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21-03-2023

Mónica Flórez: “Proteger el paisaje sustenta nuestra identidad”

Javier Tejera & Natalia Naranjo | Alba Sud

Mónica Flórez y su experiencia en el Movimiento Cívico Pijao Cittaslow protagoniza el primero de una serie de artículos con los que se van a desgranar, en primera persona, algunos de los retos ambientales y socioculturales que afectan a territorios rurales de Colombia, con propuestas turísticas a pequeña escala como trasfondo.


Crédito Fotografía: Javier Tejera.

Mónica Flórez es una de esas mujeres hecha a sí misma, con la que se puede conversar en profundidad y que nunca deja indiferente. Es la representante para Colombia del movimiento internacional Cittaslow y del Movimiento Cívico Pijao Cittaslow, que ha tomado el relevo de la Fundación Pijao Cittaslow. Una entidad que durante las últimas dos décadas ha contribuido a posicionar a este municipio del departamento del Quindío, en el eje cafetero colombiano, como la primera ‘ciudad lenta’ de Latinoamérica. Mónica ha liderado este proceso desde sus inicios, con una apuesta clara por un turismo diferenciador, que aporte beneficios a la comunidad local. Una gran convicción en todo lo que dice y hace marca su personalidad, unida a su firme activismo para visibilizar los retos y las problemáticas sociales, ambientales y culturales que han afectado a este territorio único y biodiverso.

Pijao está ubicado en el sur del departamento del Quindío, en la cordillera de Los Andes. Con una superficie de 243 km2y un censo de unos 6.134 habitantes, se enmarca entre un paisaje diverso de montaña, de valle y de páramo. Este último es un ecosistema tropical singular y extraordinario, que se ubica a partir de los 2.900 msnm. Cabe reseñar que Colombia alberga la mitad de los páramos del planeta, lo que supone un 1,7% de su territorio. Con temperaturas bajas y normalmente húmedas, se trata de un hábitat único en el mundo, sobre todo como retenedor de la humedad ambiental y generador de fuentes hídricas. 

La economía de Pijao se ha basado tradicionalmente en el cultivo del café, siendo parte además del Paisaje Cultural Cafetero (PCC), declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. El turismo actualmente complementa la economía de la población local, basada en actividades tradicionales campesinas, que ha visto un crecimiento de las visitas y de la misma oferta turística en los últimos años.

A lo largo de toda la entrevista, Mónica Flórez pone el foco en repetidas ocasiones en el trabajo que se ha hecho a lo largo de todos estos años para promover un modelo de turismo a pequeña escala, que implique a población local y genere un beneficio transversal y equitativo en la zona. “La apuesta ha sido muy clara por parte de la sociedad civil por poner en valor los recursos característicos del municipio, en torno a la arquitectura tradicional, un paisaje de contrastes, la diversidad de fauna o flora y, sobre todo, la cultura del café”, señala. 

Fotografía de Javier Tejera. 

Asimismo, incide en las amenazas y riesgos existentes, ante el crecimiento desordenado del turismo, la explotación minera, las pequeñas centrales hidroeléctricas y el cultivo a gran escala del aguacate de variedad hass. Cuestiones que han sido enfrentadas desde la sociedad civil, con un trabajo de sensibilización con la población, para dar a entender los peligros que conllevan este tipo de proyectos para el equilibrio social y ambiental del territorio. Y no sólo eso, también para canalizar y coordinar una respuesta cívica desde la ciudadanía que haga valer los derechos campesinos.

Crecimiento exponencial de visitantes como mal síntoma de prosperidad

Frente a este paradigma, el enfoque de los principales agentes políticos departamentales y nacionales ha sido y sigue siendo el de aumentar las cifras de visitantes de forma exponencial, sin atender a criterios de sostenibilidad y de cuidado frente al territorio y las comunidades visitadas. Una realidad que, por desgracia, es extrapolable a muchos lugares en donde el turismo es un sector clave. 

