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En profundidad | Turismo Responsable

27-12-2022

Claves de la precariedad laboral turística desde la óptica feminista de Nancy Fraser

Gema Martínez-Gayo | Alba Sud

Una aproximación al pensamiento de la pensadora feminista Nancy Fraser con el fin de entender mejor las características del trabajo turístico en su doble vertiente: precarizado y feminizado.


Crédito Fotografía: Manolo Finish, tomada de Ctxt.

El sistema capitalista ha ejercido una fuerte influencia en la estructuración del mercado de trabajo y en las condiciones laborales de sus trabajadoras. Las desigualdades en las que se basa establecen los cimientos para una subordinación que define no sólo su situación laboral, sino su vida misma. El sector turístico se inserta plenamente en el sistema capitalista neoliberal basado en una ideología neocolonial y patriarcal (Kalisch y Cole, 2022), por lo que sus trabajadoras se encuentran condicionadas por esa situación, al tener muchas de sus profesiones un nexo con el trabajo reproductivo.

Para poder entender esta precariedad, e intentar luchar contra ella, es necesario aportar soluciones que permitan unas condiciones laborales más justas e igualitarias. En este puntoes donde el pensamiento de Nancy Fraser puede sernos de utilidad ya que su obra se caracteriza no sólo por el análisis teórico sino también por una cercanía con los problemas públicos (Iglesias, 2012; del Castillo, 1994). Nancy Fraser es una filósofa, pensadora y profesora norteamericana que cuenta entre sus principales intereses el estudio de la justicia, los derechos y las reivindicaciones sociales, especialmente las del movimiento feminista (Red Española de Filosofía [Ref], 2018; The New School for Social Research, s.f.). Mantiene en sus escritos un carácter crítico, en el que tiene cabida el diálogo y la revisión de la obra de otros pensadores como Foucault o Habermas, pero siempre con una visión cercana y comprometida con la realidad existente. Su obra se encuentra plagada de respuestas a problemas de la sociedad y siempre a través de una preocupación por las políticas públicas (Iglesias, 2012; del Castillo, 1994).

La obra de Nancy Fraser aborda numerosos aspectos de la realidad social que exceden los límites de este capítulo. Por ello, el objetivo principal es el de utilizar sus ideas de justicia y feminismo para entender la precarización del empleo turístico e intentar extraer conclusiones para enfrentarse a esta situación en un mundocapitalista. 

Capitalismo y trabajo femenino  

El capitalismo ha jugado, y juega, un papel clave en el desarrollo del trabajo femenino, al crear una división entre el llamado “trabajo productivo” y el “trabajo reproductivo” (Federici, 2004/2010). El primero de ellos producía beneficios y el segundo, asignado a las mujeres, producía seres humanos. Se subordinó la segunda tarea a la primera, lo que introdujo nuevas formas de sexismo y de opresión de las mujeres (Arruzza et al., 2019). La labor de reproducción social es de vital importancia, al poner las bases necesarias para el trabajo y para la vida a través del papel ejercido por la escolarización, el cuidado y crianza en la niñez, la socialización, entre otros aspectos (Fraser, 2020). Por tanto, es útil para el propio sistema capitalista, a pesar de ello este la menosprecia, invisibiliza y rechaza (Arruzza et al., 2019). Este empleó la estrategia de dividir la economía en sectores “visibles e invisibles”, donde estos últimos son enviados fuera de la economía “real”, como sucede con las personas que desempeñan las tareas domésticas y de cuidado (Mies, 1999, 2019). Al ser relegadas a la esfera privada la importancia social que se les asigna es menor, reforzada por el hecho de que sus tareas carecen de remuneración (Fraser, 2020). El papel de estas mujeres, en el proceso de acumulación de capital, queda oculto y se les asigna dicha labor por vocación (Federici, 2004/ 2010), dado el carácter emotivo del que se le impregna, lo que crea y refuerza un imaginario del trabajo realizado “por amor” en oposición al que se realiza por dinero (Arruza et al., 2019). Esto las excluye de gran parte de los empleos, y en el caso de participar lo hacen en condiciones peores que sus compañeros (Federici, 2004/2010). Un cambio importante que marcó las nuevas pautas de la posición que ocupaban las mujeres respecto a los hombres, y en la sociedad en su conjunto, fue la instauración de la figura del ama de casa a tiempo completo. Esta división sexual del trabajo fue decisiva ya que ubicó a las mujeres en el hogar, en una posición de dependencia respecto a los hombres que recibían un salario, lo que determinó las condiciones laborales de las mujeres (Fraser, 2020; Federici, 2004/ 2010). La separación entre producción y reproducción formó también una clase de mujeres proletarias que padecen los mismos problemas que los hombres, pero agravados por los menores ingresos y su invisibilidad como trabajadoras (Federici, 2004/ 2010). Se puede decir, por tanto, que esta escisión patriarcal del trabajo genera no sólo separación sino una sumisión, ya que las tareas de las mujeres se separan de las de los hombres y se subordinan a estos (Mies, 1999/ 2019).

