05-11-2024
Realisme turístic i els límits del decreixement
Chris Christou | The End of TourismPer a transformar el turisme, podem començar a conrear nous mons i imaginaris interculturals a través del diàleg i el dissens, però aquest camí ha d'iniciar primer reconeixent els límits de les nostres ideologies i visions del món.
Crèdit Fotografia: Tim Mossholder, bajo licencia creative commons en Unsplash.
(article disponible només en castellà)
En marzo de 2020, un virus mortal se propagó por todo el mundo y paralizó los viajes internacionales. Los aviones y trenes se detuvieron, mientras se vaciaban hoteles, hostales, malecones y museos. Poco después, se hizo evidente que las infraestructuras globales del turismo habían creado las condiciones para el surgimiento de una pandemia, que posteriormente, y temporalmente, devastó esa misma industria (Cañada y Murray, 2021). Este “periodo de inactividad” marcó el comienzo de una crítica del turismo mucho más profunda que la que existía anteriormente, que imploraba a la industria, las ONGs y los destinos turísticos que se reagruparan y organizaran para un futuro más sostenible.
Si bien las declaraciones y resoluciones sostenibles crecieron, los argumentos siguieron siendo los mismos: mitigar los síntomas sin abordar las causas (Future of Tourism, 2021). Recorta las hojas sin cuidar las raíces. Existía poca preocupación en los gobiernos por la absoluta dependencia que ciudades y naciones enteras tenían de los ingresos económicos externos. Por lo tanto, eran pocos los que estaban dispuestos a imaginar cómo podría ser el turismo en un mundo después del capitalismo, si es que el turismo podría adaptarse a ese cambio, y sí hablar de un turismo poscapitalista no es en sí mismo contradictorio.
A medida que el polvo comenzó a asentarse, los habitantes de los destinos turísticos salieron cuidadosamente de sus hogares, reclamando silenciosamente lo que antes había sido tomado por los turistas y su industria: sus calles, parques y paseos, sus bienes comunes. En Barcelona, por ejemplo, los residentes caminaban por el famoso paseo de La Rambla sin tener que esquivar hordas de turistas, ser confundidos con extranjeros o verse obligados a pagar precios desmesurados. Muchos no podían recordar la última vez que tuvieron tanta libertad (Christou, 2021). La pandemia fue, sin duda, una ruptura en la historia, una oportunidad para un cambio social fundamental.
Sin embargo, su esperanza de cambio se perdió rápidamente. Los gobiernos comenzaron a levantar las restricciones de viaje y, lentamente, los turistas comenzaron a llegar. Se repartieron vacunas y la virulencia del virus comenzó a disminuir. Gran parte del mundo adoptó una “nueva normalidad”, que cada vez más se parecía a la vida de antes. El castillo de naipes del turismo se fue reconstruyendo lentamente y las propuestas organizativas hacia futuros sostenibles fueron silenciadas por el alboroto de nuevas invasiones que trajeron el “alivio” de los dólares o euros de los turistas.
Por esa razón, ante las contradicciones y limitaciones presentes en las críticas al turismo, en septiembre de 2021 se lanzó el podcast The End of Tourism. Estas “conversaciones sobre el wanderlust, el exilio y la hospitalidad radical”, han sido un medio para conectar a activistas, académicos y turistas, y para amplificar las diversas voces en los vecindarios que reciben a la industria turística. A través del diálogo, el podcast ha creado un espacio para reflexionar sobre la abolición o el fin del turismo y el surgimiento de encuentros interculturales sinceros y fructíferos de sus cenizas. Este artículo reflexiona sobre esas conversaciones.
Fuente: Jason Leung bajo licencia creative commons en Unsplash.
En julio de 2021, conversé con el activista Daniel Pardo de la ABTD (Assemblea de Barris pel Decreixement Turístic – Asamblea de Barrios por el Decrecimiento Turístico) en Barcelona. Reflexionamos sobre cómo innumerables ciudades y pueblos de todo el mundo se liberaron del turismo durante la pandemia, la paz y el potencial de transformación que evocó en la población local, así como la eventual resurrección y revancha del turismo. Le pregunté a Daniel sobre el ambiente en Barcelona, mientras su ciudad se reconstituía gradualmente como una de las más turísticas del mundo. Él respondió con un lamento, firme pero desolado: “El turismo se paró y no se recuperó nada. Nadie dijo: «no podríamos saber [qué pasaría]». Todo lo que podemos decir es «no nos importa»” (Christou, 2021).