Mónica expresa la necesidad de ir más allá, de preguntar “qué tipo de turismo se quiere, reflexionar sobre qué repercusiones conlleva o cómo puede ayudar el beneficio que genera a mejorar las condiciones de vida de la gente”, apostilla. Una dimensión cualitativa, que no debe obviar que “es muy peligroso pensar que la única tabla de salvación va a ser el turismo”, sin un planteamiento que diversifique y complemente las formas tradicionales de la economía campesina.

A pesar de vivir un histórico cambio de ciclo político, en el que la propia Mónica tiene depositadas esperanzas de cambio, pensar en clave turística en un país como Colombia es enfocar un modelo en donde parece primar la dimensión cuantitativa. Un contexto en el que la COVID-19 ha supuesto un pequeño traspiés, que poco a poco parece olvidado. Con 4,6 millones de visitantes en 2022 Colombia no sólo es uno de los pocos países latinoamericanos que ya ha vuelto a niveles pre pandemia, sino que incluso ha superado los datos de 2019. Esta proyección de crecimiento vertiginoso, que se entremezcla con las buenas intenciones y propósitos del nuevo ejecutivo, tal y como se vio en la puesta en escena en la recién celebrada Feria Internacional de Turismo (FITUR) en Madrid, conlleva una gran responsabilidad ante los riesgos de un turismo con poca planificación, que no considera en muchos casos las necesidades locales frente a la conservación del ambiente y la cultura.

Fotografía de Javier Tejera. 

Colombia se ha promocionado con un nuevo concepto como “potencia mundial de la vida”, en donde el turismo pone de relieve el valor diferencial de su biodiversidad y se plantea como una forma de contribución para la transición energética que tiene que hacer el país. Sin olvidar las regiones que han sido, de forma histórica, sus principales destinos y polos de atracción de visitantes. En esta terna, el Eje Cafetero ha ocupado entre el tercer y cuarto puesto en los destinos turísticos de Colombia, después de Bogotá, la costa Atlántica o Medellín. Dentro del nuevo discurso gubernamental, se incluye también la paz como uno de los ejes clave de las regiones, que históricamente han sido relegadas por la violencia sufrida.

Competitividad turística sin límites

Para Mónica Flórez, uno de los grandes retos es que “va calando en el imaginario actual del turismo, que es un rubro que produce dinero”. Sin ir más lejos, en el departamento del Quindío, que forma parte del corredor turístico del Paisaje Cultural Cafetero (PCC) junto a Caldas, Risaralda y el norte del Valle del Cauca, la Cámara de Comercio está invirtiendo muchos recursos en el sector. Sin ir más lejos, acaba de promover la participación de más de 60 empresarios de la región en ANATO, la vitrina turística más importante de Colombia.  

Al hilo de esto, Flórez se pregunta “dónde hay que poner el límite de crecimiento o qué tipo de visitantes son los que necesita el municipio y la región”. A lo que añade que “sólo se escucha la palabra competitividad por todas partes y el atraer a cuántos más viajeros mejor, sin ningún tipo de consulta a la comunidad o a la sociedad civil”. 

Una reflexión que encaja con las previsiones del propio Gobierno Nacional, cuya meta para la región es incrementar en dos años la cifra de visitantes un 30%. Es decir, alcanzar los 73.000 turistas no residentes al finalizar 2024. Sin embargo, Mónica echa en falta que esas cifras “se sustenten en políticas de gestión para el agua, los residuos, la arquitectura o el patrimonio medioambiental del departamento”. Para muestra, algunas realidades. El municipio de Salento, también en el Quindío, ostenta el dudoso honor de ejemplificar de largo cuáles son los estragos de los modelos turísticos de masas en la región. El agua se tiene que limitar en los picos de afluencia de visitantes y el emblemático Valle de Cocora, con un ecosistema único que regula el agua para más de 300.000 personas, es un paradigma de sobresaturación turística en Espacios Naturales Protegidos. 

Fotografía de Javier Tejera. 