Tras la Segunda Guerra Mundial se aplicaron una serie de medidas estatales que lograron, en parte, minimizar la conflictividad social y contrarrestar los elementos desestabilizadores del capitalismo. Los instrumentos económicos keynesianos, el consumo de masas, la preocupación del Estado por el bienestar público a través de unos Estados de Bienestar, más o menos extensos, parecían evitar también las recesiones económicas a la par que se lograba el pleno empleo masculino. Pero lo cierto es que este sistema se basaba en exclusiones raciales, étnicas y de género (Fraser, 2015). En ese momento la mayoría aceptaba el imaginario donde la clase trabajadora se ligaba a la obtención de un “salario familiar”, donde la autoridad recaía en el hombre como proveedor de la economía familiar y la mujer se encargaba de las tareas del hogar. Esta jerarquía de género no sólo influía en la posición de las mujeres en este ámbito, sino que limitaba su participación en el mercado laboral y en las protestas políticas (Fraser, 2020). La década de los años ochenta da muestras de las características del nuevo régimen, un capitalismo financiarizado, globalizado y neoliberal, también caracterizado por contradicciones. Este institucionaliza la división sexual del trabajo basada en el género, anima a las mujeres a incorporarse al empleo, aunque con peores salarios, pero por otro lado disminuye el gasto público y sus prestaciones (Fraser, 2020). Ensalza la igualdad, la libre elección y la meritocracia, mientras permite, cuando no ignora, las desigualdades sociales existentes. Se crean nuevas formas de limitar la protección social y de explotación laboral, lo que deriva en una situación insostenible (Fraser, 2015). La merma en el gasto social estatal obliga a las personas a aceptar condiciones laborales precarias, especialmente aquellas más vulnerables y expulsadas del sector formal, para poder sobrevivir. Dichas condiciones, que se asociaban tradicionalmente a países empobrecidos, se extienden también a amplios sectores de los países más ricos. En este contexto, las mujeres son precisamente las más afectadas por la precarización laboral y por los recortes en los servicios sociales, lo cual las convierte en más vulnerables de cara a afrontar el riesgo de pobreza (Mies, 1999/ 2019). Ahí la doble trampa del neoliberalismo expuesta por Fraser, por un lado, reduce los salarios y empeora las condiciones laborales lo cual, a su vez, exige a las mujeres dedicar más tiempo al trabajo remunerado. Pero, por otro lado, también las obliga a dedicar tiempo al cuidado porque reduce el gasto social y devuelve esas tareas a las familias, lo que implica que en la mayoría de los casos que este recaiga en las mujeres (Correa, 2021). Cuarenta años después, estas estrategias neoliberales han conseguido fragilizar los derechos laborales, reducir las remuneraciones y explotado el medio ambiente. Esto hace mella en la sociedad donde se extiende la idea de que algo tiene que cambiarse (Arruzza et al., 2019).

