26-08-2021
Turisme residencial i descamperolització a Amèrica Llatina
Jordi Gascón & Claudio MilanoQuins són els patrons pels quals el turisme residencial impulsa la descamperolització dels territoris allà on s’estableix? Per analitzar aquesta qüestió s'analitzen tres casos d'Amèrica Llatina en els quals ha assolit diferents nivells de desenvolupament.
Crèdit Fotografia: Residencial en Cotacachi, Ecuador. Imagen de Ernest Cañada | Alba Sud.
(article disponible només en castellà)
El turismo residencial cambia el uso del espacio: de agrario a urbano. Además, introduce agentes foráneos en el mercado del suelo: inversores inmobiliarios y compradores de propiedades. La literatura académica ha explicado cómo estos dos factores favorecen el aumento especulativo del precio del suelo, promoviendo la marginación de las actividades económicas tradicionales y fomentando la expulsión de la población local. Sin embargo, queda por analizar cómo se produce este proceso. ¿Es simplemente un mecanismo de oferta y demanda? ¿O también intervienen otros factores económicos y políticos?
Para responder a estas preguntas analizaremos tres casos sudamericanos en los que el turismo residencial ha alcanzado diferentes etapas de desarrollo. El objetivo del artículo es detectar los patrones en los que el turismo residencial impulsa la descampesinización.
Caso 1: El Delta del Río Parnaíba (Nordeste de Brasil)
Ilha Grande de Santa Isabel es la isla más grande y poblada del Delta del Río Parnaíba. Su economía se basa en una combinación de cultivos alimentarios y comerciales: agricultura familiar, pesca artesanal, recolección de cangrejos de uça y otros mariscos, cultivo de paja y lino, o recolección de frutas, entre otros. También se destinan extensas áreas al pastoreo. Desde finales de la década de 1990, la isla, situada en el Santuario Ecológico del Delta, que alberga una importante biodiversidad, atrae visitantes interesados en un turismo de naturaleza. Surgieron servicios de transporte, de guías turísticos y tour-operadores. La ralentización de la demanda de productos agrarios como el arroz o la cera de palmera desplazó trabajadores rurales hacia labores relacionadas con el turismo. Sin embargo, los primeros flujos turísticos en el Delta y los destinos vecinos han dinamizado otras actividades tradicionales como la pesca del cangrejo de uça.
En las últimas décadas, el capital financiero global y cadenas hoteleras internacionales, con el incentivo de los poderes públicos, han invertido en la construcción de segundas residencias destinadas principalmente a turistas extranjeros. El delta del río Parnaíba, cuyas tierras tenían un precio bajo, se convirtió en un terreno fértil para los planes especulativos, y el turismo residencial se propuso como un nuevo modelo. La venta de tierras y los consiguientes procesos de lotización del suelo limitaron el acceso de los isleños a los recursos y bienes comunes. La mayoría de las actividades productivas, como la recolección de frutos nativos o la pesca artesanal, dependen de los recursos que se encuentran en las áreas rurales, a las que los isleños tenían libre acceso en el pasado y que recientemente han sido adquiridas por grupos turístico-inmobiliarios. Esta situación recibió la oposición de entidades sociales y ecologistas, que coordinaron acciones de resistencia. Pero no pudieron frenar los cambios en el uso de la tierra generados por el turismo residencial. Este cambio aceleró procesos de descampesinización ya impulsados por problemas previos, como la sobrepesca de marisco y la contaminación de arrozales por el uso de pesticidas químicos.
Imagen de Claudio Milano.
A finales de la década de 2010, el Delta del Parnaiba se encontraba en una fase embrionaria del turismo residencial. Los primeros procesos de lotización de terrenos se habían iniciado a principios de 2016. No obstante, los procesos impulsados por el turismo residencial, sumados a las expectativas generadas por el turismo y las posibilidades de empleo en los centros urbanos cercanos, habían disparado la emigración rural y la descampesinización.
Caso 2: Cotacachi (norte de Ecuador)
Un proceso más maduro que el de Parnaíba lo encontramos en el cantón rural de Cotacachi, al norte de Ecuador. A mediados de la década de 2010, tenía una población de unos 40.000 habitantes, mayoritariamente indígenas kichwas, y se estimaba que también residían unos 700 turistas residenciales, casi todos norteamericanos. El turismo residencial surgió durante la segunda mitad de la primera década del siglo como un efecto no previsto de una política municipal de desarrollo turístico. Esta política se inició en los años 90, con el apoyo de los agentes sociales locales y en base a los atractivos naturales del cantón.
