forma parte de la DOP Aceite del Bajo Aragón. El éxodo rural llevó al abandono de más de 100.000 olivos; el 80% del olivar olietano (Bejko y Pérez, 2016). De tres almazaras que llegaron a haber en el pueblo, ninguna funcionaba a mediados de la década de 2000, lo que aún dificultó más la producción aceitunera.
En 2014, un grupo de jóvenes, descendientes de olietenses emigrantes que veraneaban en el pueblo, tomaron la decisión de recuperar el olivar. Organizaron una asociación sin ánimo de lucro, la Asociación para la Recuperación del Olivar Yermo de Oliete - Apadrinaunolivo, y se dedicaron a trabajar en tres líneas. Por una parte, obtener fondos privados (sponsors y apadrinamiento de olivos) y públicos para impulsar el proyecto. Por otro, convencer a propietarios de olivares abandonados para establecer acuerdos de custodia por el que ceden esas propiedades a la asociación durante una década: los cinco primeros, destinados a la recuperación del árbol, sin remuneración, y los cinco siguientes con la contraprestación de un 10% de la producción en aceite. Y finalmente, limpiar los olivos abandonados, desyemarlos, podarlos y volverlos a hacer productivos bajo técnicas agroecológicas.
Solo en dos años y medio, el proyecto había recuperado cuatro mil olivos, construido y puesto en funcionamiento una nueva almazara, y daba trabajo a cuatro personas: dos jóvenes que residían en el pueblo y se dedicaban a la construcción, pero que estaban a punto de emigrar por falta de trabajo; otro de Barcelona, nieto de olietenses y turista residencial en el pueblo, que se estableció en Oliete; y un cuarto, maestro de almazara. Un estudio del Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria, organismo público dependiente del Gobierno de Aragón, evaluaba que el proyecto no solo era sostenible financieramente dada su alta tasa interna de rentabilidad, sino que permitiría la reducción de la erosión y degradación de los suelos olietenses y fijaría población (Bejko y Pérez, 2016). De hecho, a inicios de 2021, los trabajadores dedicados al cuidado de los olivares y la almazara ya eran diez, y los olivos recuperados superaban los diez mil. Además, y aunque inicialmente el proyecto despertó el escepticismo de la población, diferentes familias se animaron a recuperar sus olivos. Incluso algunos pobladores que no tenían, decidieron adquirir olivares. El aceite, de calidad gourmet, se vende en establecimientos especializados bajo la denominación “Mi olivo”, y también se ha creado una línea cosmética.
La experiencia tuvo repercusión mediática, que incrementó el número de apadrinamentos. Actualmente, cuenta con más de cinco mil padrinos y madrinas, muchos de fuera de España. Apadrinaunolivo ha aprovechado este tirón para organizar viajes y excursiones a Oliete, que suponen una inyección económica para los establecimientos de restauración del pueblo.
Lo que nos interesa remarcar es que la propuesta del proyecto surgió de jóvenes turistas hijos y nietos de olietenses emigrados. Solo su vínculo con el pueblo, un vínculo en el que basaban su identidad y que estaba consolidado por ser su principal destino turístico desde niños, explican esta apuesta. Y sin duda, esos vínculos fueron los que les permitieron establecer los acuerdos de custodia con los propietarios de los olivares a recuperar.
Conclusión
El Turismo Doméstico de Diáspora ha cambiado la estructura socio-económica de muchos pueblos de Teruel. Se han convertido en localidades de segunda residencia, de “veraneo”. Pero no se puede imputar a este turismo el abandono de las actividades primarias. No son procesos inflacionarios sobre el precio del suelo resultado de la presión turístico-urbanística los que han hecho inviable la actividad agropecuaria, como ha sucedido, por ejemplo, en la costa mediterránea española. Tampoco es el incremento del precio de la vivienda por su uso como alojamiento turístico el que ha expulsado a su población (Gascón y Cañada, 2005). Por el contrario, este turismo ha permitido el mantenimiento de cierta actividad económica y social en estos pueblos, y que no hayan sido abandonados por completo. Aún más, en el caso de Alcaine y Oliete, este turismo ha impulsado la recuperación del ecosistema agrario: el huerto en el primer caso, el olivar en el segundo.
No todo el monte es orégano. El Turismo Doméstico de Diáspora también puede tener efectos negativos. Una estructura de distribución de fondos públicos que desconoce la realidad de la doble residencia, hace que las infraestructuras de estos pueblos sean insuficientes para una población flotante que puede multiplicar varias veces la oficialmente censada en determinados momentos del año. En Alcaine, por ejemplo, en las temporadas de máxima ocupación, la infraestructura de gestión de las aguas residuales se ve superada, y acaban siendo abocadas al río sin ningún tipo de tratamiento. Y la continua actividad de reconstrucción y mantenimiento de las casas propició la formación de vertederos informales al aire libre que afectan el paisaje.
Aunque “ir al pueblo” es una práctica habitual para amplios sectores de la población, este tipo de turismo no parece interesar ni al sector, ni a las instituciones públicas, ni a la investigación académica. Los esfuerzos de las instituciones en crear una oferta de turismo rural convencional como estrategia de recuperación demográfica de la “España vaciada” tiene un éxito relativo… o no la tiene. Lo hemos visto en el caso del Parque Cultural del Río Martín. Pero lo destacable es que son planes que actúan como si el Turismo Doméstico de Diáspora no existiese, o como si sus necesidades fuesen las mismas que la de los turistas que se desplazan coyunturalmente a un destino.
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