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Artículo de Opinión | Turismo Responsable | Islas Baleares

29-05-2016

¿Cómo decrecer turísticamente? Una alternativa ecosocialista

Macià Blàzquez | Alba Sud

El decrecimiento turístico en Baleares se ha introducido ya en el debate político. Pero las opciones sobre cómo hacerlo son contradictorios y muestran modelos e intereses opuestos.


Crédito Fotografía: Nick Farnhill (bajo licencia creative commons).

El deterioro ambiental y la desigualdad social entre ricos y pobres ponen en evidencia las contradicciones del sistema capitalista. El recurso -de nuevo- al binomio construcción-turismo como único remedio a la crisis y los récords de afluencia de turistas y capitales en las Islas Baleares han introducido el decrecimiento como alternativa posible en el debate público. Para analizar esta opción, se detallan a continuación: algunas contradicciones del crecimiento determinado por el capitalismo y en particular con respecto al turismo, qué consenso social construye el bloque histórico hegemónico y tres alternativas dentro de la opción del decrecimiento turístico en las Islas Baleares.

El crecimiento es inherente al sistema capitalista, pues se basa en el afán de ganancia individual mediante la competencia. Su guía de comportamiento es que "cada cual a lo suyo", por decirlo coloquialmente. Un segundo rasgo característico del capitalismo es la fe en la tecnología. Esta "tecnolatría" confía en la solución tecnológica el agotamiento de recursos naturales no renovables (como los hidrocarburos, sustituyéndolos por la energía nuclear o el hidrógeno) o en la gestión de la contaminación (por ejemplo, paliando el cambio climático con intervenciones de geo-ingeniería, tales como la reducción de la radiación solar mediante la adición de aerosoles de azufre en la estratosfera).

La carrera por el crecimiento de las ganancias privadas está en manos de quien tiene capital para invertir. Su afán es tener más, acumular; estimulado por hacerlo antes que los demás, es decir competir. Según los principios del modelo capitalista neoliberal, en boga raíz del desinterés por la función redistributiva del Estado del Bienestar, la riqueza extrema e incluso el derroche generan puestos de trabajo y "goteo" de las ganancias en beneficio de la colectividad. El neoliberalismo preconiza que el Estado debe limitarse a favorecer la iniciativa privada. De aquí que haya llegado al extremo de someterlo mediante la corrupción político-empresarial o la adaptación de la legislación a la conveniencia del capital.

El turismo encaja de lleno en este capitalismo neoliberal y las corporaciones transnacionales de las Islas Baleares –especialmente las cadenas hoteleras– son sus protagonistas punteras. Su expansión internacional, especialmente en el Caribe y Centroamérica, las ha acostumbrado a someter aún más a la sociedad en su afán de ganancia; por ejemplo, haciendo más precarios los puestos de trabajo, privatizando la costa y marcando la agenda del Estado para forzarlo a hacer inversiones y leyes a su medida, o consentir su fraude con el uso de paraísos fiscales. Sin embargo, el estallido de la actual crisis ha incrementado la rentabilidad de las inversiones inmobiliarias y turísticas en las Islas Baleares. De aquí que las cadenas hoteleras adquieran y modernicen establecimientos, construyan nuevos y refuercen su poder sobre la sociedad y el aparato del Estado.

La construcción del consenso social para considerar el turismo como un "maná" pretende darle apariencia de inocuo o ser siempre beneficioso: promueve la calidad del entorno físico, desde la urbanización a la conservación del patrimonio cultural y natural; genera puestos de trabajo en el sector de los servicios, de imagen menos penosa que los de la construcción, la industria o la agricultura; o implica producir espacios placenteros, hoteles, playas, bares, discotecas, monumentos o parques naturales para la realización de actividades de ocio.

Las guerras por los recursos en el norte de África y Oriente Medio hacen que las Islas Baleares sean aún más competitivas turísticamente. A diferencia de Túnez, Egipto o Turquía, las Islas Baleares han sido incluidas en la "Europa fortaleza" de la seguridad policial, la moneda única, los acuerdos de Schengen para la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas, o la exclusión de los inmigrantes del Sur. La división internacional del trabajo –que fundamenta la globalización capitalista–otorga a toda España la función de ser una "periferia de placer". El binomio de construcción y turismo atrae capitales en busca de rentabilidad especulativa y oportunidades de blanqueo de dinero negro. De cara a la galería, la mascarada turística ofrece refugio temporal para compensar el sufrimiento de la explotación laboral y la tensión competitiva con la fuga consumista que seda los sentimientos de engaño existencial con el placebo del turismo. ¿Pero podemos escapar de la explotación capitalista con el propio sistema capitalista?