El empleo de las mujeres en el sector turístico

Tal y como describe Nancy Fraser (2015), en esta etapa del capitalismo posindustrial son escasas las personas con remuneraciones suficientes para sostener a sus familias con un solo ingreso, más si tenemos en cuenta que muchos empleos son a tiempo parcial, o temporales, y no proporcionan el mismo nivel salarial que uno a jornada completa. En el contexto neoliberal la realidad laboral de numerosas trabajadoras se ajusta a la definición de precariedad, donde las mujeres pobres, o en riesgo de pobreza, racializadas e inmigrantes llevan a cabo las tareas de servir en restaurantes de comida rápida, cuidan de niños y ancianos y limpian despachos, casas particulares o habitaciones de hotel (Arruzza et al., 2019). Se produce una mercantilización del trabajo reproductivo, pero esto no provoca un empoderamiento para las mujeres que lo realizan, sino que las obliga a realizar una doble o triple jornada, apropiándose el capital de su trabajo y de su tiempo. La asignación de esta esfera reproductiva a las mujeres también limita su participación en la “dimensión productiva” y las deja exhaustas y, a la mayoría, en empleos poco estables y sin posibilidades de planificación a largo plazo. Precariedad que no permite obtener una remuneración adecuada, ni los necesarios derechos laborales y sociales, ni tampoco reconocimiento, autonomía o autorrealización. No sólo eso, sino que también se dan condiciones de explotación, vulnerabilidad o incluso acoso (Arruzza et al., 2019).

La situación anteriormente descrita encaja en muchos de las ocupaciones turísticas femeninas. Las tan aludidas y publicitadas oportunidades de empleo para las mujeres en el sector se traducen, en numerosos casos, en peores condiciones laborales y en un número limitado de puestos de trabajo marcados por la conexión con la esfera doméstica y el trabajo reproductivo expuestos por Fraser. En las actividades turísticas abundan los contratos estacionales y temporales, las jornadas a tiempo parcial y la economía informal, desempeñados habitualmente por mujeres (Pureell, 1997). A nivel mundial estas tienen menores remuneraciones, empleos más inseguros, cuentan con menos oportunidades de promoción (Kalisch y Cole, 2022) y barreras a la movilidad laboral. Las trabajadoras suelen acceder al mercado laboral turístico para determinadas ocupaciones bajo una demanda condicionada por el género, además de otros aspectos como la raza o nacionalidad (Sinclair, 1997a, 1997b). Esto supone que los estereotipos de género sobre la adecuación de tareas a mujeres y hombres sigue activa y mantiene, y también refuerza, las divisiones y desigualdades de género en el sector (Sinclair, 1997a). Pureell (1997) describe la presencia mayoritaria de mujeres en las actividades de catering y alojamiento, debido a las conexiones que estas tienen con las tareas desarrolladas en el trabajo doméstico.  Estos puntos en común serían, por ejemplo, el proporcionar cuidado y bienestar a la clientela o el servir y preparar comida, entre otras tareas, que se asumen como parte de las actitudes innatas a las mujeres desarrolladas a través de la socialización y de la división sexual en el hogar. Por tanto, las relaciones de género en el turismo muestran la desigualdad existente en la sociedad (Pureell, 1997) y, más allá de diferencias territoriales, están aún lejos de ser un referente para eliminarla. El camino hacia unas relaciones laborales más igualitarias en el sector pasa por eliminar esas ideas y conductas que refuerzan, en muchas ocasiones, la división sexual del trabajo y todo lo que esta conlleva (Sinclair, 1997b).

Intersección entre el pensamiento de Nancy Fraser y el trabajo turístico femenino

Una de las ideas básicas de Nancy Fraser respecto al feminismo es la de evitar que este fracase y contribuya, aún de manera inintencionada, a reforzar el neoliberalismo. Para ello, este debe eliminar sus apoyos a la dominación de una clase poderosa (Arruzza et al., 2019) y modificar la visión de género hasta extenderla a un número mayor de problemáticas existentes en la sociedad (Fraser, 2012). Entre estas se deben incluir las peticiones referentes a la reproducción social que van mucho más allá de lograr un equilibrio entre vida y trabajo, incluyen los derechos de la población migrante, de las trabajadoras domésticas y empleados públicos, también sobre vivienda y atención a personas mayores, y un largo etcétera. Es, en definitiva, la reivindicación de una nueva organización y conceptualización de lo que el capitalismo ha establecido, y separado, con las esferas productiva y reproductiva. Esto permite la búsqueda de soluciones para todo tipo de personas con independencia de su orientación sexual, clase social, sexo y raza, a la par que pone en valor e integra la reproducción social con las demandas por un trabajo decente y seguro (Fraser, 2020).

