25-09-2024
Día Mundial de Turismo 2024: ¿una oportunidad para la paz?
Alba Sud | Editorial«Turismo y paz» es el tema elegido por ONU Turismo para celebrar el Día Mundial del Turismo el 27 de septiembre de este 2024. En un contexto en el que los conflictos bélicos y la cultura de la violencia se expanden aceleradamente, es necesario preguntarse sin ideas preconcebidas ni triunfalismos cuál es el papel que está jugando la industria turística.
Crédito Fotografía: Museo Memoria y Tolerancia, CDMX. Imagen de Ernest Cañada.
El lema del Día Mundial del Turismo promovido por ONU Turismo para este 27 de septiembre de 2024 es Turismo y Paz. En un contexto de fuerte crecimiento de los conflictos armados que ponen de nuevo al planeta ante el abismo, la proclama resuena en exceso voluntarista cuando solo se mencionan una serie de bondades asociadas a esta actividad. Leer que un mundo con más visitas turísticas conduciría a sociedades más pacíficas provoca, cuanto menos, incredulidad y estupefacción. En ese sentido, se argumenta que la actividad turística puede ser un factor decisivo y vital para el fomento del entendimiento intercultural, crear empleos y estimular el desarrollo sostenible. Sin embargo, al abordar esta relación, entre turismo y paz, es crucial no perder de vista las realidades más complejas y, a menudo, contradictorias del rol que juega en la actualidad el turismo global.
No hay paz en la guerra
Mientras ONU Turismo anuncia nuevos récords postpandemia en el número de turistas internacionales, el pasado mes de junio alcanzamos otra cifra de récord: el número de guerras en el mundo llegaba hasta las 56, con 92 países implicados. El pico bélico más alto desde la II Guerra Mundial.
Hacer referencia hoy a la paz, en un mundo sumido en la violencia, implica un compromiso moral y político para poner fin a las guerras y los actos de genocidio que asolan al mundo. Sin embargo, al abordar esta cuestión con un mínimo de empatía solo se nos ocurre una palabra: escándalo. Efectivamente, es escandaloso lo que se está viviendo en Gaza en estos momentos, donde miles de bombas israelíes caen sobre civiles palestinos y en un año de guerra ya son más de 40 mil las personas asesinadas, entre ellas casi 14 mil niñas y niños. El genocidio que se está cometiendo contra el pueblo palestino es de dimensiones inenarrables.
Fuente: Manifestación en Barcelona, abril 2024. Imagen de Pedro Mata | Fotomovimiento.
Asimismo, las estimaciones de personas muertas y heridas con motivo de la guerra entre Rusia y Ucrania, cuando se cumplen tres años del inicio del conflicto armado, ya alcanzan las 500 mil personas, mientras se sigue apostando a la derrota militar como forma de resolver el conflicto, lo que nos lleva al riesgo de una guerra nuclear que pone en peligro la misma pervivencia de la humanidad. Y estos son conflictos visibles, que aparecen en los medios de comunicación, mientras que en muchos otros lugares los crímenes contra la humanidad siguen produciéndose sin que se les preste atención. En África, donde se concentran buena parte de los recursos naturales que son esenciales para la reproducción del capital, los conflictos bélicos se extienden ampliamente. Por ejemplo, la guerra en Sudán alcanza ya unas ciento cincuenta mil personas muertas y se padece una crisis de hambre de desplazamientos de proporciones históricas.
La realidad del mundo se aleja extremadamente de visiones edulcoradas en las que el turismo sería un antídoto capaz de favorecer procesos de pacificación. Al contrario, vivimos en un planeta cada vez más violento, ecológicamente deteriorado, con sociedades cada vez más desiguales y excluyentes, con territorios que bajo las lógicas de la turistificación son más desiguales y empobrecidas.
Hacer frente a las contradicciones del turismo
Para ONU Turismo, tal como lo presenta en su declaración del 27 de setiembre, el turismo tendría una suerte de cualidades curativas y profilácticas que nos mejoran como seres humanos y nos predisponen a ser más pacíficos y civilizados. No sabemos si se inspiran en la famosa frase del escritor español Miguel de Unamuno cuando decía que “el racismo se cura viajando”. Lamentablemente, nunca se había viajado tanto y el racismo, sin embargo, sigue presente, y la violencia que este acarrea no hace más que crecer.
El turismo hoy mayoritario es el resultado de una sociedad con unos estilos de vida acelerados, hiperconsumistas y que generan tanta desigualdad e injusticia social como deterioro de los ecosistemas naturales. Y eso no parece que mejore para nada los índices de felicidad humana.
En algunos países, el turismo genera ingresos económicos significativos. No obstante, sus beneficios no se distribuyen equitativamente. Las grandes corporaciones y fondos de inversión acaparan la mayor parte de los beneficios mientras que las micro y pequeñas empresas y su población trabajadora, que es parte de las comunidades locales, son los que menos se benefician y, además, son quienes que soportan la carga de los impactos negativos. Además, el turismo se caracteriza por ser uno de los sectores que mayores niveles de precariedad laboral, asociada también a una fuerte feminización de su mano de obra. Esta dinámica perpetúa las desigualdades económicas y sociales, contradiciendo la idea de que el turismo puede ser una herramienta de paz y desarrollo equitativo.
Por otro lado, la actividad turística contribuye, directa e indirectamente, a la generación de impactos ambientales. La construcción de infraestructuras turísticas, el consumo excesivo de recursos naturales y la generación de residuos son solo algunos de los problemas ambientales asociados con los procesos de turistificación. Estos impactos no solo afectan al medio ambiente local, sino que inciden en el bienestar y subsistencia de las comunidades. Además, en algunos contextos, el turismo puede exacerbar los conflictos existentes o incluso crear nuevos. La apropiación de tierras para el desarrollo turístico, la privatización de recursos naturales, la mercantilización de la cultura y el desplazamiento de residentes son problemas recurrentes. Los procesos de elitización turística, incrementan las dinámicas de desposesión y desigualdad.