Mirando hacia atrás en esta crisis –palabra cuyas raíces significan “el punto decisivo en el progreso de una enfermedad”– podemos considerar todo lo que podría haber cambiado y no cambió, y reconocer el lamento de Daniel como propio.
¿Qué estamos sosteniendo?
Mientras los posibles turistas pasaban incontables meses encerrados en sus hogares, el deseo de viajar para muchos se volvió insaciable. Las primeras oleadas de viajes de ocio tras los confinamientos fueron catalogadas como “turismo de revancha”, pero ¿revancha contra quién? Esta revancha no estaba dirigida contra el virus. El virus se propagó como resultado del turismo. Tampoco estaba dirigida a los gobiernos que impusieron el confinamiento; sus economías crecen cuando los turistas llegan o parten. Esta revancha, intencionada o no, cayó directamente sobre los lugares y las personas que los turistas visitaban (Mohanty et al, 2023).
Esta noción de venganza, que algunos rápidamente intentaron rescindir u ocultar (en parte porque los turistas estaban propagando nuevamente el virus COVID-19 y exacerbando la pandemia), es sincera en su significado (Dunne, S., 2021; Footer, M., 2022). El turismo de revancha, un tipo de viaje en el que la gente intenta “escapar de la presión psicológica, las rutinas diarias y las reglas que resultaron de la pandemia”, reveló la industria y el wanderlust moderno como lo que realmente es: una industria explotadora, extractiva, cáustica y sin límites. Dada la letanía de críticas que existe contra el turismo, debemos preguntarnos si los argumentos a favor de la sostenibilidad y el decrecimiento son suficientemente sólidos por sí mismos.
Entre quienes defienden el turismo sostenible o sus variantes (es decir, el turismo “responsable,” “rejuvenecedor,” “regenerativo,” etc.), rara vez se plantea la pregunta: ¿Qué es exactamente lo que estamos tratando de sostener? ¿El seis por ciento de las emisiones del cambio climático son causadas, en parte, por la aviación? (Gössling et al, 2013; Higham et al, 2018; Scott, et al, 2010). ¿La pérdida de biodiversidad y administración de tierras indígenas a través de la conservación? (Nguyen et al, 2022; Poirier & Ostergren, 2017; Rocheleau, 2015) ¿El peligro de todo lo local (idioma, cultura y hospitalidad) a través de la gentrificación y el exilio? (Akova & Atsiz, 2019; Kirtsoglou & Theodossopoulos, 2004) ¿El espectáculo de la vigilancia combinado con el consumo rabioso – de lugares y personas? (Crawshaw & Urry, 2002) ¿El proyecto colonial? (Ballengee-Morris, 2002).
Al fin y al cabo, el turismo necesita cada una de estas cosas, en parte porque sus infraestructuras, tanto físicas como culturales, fueron construidas para ello. La sostenibilidad no es una amenaza para la industria ni sus consecuencias antes mencionadas. Sostenibilidad significa status quo, no subversión. Cuando preguntamos qué es exactamente lo que estamos tratando de sostener, la respuesta es el capitalismo, la respuesta es “la industria”.
Fuente: Jorge Fernández Salas bajo licencia creative commons en Unsplash.
Entre aquellos que tienen mucho en juego, encontramos argumentos y movimientos sociales a favor del decrecimiento, como los ya mencionados ABTD en Barcelona y la Red SET (Red de Ciudades del Sur de Europa ante la Turistización) (Fletcher, et al 2019; Hall & Seyfi, 2020). Los objetivos del decrecimiento varían ampliamente, desde la contracción de las economías hasta la creación de “una sociedad postdesarrollo”, según el economista Serge Latouche (Latouche, 2006). Si bien estos pasos son clave y ciertamente más sustanciales que las etiquetas sostenibles, es raro que los defensores del decrecimiento sugieran que la industria debería reducirse para eliminarla por completo (Fletcher et al, 2019b). “Abolición” (de la industria) sigue siendo una palabra de cuatro letras entre los defensores de la sostenibilidad. El peso abrumador de la industria del turismo en los destinos turísticos se ha convertido en un elefante en la sala, hasta el punto de que ya nadie puede ver la puerta, y por eso la esperanza es alimentarlo de tal manera que ocupe menos espacio.
