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Artículo de Opinión | Territorio y recursos naturales | Europa

13-09-2013

Fracking y puestos de trabajo

Raül Valls | Alba Sud / CST

El debate sobre el fracking afecta también al mundo del trabajo. Los sindicatos no pueden mantenerse ajenos y menos ser cómplices de esta nueva frontera del modelo extractivista. Debemos tener nuestras propias propuestas de transición ecológica.


Crédito Fotografía: Explotaciones de gas esquisto mediante fracking en Texas, EEUU. Amy Youngs (creative Commons)

Las reflexiones que siguen a continuación son fruto de la reflexión  sobre las Jornadas Europeas contra el Fracking celebradas en Bruselas los pasados ​​4 y 5 de septiembre de 2013, organizadas por el Grupo Verde del Parlamento Europeo. Están hechas desde la constatación de la poca o nula presencia que las tradiciones sindicales y obreras tienen en las luchas ecologistas y desde la convicción más firme de que hay que hacer enmienda a una carencia que debilita a unas y otras.

 

El debate sobre la rentabilidad económica y la creación de puestos de trabajo a través de la técnica de explotación de gas conocida como fracking o fractura hidráulica me sugiere, desde el punto de vista sindical, una duda: ¿el movimiento obrero debe aceptar que se promueva un método de extracción que implica unos riesgos ambientales graves (contaminación, sismicidad, destrucción de tierras fértiles) y que supone el alargamiento, por pocos años, de un modelo energético agónico, que ha convertido el planeta en un gigantesco experimento del que podemos acabar saliendo perjudicados todos sus habitantes (pensemos en el cambio climático)?

En este debate los sindicatos podemos tener dos opciones: por un lado defender los intereses más inmediatos de los trabajadores, tanto de aquellos que verán "garantizado" en principio su puesto de trabajo, como otros ahora parados que podrían conseguirlo en un futuro inmediato. Una cuestión no sin importancia en un contexto de falta de trabajo generalizado. O por otro lado podemos pensar en los trabajadores como algo más que simples "receptores de trabajo" y valorar los peligros, no menores, tanto a corto como a largo plazo, para la salud del planeta y de sus habitantes, y rechazar sin paliativos esta técnica extractivista.

Defensa economicista versus defensa socio-política, o incluso yendo más allá: conciencia de especie entendida como una nueva frontera de la conciencia de clase. Algo de lo que parece ajena la posición de la clase capitalista, dispuesta a seguir manteniendo un modelo energético basado en la expoliación y la alteración ecológica del planeta.

Al movimiento obrero no le es extraña esta perspectiva. Tiempo atrás los sindicatos no solo luchaban por la plusvalía, también eran de gran importancia las condiciones de trabajo, ambientalmente entendidas, y las condiciones de vida en los barrios y viviendas obreras. Esta visión que en ese momento recibió el nombre de "higienista” se planteaba algo básico: de poco sirve un buen sueldo si perdemos la salud en el trabajo o en el lugar donde vivimos, muchas veces cercano al puesto de trabajo. En ese momento, a finales del siglo XIX, la perspectiva física no iba más allá de la fábrica y de las afueras donde se amontonaban los obreros en pésimas condiciones [1]. Hoy una perspectiva global y un mejor conocimiento de las dinámicas de la naturaleza gracias a la ciencia, nos han permitido una visión que se ensancha en todo el planeta y a la humanidad que la habita. Ahora ya no es la mortalidad infantil, que empujaba a los obreros y sus familias a luchar por viviendas y ciudades más salubres, sino la supervivencia de las futuras generaciones lo que guía las posiciones sindicales ante propuestas como el fracking (una especie de higienismo planetario). Seamos claros, si lo que nos garantiza el sueldo nos va matando poco a poco, sea como trabajadores o como especie, no podemos aceptar unos puestos de trabajo que profundizan un modelo basado en un crecimiento económico suicida [2].

Necesitamos por tanto un discurso y un posicionamiento claro en relación a este tema. La generación de energía solo puede venir de una apuesta por fuentes renovables y limpias, independientemente de los puestos de trabajo que puedan generar unas u otras. Si el fracking generara muchos puestos de trabajo, aunque por un tiempo limitado, y revitalizara la economía, tampoco podríamos apoyarlo. El afán por los beneficios inmediatos que caracteriza la actuación de las grandes corporaciones capitalistas no puede ser el modelo a seguir para la práctica sindical. Los sindicatos no podemos nadar a favor de una corriente impuesta por la clase dominante y que nos lleva a la destrucción ecológica. Destrucción que sufrirán primero las masas trabajadoras del mundo empobrecido, que tarde o temprano abarcará el conjunto de la Humanidad. En este contexto nos hará falta una revisión en profundidad del trabajo dentro de una sociedad en transición, que en ningún caso puede ser, como a veces parece, ni un fin en sí mismo, ni una mercancía que se compra y se vende.

Los sindicatos debemos tener nuestras propias propuestas de transición ecológica hacia una nueva cultura del territorio.Esta nueva sociedad que será necesariamente de límites y suficiencia, también deberá serlo de radicalidad democrática y colectivismo. Estas propuestas han de poner en primer término las necesidades de la mayoría y no los intereses y la codicia de una minoría privilegiada.

El capitalismo no solo explota a los trabajadores, también destruye la naturaleza y pone en peligro una vida digna para las generaciones futuras [3]. El fracking solo es la última frontera de un sistema injusto y destructivo. Los sindicatos no pueden ser ajenos, y muchos menos cómplices, de este fracaso. Si la clase capitalista no quiere o no puede tener conciencia de especie, somos los trabajadores y las clases populares los que la tendremos que tener y ejercerla con toda la contundencia.

 

Notas:
[1] En este sentido es interesante volver a textos clásicos como el de Frederich Engels La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845), donde se dio mucha importancia a las pésimas condiciones en las que vivían los obreros en los suburbios ingleses.
[2] Se puede leer un desarrollo complementario de esta idea en mi artículo Trabajar sin destruir el territorio, publicado en Alba Sud el 04/11/2013 .
[3] Imprescindible en este sentido el último trabajo de Daniel Tanura, El imposible capitalismo verde. La Oveja Roja, Madrid, 2011.