19-02-2016
Hacia el futuro en reversa. ¿Qué hay de nuevo en el relato macrista?
Rodrigo Fernández Miranda | Alba SudLas declaraciones del gobierno argentino de Mauricio Macri están repitiendo de forma acelerada y paso por paso el andamiaje discursivo clásico del neoliberalismo.
Crédito Fotografía: Mauricio Macri.
Si se analizan los discursos de los representantes políticos en proyectos neoliberales en democracia desde 1979, puede observarse una homogeneidad en las ideas que componen el esquema argumentativo con el que se explican y significan estas políticas. ¿Qué trae de nuevo el relato del macrismo?
Andamiaje discursivo neoliberal
Todo proyecto político necesita construir un relato que lo signifique, explique y legitime frente al electorado. El neoliberalismo no es la excepción. A finales de los 70, después de sus primeras experiencias bajo dictaduras cívico militares, llegaron al poder proyectos neoliberales a través del voto popular. Primero en Inglaterra y Estados Unidos, más tarde en países de América Latina, en la década pasada en el sur de Europa y actualmente en la región avanza una cuarta oleada.
Dos de los referentes teóricos de este modelo fueron Friedrich Hayek y Milton Friedman, Nobel de Economía en 1974 y 1976, respectivamente. A finales de los 80, otro economista, John Williamson, acuñaba el nombre del Consenso de Washington, sintetizando en un paquete estándar compuesto por una decena de medidas en política económica la aplicación del neoliberalismo.
Analizando en perspectiva los discursos de dirigentes neoliberales se identifican dos marcadas particularidades en su comunicación política: primero, se trata de un modelo y un marco ideológico al que ningún dirigente o partido con vocación de poder admite abiertamente su adhesión. Segundo, la homogeneidad del recetario y sus consecuencias económicas y sociales se correlaciona con una similitud en su andamiaje discursivo argumentativo.
Los discursos de los representantes del neoliberalismo se pueden analizar en distintos momentos: las campañas electorales, la presentación de las primeras medidas de ajuste, la visibilidad de los impactos sociales y económicos del modelo y, por último, la radicalización de las recetas y el aumento exponencial de la conflictividad social.
Las campañas de proyectos neoliberales desde 1979 tienen un fuerte peso de silencios discursivos y falta de definiciones sobre políticas económicas y sociales. Tres ideas fuerza que estructuraron parte de estos procesos electorales son: el “cambio” (Thatcher, Reagan, Menem, Fujimori, De la Rúa, Rajoy o Sarkozy), la embestida contra la oposición gobernante y la “unión” o “reconciliación” del país, por encima de intereses particulares, sectoriales o corporativos (Menem, Fujimori, Rajoy o Sarkozy). Unas campañas cuya clave no es lo que se dice, sino precisamente lo que se omite.
Ganadas las elecciones, el discurso publicitario da lugar a la comunicación de Gobierno, con un giro en los lineamientos discursivos. Cuando se anuncia el primer paquete de medidas de ajuste, momento en el que el despliegue discursivo apunta a lograr la aceptación social, la idea fuerza articuladora nace con Margaret Thatcher: “no hay alternativa”. Una frase tantas veces repetida por la primera mandataria para justificar sus medidas de ajuste que se convirtió en el acrónimo TINA (there is no alternative) a principios de los 80. Este recurso argumentativo, utilizado por Menem, Fujimori, De la Rúa, Papandreu, Rajoy o Sarkozy, presenta al recetario neoliberal como el único camino posible, ocultando su carácter ideológico e imponiendo una visión de “la” economía como ciencia exacta y postideológica. Una idea alineada con los postulados de Francis Fukuyama en 1992 sobre “el fin de la historia” y de las ideologías alternativas al liberalismo.
Junto con su inevitabilidad, la presentación del primer paquete de ajustes se acompaña con otras ideas: “la pesada herencia recibida” (empleado recurrentemente por Thatcher, Menem, De la Rúa, Samaras o Rajoy) y la necesidad de “recuperar la confianza de los mercados” para que retorne la inversión extranjera al país (Menem, Fujimori, De la Rúa, Rajoy o Samaras). Cuando el discurso publicitario de campaña deja paso a la comunicación de Gobierno, los costos políticos del ajuste pretenden repartirse entre el Gobierno antecesor, la necesidad y la falta de alternativas. El Gobierno neoliberal, de esta manera, toma este rumbo porque no le queda otra opción: citando a Mariano Rajoy, “hacemos lo que no nos queda más remedio. Estoy haciendo lo que no me gusta” [1].
Las políticas de ajuste y transferencia de recursos poco tardan en tener consecuencias sociales y económicas visibles y medibles sobre amplias mayorías, momento en el que se da otro giro discursivo. En este escenario, el esquema incorpora recursos argumentativos como “estamos mal, pero vamos bien”, los “sacrificios patrióticos” o “se ha tomado el camino correcto”, usados por Menem, Fujimori, De la Rúa, Papandreu, Monti o Rajoy. Con el aumento de la desigualdad, la pobreza y el desempleo, el relato plantea que los beneficios del modelo se verán en un futuro cercano, porque el rumbo asumido, además del único posible y responsabilidad del Gobierno anterior, es el adecuado. Ideas que apuntan a construir esperanzas, desviar los costos políticos, y pedir sacrificios y paciencia a la espera de que la mano invisible “derrame” parte de los beneficios sobre los sectores sociales más vulnerables.