El decrecimiento, entonces, puede convertirse en un argumento distorsionado para la sostenibilidad, reducido a una forma más de ecoblanqueo. Aquí es donde emergen muchos de nuestros dilemas y nuestra pobreza contemporánea: en la falta de imaginación, en nuestra incapacidad para soñar con un mundo nuevo. Porque si no podemos imaginar un mundo sin turismo, ¿cómo podemos afirmar que no hemos sido absorbidos por un modo de vida completamente turístico?
Realismo turístico
El filósofo Mark Fisher popularizó el término “realismo capitalista”, teorizando la noción de Frederic Jameson de que la gente moderna puede imaginar el fin del mundo, pero no el fin del capitalismo (Fisher, 2022). Del mismo modo, para sus defensores e incluso para sus críticos, parece casi imposible imaginar el fin del turismo, una de las industrias más importantes del capitalismo (Sofronov, 2018). El imaginario moderno está mutilado por la ideología. Esto último, como explica Robert Fletcher, hace que “parezca imposible imaginar las cosas de otra manera” porque “cualquier paradigma dominante intenta presentarse como natural, inevitable, no contingente” (Christou, 2022).
Parece que en los últimos años somos testigos de un grado cada vez más profundo de malestar, inactividad y apatía en el mundo porque parecemos vivir en “una época sin futuro ni esperanza, o con futuros vacíos y falsas esperanzas” (Agamben, 2012). Nuestra indiferencia paraliza nuestra imaginación. En virtud de nuestra miopía, lo máximo que estos futuros de inutilidad y fatalismo pueden concebir es la sostenibilidad, una forma de reorganizar las tumbonas del Titanic. La imaginación ha sido durante mucho tiempo la clave para conjurar nuevos mundos y el objetivo de quienes los rechazan.
De los invitados al podcast “The End of Tourism” que confrontan y critican el turismo, la mayoría se conforma con la sostenibilidad, otros con el decrecimiento, y pocos piden su abolición. Sumerjámonos en el realismo capitalista del turismo, en la pobreza de la imaginación, para considerar por qué:
1) La economía
En un destino típico, el turismo a menudo puede representar la gran mayoría de la economía local. Inevitablemente, los locales se ven bombardeados por trabajos relacionados con el turismo, que se ven incrementados por el atractivo de las divisas. Mientras que los defensores de la sostenibilidad promueven “transiciones justas” hacia economías poscapitalistas, los trabajadores de la industria a menudo preguntan retóricamente: “¿pero, qué haríamos sin el turismo?” (Swilling, 2020). Esto es el realismo turístico. En respuesta, me veo obligado a preguntarme en voz alta por qué la pregunta surge como retórica, por qué no se formula la pregunta: ¿qué haremos sin el turismo? ¿Por qué esta pregunta no se recibe como una bendición, un sueño, una consideración colectiva que puede sembrar y generar nuevas economías, nuevos mundos y nuevas formas de vivir y viajar juntos?
2) La vaca sagrada
En el Norte Global, las vacaciones pagadas son a menudo un derecho estándar y legislado para las personas asalariadas. En Europa, las vacaciones de verano se consideran intocables, un respiro debidamente ganado al jefe y al Estado, al que nunca se debe renunciar (Christou, 2022). Los viajes de ocio se han convertido en un pilar cultural. Optar por no tomar vacaciones es, superficialmente, renunciar a sus derechos. Y, sin embargo, “el derecho a volar no existe. El derecho al turismo no existe.” Como explicó Daniel Pardo: “No es sostenible porque no se puede extender el modelo de turismo en el que todo el mundo piensa a toda la población” (Christou, 2021).
Las vacaciones son una oportunidad de existir momentáneamente fuera del trabajo o la carrera o la vida cotidiana, pero también son parte de un pacto histórica entre sindicatos, gobiernos y la industria turística. Una consecuencia de este pacto es el mantenimiento del motor de la modernidad. Como tal, la idea de las vacaciones como un derecho elimina la posibilidad de escapar de este ciclo interminable de trabajo y ocio, y de cultivar mundos poscapitalistas.