Como ya han demostrado diferentes estudios, y ejemplifica el caso anterior de Parnaíba, el turismo residencial encuentra un espacio propicio de desarrollo en zonas que ya son un destino turístico y que disponen de suelo barato. Cotacachi cumplía con estas dos premisas, y a finales de la década de 2000 entró a formar parte de la oferta de International Living, web que localiza y describe lugares adecuados para disfrutar de la jubilación. International Living es una referencia para todos los norteamericanos que quieren pasar sus últimos años lejos de su lugar de origen.
Para entender el impacto del turismo residencial en la economía y la sociedad campesina cotacacheña, es necesario conocer la estructura de tenencia de la tierra y las estrategias de reproducción del campesinado. En la década de 1980 se desarrolló un dinámico mercado de tierras que incrementó las tierras en manos del campesinado y redujo la cantidad perteneciente a los grandes terratenientes. La mayor parte del campesinado de la zona combinaba la agricultura familiar con trabajos remunerados en zonas urbanas o como peones agrícolas en fincas vecinas. Estas ocupaciones les proporcionaba capital para adquirir parcelas a las haciendas. La demanda fue estimulada por un campesinado indígena en expansión demográfica. La adquisición de tierras de las haciendas se convirtió así en la estrategia que permitía la reproducción de los grupos domésticos, al tiempo que aumentaba la frontera del modelo de producción campesino.
Tradicionalmente, los procesos de compra y venta de terrenos se establecían tomando como referencia el avalúo que establece la Municipalidad para calcular el impuesto de propiedades, pero la demanda de suelo por el turismo residencial impulsó un rápido aumento del precio del suelo. El precio de la tierra rural se multiplicó por tres entre el 2008 y 2014. Y este incremento no solo se dio entre los lotes más propicios a los desarrollos residenciales. Esto se debió a que el turismo residencial impulsó la conversión del suelo en una reserva de capital, al punto de que la demanda de turismo residencial y la oferta de suelo se desconectaron. Aunque una parcela concreta no fuera del interés de un inversor inmobiliario, su propietario veía cómo su precio aumenta sin tener que hacer ningún tipo de inversión. Ya no era atractivo vender suelo por parte de las haciendas. El aumento del mercado del suelo promovió un proceso especulativo autónomo. Ahora el precio del suelo ya no estaba relacionado con la demanda del turismo residencial. El negocio estaba en la propiedad del suelo y no en su uso. Es el elemento que caracteriza a una burbuja inmobiliaria.
Residencial en Cotacachi, Ecuador. Imagen de Ernest Cañada | Alba Sud.
Así, tenemos, por un lado, un aumento del precio del suelo, lo que lleva a una situación en la que el campesinado ya no puede pagarlo y queda marginado del mercado del suelo. Al mismo tiempo, la tierra se convierte en reserva de capital, por encima de la demanda real de tierra para la urbanización, reduciendo la tierra disponible para la venta. Estos dos factores colpasaron el mercado de la tierra y las estrategias de reproducción de los campesinos.
Ante esta situación, el gobierno cantonal de Cotacachi comenzó a ser cauto a la hora de conceder nuevos permisos de construcción, y propuso la aplicación de ordenanzas destinadas a mantener el carácter rural del territorio. Una estrategia que ya había sido planteada en la parroquia rural de Vilcabamba, al sur de Ecuador, años antes, y que paradójicamente no solo frenó el proceso de descampesinización, sino que lo aceleró.
Caso 3: Vilcabamba (sur de Ecuador)
Vilcabamba, una parroquia rural del sur de Ecuador, empezó a atraer turismo residencial en la década de 1970. Según el Censo de Población de 2010, la parroquia tenía 4.778 habitantes, de los cuales 301 eran extranjeros. Sin embargo, se calcula que el número real de turistas residentes podría llegar al millar. Para controlar el turismo residencial, el Municipio de Loja, del que depende Vilcabamba, decretó ordenanzas que circunscribían el área urbana a aproximadamente el 1% del territorio de la Parroquia. También estableció que la parcela mínima para permitir la edificación en el área rural debía ser de 1.000 m².