Amenazas extractivistas foráneas

A todo esto, se une una nueva realidad que está generando otra problemática bien compleja y peligrosa, con la influencia de grandes empresas agroindustriales productoras de aguacate hass en todo el Paisaje Cultural Cafetero (PCC). “Están apropiándose de la tierra, contaminando el agua de los ríos y regando pesticidas químicos por todas partes”, indica Mónica Flórez varias veces a lo largo de toda la entrevista. “Es una nueva lucha por los derechos campesinos, en donde debemos preguntarnos si somos un destino responsable real o vamos a ser una comunidad más que se ha entregado a los intereses foráneos de empresas multinacionales, creyéndonos que se está generando empleo y desarrollo socioeconómico”, afirma con rotundidad. 

Para Flórez, es un ejemplo más de que “no hay una política clara en el departamento con el patrimonio arquitectónico, con las hidroeléctricas, con la minería o con los monocultivos agroindustriales a gran escala, como está sucediendo ahora con el aguacate hass”. Sin duda, un peligro latente para el patrimonio cultural material e inmaterial que supone el café en esta región, unida a la amenaza medioambiental. 

De hecho, el área cafetera ha disminuido casi un 40% en la última década en el Quindío, con grandes multinacionales de capital extranjero como Green SuperFood y Campo Sol, junto a una nacional, Doña Eva, operada por ALS Inversiones S.A.S., comprando terreno a campesinos locales. 

Un llamado a la esperanza

A pesar de todo, Mónica Flórez pone en valor todo el legado que ha conllevado la lucha activista de estas dos décadas por defender un modelo de desarrollo diferente. “Hemos logrado crear experiencias desde nuestro ámbito local, desde nuestras casas, nuestras veredas”, indica. “Hasta ahora el reparto de los beneficios del turismo es adecuado, gracias a la participación e implicación de la comunidad local. La ciudadanía ha logrado conectarse con unas apuestas para grupos pequeños, que van desde pequeñas fincas de café, actividades respetuosas en la naturaleza con guías certificados o el sector del alojamiento”, añade.

El modelo que se planteaba desde las instituciones era de grandes parques temáticos y de un turismo a gran escala. Sin embargo, el debate en Pijao se centró en torno al modelo Cittaslow, lo que generó “una resistencia para decirle a la gente que no debería ser el empleado del hotel, el empleado de la finca que produce el café o el empleado del bar o restaurante”, afirma Mónica con orgullo. La consecuencia es que, poco a poco, la comunidad se fue apropiando de la oferta que hizo a Pijao algo diferente en el contexto de la región. 

Fotografía de Javier Tejera. 

Hoy en día, Flórez indica que se puede afirmar que “más de un 70% de la oferta de servicios del municipio está en manos locales”. Sin duda, una de las grandes claves de un modelo de desarrollo turístico sostenible, “que funciona mucho con el voz a voz y con recomendaciones mutuas que refuerzan esa gestión local”. A lo que añade que “el valor añadido para el viajero es que siente, de verdad, que con su presencia apoya la economía del lugar”.

Resistencia dando protagonismo a las mujeres y a los jóvenes

En un contexto donde gana mucho peso un turismo de proximidad, con visitantes que llegan del Valle del Cauca (departamento a unas 2-3 horas de distancia), de Pereira o Bogotá (algo más lejanos), Mónica Flórez pone el foco en el valor de las mujeres en el modelo turístico de Pijao, al llevar la batuta de muchos emprendimientos locales. “El papel de la mujer es absolutamente protagonista, ya que cumplen varias funciones, sobre todo las mujeres productoras de café”, señala. 

Hay muchos ejemplos de emprendimientos turísticos gestionados por mujeres. “El trabajo en toda la cordillera es empoderarse, darse confianza mutua y llevar una visión más sensible, humana y conectada con el viajero”, indica. En este sentido, en este marco de reactivación económica postpandemia, se pretende extrapolar el modelo de Pijao a otros pueblos de la cordillera como Buenavista o Córdoba, en un proyecto de ‘Red de viajes slow’. 

Sin duda, un ejemplo de resistencia y empoderamiento de la sociedad civil. “En un paisaje que se está deteriorando, siempre habrá alguien con la sensibilidad de cuidarlo y protegerlo. Eso es lo que sustenta nuestra identidad, nuestro patrimonio”, concluye. Sin lugar a dudas, una reflexión que, en el fondo, es el gran valor del modelo turístico a pequeña escala que se ha promovido en este lugar en las últimas dos décadas.