Tres opciones de decrecimiento a debate

¿Qué hacer, con criterios de justicia social y ambiental, para combatir estas contradicciones con coherencia y visión de futuro? Desde los inicios del boom turístico balear, se han aplicado medidas decontención del crecimiento: proteger espacios naturales, frenar la urbanización del litoral o grabar el alojamiento turístico con "ecotasas" invertidas en hacer más atractiva la oferta balear al mercado turístico. Sin embargo es evidente que no ha sido suficiente. El grupo ecologista GOB ha planteado rebajar la afluencia turística mediante la regulación de la capacidad de alojamiento. ¿Pero, por donde decrecer?

La consigna promovida por las cadenas hoteleras es prescindir del segmento turístico de menos poder adquisitivo, que son los turistas de clases obrera que se concentran en resortes turísticos de masas. Un ejemplo de cómo se les marca de indeseables lo tenemos en la campaña a favor de la reconversión turística de Magaluf, que es iniciativa de la empresa Meliá de la familia Escarrer. Los turistas de bajo poder adquisitivo se han convertido en sinónimo de consumo de drogas, violaciones, prostitución o prácticas suicidas, como el balconing. Se criminaliza el turismo de clase obrera y se favorece su sustitución por el turismo de mayor poder adquisitivo y de lujo. Magaluf no es un ejemplo único, en toda la costa se reproduce este modelo de exclusión social elitista a beach clubs, puertos deportivos, faro y baterías militares reconvertidas en hoteles y restaurantes de lujo o playas privatizadas con tumbonas balinesas.

En el interior de las islas, la exclusión social se aplica con la construcción de campos de golf, polo, hípica, bodegas... la urbanización extensiva con chalets o el cierre de fincas. Este último, a menudo amparado en propósitos de conservación de la naturaleza, lo que supone una especie de revanchismo hacia la lucha ecologista que reivindica la protección de los espacios naturales y ahora se encuentra cómo se emplea de excusa para privatizarlos. El consumo de territorio y de recursos naturales de este segmento de alto standing es mucho mayor que en los enclaves turísticos de masas; hasta seis veces mayor en el uso de agua, por ejemplo, a menudo mediante la desalación nutrida con la quema de hidrocarburos que agrava el cambio climático.

En segundo lugar, las propias cadenas hoteleras también abogan por recortar la oferta de alojamiento turístico en viviendas, que es ilegal en edificaciones plurifamiliares. Esta modalidad de negocio turístico altera la zonificación de la ciudad porque mezcla los usos residenciales y turísticos. La mercantilización turística de la vivienda la encarece, por lo que se dificulta el acceso a este bien de primera necesidad. Los barrios de mayor calidad ambiental se gentrifican, con la expulsión de los habitantes humildes y su reconversión en productos de alojamiento turístico "vivencial" y "auténtico". Los ingresos del alquiler turístico de viviendas ya son codiciados por fondos de inversión y tour-operadores; lo que los hace afuera de nutrir los ingresos familiares de quien sufre la precariedad laboral, cuando no el paro y el encarecimiento del acceso a la vivienda, a menudo abrumado por el endeudamiento hipotecario.

Una tercera opción consiste en contener y grabar fiscalmente el exceso, la acumulación y el derroche de recursos, como de agua, energía o territorio. La ordenación territorial es la principal herramienta para revertir la tendencia capitalista a segregar el uso del territorio para las élites. Esto se puede lograr por ejemplo mediante el veto a la construcción de más campos de golf y polo, al cierre de caminos por espacios naturales y rurales o a la privatización de la costa: playas, puertos, faros, instalaciones militares obsoletas, islotes, etc. Es decir no promover y, en todo caso, hacer pagar más a quien más consume –que es quien más deteriora el entorno– para luego redistribuir lo que se recauda en beneficio de quien menos tiene. No es ninguna fórmula nueva, solo es socialismo, con propósitos de justicia ambiental y social. Así se podría decrecer por el turismo rico, que es más excluyente e insostenible.

El consenso creado por el poder hegemónico –el bloque histórico encabezado por las cadenas hoteleras– no es nada favorable a este decrecimiento redistribuidor y socialista; mientras que sí lo es de decrecer por el segmento más humilde de la demanda y de la oferta, que se promueve con las otras dos opciones de decrecimiento. Ahora que la competencia turística está en manos de MÉS –espacio político auto-definido como la opción de izquierda soberanista y ecologista–, la elección entre las diferentes alternativas de decrecimiento, para definir políticas públicas, debería ser más que nunca motivo de debate. La apuesta por la promoción del golf de la Agencia del Turismo de las Islas Baleares para el 2016 da a entender que la elección ya está hecha.


Nota: publicado originalmente en L’Altra Mirada, núm. 60, mayo de 2016, editado por la Fundació Pere Mascaró.