El objetivo de esta política, mantener el carácter rural-agrario del territorio, no se logró. Por un lado, el turismo residencial se caracteriza por requerir amplios espacios ajardinados. Así, los estándares de edificación del municipio, que exigía un bajo índice de edificación, eran adecuados a su modelo de construcción. Por otro lado, esos estándares dificultaban la reproducción de la población local. Los jóvenes debían construir sus viviendas con un bajo índice de edificabilidad y en parcelas no inferiores a 1.000 m². Pero a consecuencia del aumento de precios de la tierra impulsado por el turismo residencial, a los autóctonos les resultaba imposible comprar esa cantidad de terreno.
Esta situación impulsó la emigración rural. Las nuevas generaciones de campesinos no solo se vieron obligados a abandonar la actividad agraria porque el precio de la la tierra para el cultivo estaba disparado. Tampoco tenían la opción de quedarse en el territorio debido a las limitaciones legales que les impedían utilizar algunas de sus pequeñas parcelas agrarias para construir sus viviendas.
En este contexto, las ordenanzas sobre edificabilidad se convirtieron en objeto de debate político. La población autóctona pidió que se redujera el índice de construcción. Mientras tanto, los residentes extranjeros exigían su estricta aplicación, deseando mantener un paisaje poco urbanizado. Cabe señalar que la conservación del paisaje rural no implica necesariamente el mantenimiento de la zona agrícola. De hecho, las restricciones de la edificabilidad en el suelo rural permitieron que el territorio de Vilcabamba se mantuviera sin urbanizar, pero no la actividad agrícola. Por un lado, las urbanizaciones residenciales dedicaron sus áreas verdes a jardines, y no a la producción agraria. Y por otro, esta estrategia expulsaba a los campesinos del territorio, acentuando los procesos de descampesinización. A inicios de la década de 2010, el área rural representaba casi el 99% del espacio total de Vilcabamba, de las cuales solo el 3,3% se destinaba a actividades agrícolas.
Conclusión
Aunque los estudios de caso aquí expuestos son diferentes, los procesos que caracterizan el crecimiento del turismo residencial muestran patrones y una cronología similar. La primera fase del desarrollo del turismo inmobiliario no sólo impulsa cambios en el uso del espacio (de suelo productivo a suelo para la construcción), sino que también globaliza su mercado: el mercado del suelo deja de funcionar en base a las características de la economía local/regional y se incorpora a un mercado nacional o internacional. Tanto en los casos ecuatorianos analizados como en el brasileño, las tierras que eran compradas y vendidas por la población nativa a precios apropiados al nivel económico local antes del boom del turismo residencial, se encarecieron hasta acabar en manos de agentes extranjeros con mayor poder adquisitivo.
La segunda etapa se caracteriza por la descampesinización. La aparición de foráneos con alto poder adquisitivo, o de grandes empresas de capital interesadas en adquirir tierras para negocios inmobiliarios, genera una espiral inflacionaria-especulativa en los precios de la tierra. El aumento del precio de la tierra no sólo dificultó el acceso de los campesinos a la tierra por falta de fondos o crédito, sino que generó un proceso especulativo autónomo: el precio del suelo dejó de estar relacionado con la cantidad de tierra demandada por el turismo residencial. Ya no funcionaba según la lógica de la oferta y la demanda. Por el contrario, la burbuja inmobiliaria convirtió la tierra en una reserva de capital que ofrecía a su propietario una renta diferencial creciente sin ninguna inversión productiva. Y en este proceso, las estrategias reproductivas del campesinado quedaron obsoletas.
La tercera etapa es la migración rural. La espiral especulativa causa graves problemas a los sectores económicos tradicionales, poniendo en peligro su sostenibilidad. Si las actividades productivas tradicionales dejan de ser económicamente viables (Cotacachi y Vilcabamba) o se restringen (Ilha Grande de Santa Isabel), la población que las habita acaba siendo expulsada. Una parte de la población nativa podrá reconvertirse dentro del nuevo patrón económico como mano de obra no cualificada (construcción, servicios relacionados con los requerimientos de los nuevos residentes extranjeros, etc.), pero otros no. Finalmente, la emigración sigue a la descampesinización: como hemos visto en el caso de Vilcabamba, el empobrecimiento de los hogares como consecuencia del aumento del precio de la tierra dificulta que la población local y sus hijos puedan residir en su lugar de origen.
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