Fuente: Manifestación en Barcelona, julio 2024. Imagen de Carla Izcara.
Es más, el turismo es también usado recurrentemente por estados comprometidos con las vulneraciones de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad como un instrumento de propaganda y de proyección de una imagen de normalidad. Por eso son cada vez más las voces que desde los movimientos sociales reclaman el boicot a los productos de estos países, también en el ámbito del consumo turístico.
En definitiva, no hay paz para quienes tienen que defender las zonas costeras u otros ecosistemas frágiles de proyectos inmobiliarios e infraestructuras que atentan contra la preservación ambiental. No hay paz para aquellas personas que ya no pueden acceder a una vivienda permanente porque el alquiler turístico es más rentable, o darse el gusto de tomar un café o almorzar en un restaurante porque los precios son para turistas. Tampoco hay paz para quienes, trabajando en la hostelería, sufren largas jornadas, acoso y persecución sindical y no llegan al fin de mes, mientras sus empleadores se llenan los bolsillos.
Pero no vamos a caer en la trampa de establecer la correlación contraria y decir que más turismo implica menos paz y más guerra. No se trata de eso, y en cierta manera nos convertiría en el espejo, también ridículo, de lo que hace ONU Turismo con esta declaración. Desde Alba Sud defendemos que es posible un turismo completamente diferente al modelo mercantilizado y destructivo en el que vivimos y que se ha desarrollado desde esa misma II Guerra Mundial, que puede desarrollarse bajo lógicas totalmente distintas a las de la reproducción del capital.
Turismo, calidad de vida y justicia social
Si bien la idea de que el turismo puede promover la paz es atractiva, es importante abordar este planteamiento con cierto escepticismo y contención discursiva. La paz no se logra simplemente a través del intercambio cultural y del desarrollo económico. Construir escenarios de paz demanda un esfuerzo continuo (De Villiers, 2014), y es además un camino complejo, nunca debe concebirse como algo finalizado, pues existen numerosos aspectos que pueden acabar con ella. Nada de este proceso tiene que ver con soluciones automáticas justificadas por intereses económicos de los que realmente poco se sabe si beneficiarán a la mayoría de la población. El mero hecho de intentar promover una actividad turística relacionada con la paz deberá enfrentarse a numerosos retos: que puedan existir distintas visiones, y una falta de acuerdo, sobre el conflicto o hecho acaecido, la trivialización de este o el abuso del término “paz” para mercantilizarlo (Alluri et al., 2014), entre otros. Requiere, por tanto, de un compromiso profundo con la justicia social y la equidad. Esto implica reevaluar las prácticas turísticas actuales y promover modelos de gestión comunitaria y de preservación ambiental.
Así como el turismo no puede ser considerado la causa de todos los males, tampoco puede resolver todos los problemas. De ahí reside la necesidad de una planificación democrática y con criterios de equidad, así como de políticas públicas centradas en la mejoría de la calidad de vida de las personas que habitan las ciudades. No hay fórmulas, cada territorio, es decir, los colectivos, grupos e instituciones de cada lugar, tendrán que definir cuáles son las prioridades, los problemas y desafíos. La política turística podrá acompañar estas estrategias, a través de programas de turismo social, asociativo y de base comunitaria, de regulaciones, de creación de infraestructuras sociales al servicio de la mayoría y de fomento de iniciativas educativas que acompañen procesos de reparación histórica y de memoria contra la impunidad, por citar un ejemplo.
Fuente: archivo SESC Bertioga.
Son diferentes las experiencias públicas y asociativas que trascienden la retórica del discurso para llevar sus principios al territorio, a la gestión cotidiana, y garantizar prácticas turísticas más equitativas e inclusivas, social, económica, cultural y ambientalmente. Los programas de turismo social que hasta finales del año pasado implementaba el gobierno argentino o las propuestas del SESC São Paulo en Brasil, o las muchas iniciativas comunitarias, reflejan, entre otros, el aporte que pueden hacer ciertas formas de organización del turismo como una propuesta de bienestar, capaz de promover la activación de las personas y su entorno, y contribuir a una mejora en la calidad vida y la generación de nuevas habilidades en el campo de la cultural, la naturaleza y el deporte. En estos contextos, la práctica turística constituye una oportunidad para generar conciencia histórica, ecológica y comunitaria; para configurar nuevos modelos de comportamiento social, más respetuosos con las comunidades y su ambiente. Un turismo que, en definitiva, privilegie las experiencias vivenciales, pausadas, empáticas con las poblaciones locales, sus historias, gastronomía y naturaleza. En Alba Sud tenemos el convencimiento de que si hay un turismo que puede contribuir a la paz de alguna forma, debe tener esas características. No decimos que sea fácil, pero creemos firmemente que el esfuerzo merece la pena.
El modelo de desarrollo que defiende ONU Turismo es el producto de una sociedad capitalista que devora y destruye la naturaleza, genera injusticia, desigualdades, y consecuentemente, violencia y guerras. En una sociedad que se construya sobre bases igualitarias, justas, solidarias y en paz con el planeta debemos construir otro turismo, y podemos reconocer las experiencias ya existentes aunque minoritarias. Pero esta otra forma de hacer turismo tendrá que sentar sus bases en las necesidades humanas de bienestar, salud, descanso, de desarrollo personal, y deberá relocalizarse mayoritariamente en la proximidad geográfica a los lugares de residencia. Aspiramos que su materialización realmente pueda contribuir un mundo realmente con paz, equidad y justicia social.
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