Fuente: Mark de Jong bajo licencia creative commons en Unsplash.
3) La exposición
Antes de la Revolución Industrial, la gente rara vez viajaba fuera de su región de origen. El extranjero era conocido a menudo a través de narrativas o tropos coloniales. Si bien las actitudes xenófobas hacia el otro han definido estos últimos siglos, parece que la migración y la hipermovilidad han producido hoy una base para la interculturalidad entre los pueblos. Por ejemplo, la mayoría de los activistas antiturísticas con los que he hablado no son xenófobos ni están en contra de los viajes. La exposición exponencial a lo extranjero en nuestros tiempos puede producir una voluntad de comprometerse con el otro de una manera que cree una solidaridad de base entre culturas y socave las turbulentas consecuencias del turismo. Sin embargo, la sobreexposición en forma de sobreturismo detiene esa interculturalidad en seco, la mayoría de las veces al convertir la hospitalidad hacia el extranjero en hostilidad contra el extranjero.
4) La programación
Cualquier encuentro intercultural requiere tiempo y disposición, compromiso y curiosidad. ¿Cuánto tiempo llevaría realmente conocer un lugar o una cultura? ¿Cuánto tiempo se necesita para ver las consecuencias de nuestras acciones desplegarse sobre ella? Cualquiera que haya estado en otro lugar por un período prolongado comprende la profundidad de estas preguntas y la responsabilidad que podrían implicar sus respuestas. Además, ¿cómo procedemos interculturalmente cuando el turismo ha programado a las personas para actuar como clientes, consumidores, guías y turistas? ¿Cómo podríamos percibir la interculturalidad en nuestros viajes si tal cosa estuviera ausente en casa?
Otros mundos
Y entonces, si nuestros imaginarios modernos sofocan la imaginación, ¿cómo podríamos proceder de manera diferente? ¿Cómo podríamos visualizar las relaciones interculturales, poscapitalistas y de base con la hospitalidad en las que desearíamos vivir y rastrear retroactivamente la trayectoria, recordando cómo llegamos de aquí para allá? Para comenzar, podríamos considerar la ideología como un factor constante y limitante en nuestra capacidad 1) no solo para imaginar nuevos mundos, sino 2) para reconocer los mundos del Otro tal como son, no como los imaginamos (Urry & Larsen, 2011). Una especie de fidelidad al futuro. Luego, podemos comenzar rastreando cómo surgió este imaginario mítico y turístico de anti-imaginación, y qué debió haber sucedido para que ya no podamos ver claramente. Y finalmente, antes de proceder hacia cómo todo podría ser, podríamos comprometernos con el post-activismo de Bayo Akomolafe y su pregunta central: "¿y si la manera en que respondemos a la crisis es parte de la crisis?” (Christou, 2022).
Nuestras soluciones y las epistemologías que las generan están profundamente empobrecidas por la falta de imaginación. La ideología mantiene como rehén la posibilidad de nuevos mundos. Nuestro trabajo no es simplemente debatir o actuar sobre la equidad y ecuanimidad del asunto, sino descubrir cómo nuestras propias ideologías son imaginarios que subvierten la imaginación.
Las conversaciones en el podcast "The End of Tourism" han evidenciado que el diálogo intercultural puede actuar como un antídoto frente a un mundo saturado de turismo. Adoptar roles de invitados y anfitriones, en lugar de clientes y comerciantes, y fomentar amistades duraderas mientras se reconocen nuestras implicaciones perdurables, puede conducirnos hacia relaciones de solidaridad que desafían el escapismo y el transaccionalismo predominantes en la actualidad. Al recuperar un imaginario que subvierte la ideología, podemos comenzar a imaginar e iniciar caminos hacia formas poscapitalistas de turismo o de hospitalidad intercultural. No es necesario tomar un avión para lograrlo; podemos empezar donde más falta hace: en nuestros hogares y en nuestros barrios.
Para que los movimientos sociales logren enfrentarse exitosamente al sobreturismo, al extractivismo cultural y a la deforestación ecológica, nuestro modus operandi debe surgir, en primer lugar, de la precariedad que los impulsó. Solo entonces seremos capaces de concebir nuevas formas de ser y convivir, maneras de recibir al otro que estén verdaderamente informadas por lo que implica ser huéspedes en nuestros propios hogares y comunidades.
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