Más tarde, cuando se radicaliza el modelo, empeora la imagen del Gobierno y aumenta la conflictividad social, este relato busca mantener la legitimidad del Ejecutivo y contener las protestas sociales. Los discursos de los representantes neoliberales apuntan, por un lado, a criminalizar la protesta social, tildándola de violenta o antidemocrática, y por otro a denostar la política y lo público. Con esto se instalan dos marcos: el primero facilita la legitimación de “protocolos para regular” las acciones colectivas en la vía pública. El segundo promueve el rechazo, la desafección y la apatía para consentir el sometimiento de la política a “la” economía, la privatización de lo público y el retroceso del Estado en favor del mercado.
Ante la pérdida de legitimidad y apoyo al Gobierno, se incorporan a este andamiaje discursivo actores transnacionales que felicitan su “coraje”, “valentía”, “responsabilidad” o “determinación” por implementar el recetario neoliberal. Agentes protagónicos en el capitalismo global, como el FMI, el Departamento del Tesoro, el Banco Central Europeo, el Foro de Davos, entre otros, acuden con declaraciones en apoyo de estos gobiernos, como sucediera con Menem, Fujimori, De la Rúa, Rajoy, Samaras, Papandreu o Sarkozy.
Un último punto es el del lenguaje: la comunicación de Gobiernos neoliberales usa una neolengua para alterar el impacto de las palabras del discurso político. Un diccionario en el que no existe el término “neoliberalismo”, y en el que se llama “ahorro” al ajuste, “reformas” a la transferencia de recursos, “flexibilización” a la precarización, “racionalización” a los despidos, “moderación” a la reducción salarial, “austeridad” a los recortes de derechos sociales, “hacer los deberes” a aceptar las imposiciones del poder financiero o “modernización” al achicamiento del Estado. E “inevitables” a todas aquellas medidas antipopulares. Esta distorsión sistematizada en el uso del lenguaje parece contribuir, en última instancia, a una pérdida del peso y la incidencia de la palabra en la propia actividad política.
Repetición y previsibilidad de una narrativa macrista
Tomando como referencia este esquema, el macrismo viene cumpliendo con el andamiaje discursivo del neoliberalismo en democracia. Durante la comunicación intencionada de la campaña, con excepción de exabruptos de algunos dirigentes, las medidas neoliberales se omitieron o camuflaron, incluso se negaron tajantemente acusando a su adversario de hacer una “campaña del miedo”. Con una fuerte orientación publicitaria y llena de apelaciones emocionales, la campaña se articuló sobre los ejes de “cambio”, “unión” y ataque al kirchnerismo. Con la idea del “cambio”, además de ser el pilar sobre el que se asentó la campaña, el macrismo llegó al extremo de Alberto Fujimori (Cambio 90) de incluir esta palabra en el nombre de su alianza, Cambiemos.
A partir del 10 de diciembre, las medidas de ajuste, endeudamiento, despidos de empleados públicos, transferencia de recursos, reducción del poder adquisitivo de sectores medios y populares, silenciados en la campaña, se justificaron a través de la falta de alternativas, la “pesada herencia recibida” y la necesidad de “recuperar la confianza de los mercados”. Camino a ser “un país serio y normal”, este relato propone a “la” economía como ciencia postideológica y a la gestión pública regida por un paradigma empresarial, con una administración ceocrática del Estado.
Más allá de esto, el discurso del Gobierno adelantó etapas en esta estructura argumentativa: desde el principio de su gestión se criminalizó la protesta social y a sus dirigentes, estableciendo con celeridad “protocolos” para legalizar su represión. Lo público ya comenzó a ser denostado, embistiendo con su caja de resonancia mediática contra trabajadores despedidos del sector público denominados “ñoquis”, “vagos” o “grasa militante”.
En su neolengua incorporó el término “sinceramiento” al diccionario neoliberal, para referirse a lo que hasta diciembre se llamaba inflación. Mientras la pretendida “autorregulación” del mercado avanza hacia la regulación del Estado y a la sociedad, a la ficción de una política con ausencia de conflictos se la bautizó como “una nueva forma de hacer política” basada en “el diálogo” y “el consenso”.
Poco tardarán en pedir “sacrificios patrióticos” y augurar que más temprano que tarde se podrán ver los beneficios del ajuste. Ya llegarán los aplausos desde el FMI, Davos, el Departamento del Tesoro y mandatarios de países centrales por la “valentía” y el “coraje” de profundizar políticas contrarias a los intereses de las mayorías y favorables al avance del libre mercado.
El macrismo, punta de lanza en la región de una cuarta oleada neoliberal, a pesar de la sofisticación de sus dispositivos y la potencia de su aparato de comunicación, repite un esquema discursivo que lleva más de tres décadas de vigencia. Un relato que explica, significa y legitima a un modelo que propone desplazar los ejes de poder, desde la política hacia la economía, desde el Estado hacia el mercado. La homogeneidad es una norma en el despliegue político y comunicacional del neoliberalismo, que salta por encima de los contextos de cada país de aplicación, por responder a intereses de poder fáctico concentrado y construirse desde centrosglobales de producción de discursos y sentidos. Todo lo que tiene de excluyente este modelo y de cínico su relato, lo tienen ambos de previsible.
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