Para lograrlo, la autora incorpora una serie de conceptos clave, como son su idea de justicia y la dupla de redistribución y reconocimiento. Y son precisamente estos tres anclajes los que se emplearán para detectar las desigualdades de género en el sector turístico.

Redistribución y reconocimiento

Nancy Fraser (2012) demanda que el género sea visto a través de dos dimensiones independientes pero que se retroalimentan: la distribución y el reconocimiento. En el primer caso, la distribución, permite identificar a la estructura económica como generadora de injusticias distributivas basadas en el género. Y a través de la perspectiva del reconocimiento se detecta que existe un valor cultural institucionalizado que privilegia los rasgos asociados a lo masculino mientras resta valor a todo lo concebido como femenino. Ambas dimensiones son necesarias para luchar contra la subordinación histórica de las mujeres, pues esta tiene que ver tanto con la clase como con el estatus.

En la perspectiva distributiva el género es una diferenciación similar a la clase que, por tanto, descansa en la estructura económica de la sociedad. Como principio de la división del trabajo marca la escisión entre el trabajo productivo y remunerado y el reproductivo sin remuneración, este último designado a las mujeres. Pero su influencia también se extiende hasta la segmentación y estratificación del empleo remunerado. Los hombres desempeñan de manera mayoritaria aquellas ocupaciones que proporcionan ingresos superiores, mientras que las mujeres se encuentran más presentes en aquellas de atención y cuidado, relacionadas con las tareas del hogar, que procuran unos salarios inferiores (Fraser, 2012). En el ámbito turístico, un ejemplo claro de los obstáculos relacionados con los estereotipos de género y la división sexual del trabajo podemos encontrarlo en los empleos de los servicios de alojamiento. Las trabajadoras son mayoría en ocupaciones donde las condiciones laborales son precarias, peor pagadas (Cardenal de la Nuez et al., 2020; Díaz Carrión et al., 2014), con escasa cualificación, reducidas oportunidades dentro de la organización, elevada exposición al estrés y la explotación laboral, con desigualdad de trato o un mayor riesgo de pobreza (Baum y Cheung, 2015). En los hoteles es común que exista una concentración de trabajadoras en puestos calificados “de mujeres”, como la limpieza o ayudantes de cocina, peor valorados y remunerados. Lo cierto es que este hecho no encuentra su justificación en unos niveles formativos inferiores a los de sus compañeros, sino que se deriva de una división sexista de las tareas entre mujeres y hombres (Huete et al., 2016). Se produce una injusticia distributiva, de tipo socioeconómico, que se asienta en las diferencias de género existentes (Fraser, 2012) y que obliga a estas trabajadoras a soportar explotación laboral, trabajos no deseados, empleos mal remunerados o sin salario, que no proporcionan los ingresos suficientes para garantizar el nivel de vida necesario y evitar la pobreza (Fraser, 1996). Resulta, por tanto, necesaria una política redistributiva para evitar la escasez, la desigualdad de clase, la explotación (Fraser, 1996) que sufren una parte de las trabajadoras turísticas.

Por su parte, el reconocimiento se enfoca en cómo las normas de género influyen en la cultura y en un sistema estratificado centrado en el estatus. En la sociedad se favorecen los aspectos masculinos frente a la desvalorización de lo femenino, que hace que las mujeres ocupen un lugar inferior, cuando no invisible. El estatus de la mujer está subordinado en función de su género lo que conlleva situaciones de privación de derechos, violencia doméstica, marginación o directamente expulsión de la vida pública (Fraser, 2012). Ejemplos de ello en el turismo encontraríamos acoso y la violencia sexual en el ámbito laboral, las representaciones sexualizadas en la promoción del sector, el escaso valor de muchas de las tareas desempeñadas por mujeres, entre otros aspectos derivados de esa falta de reconocimiento. Ese sexismo de aspecto cultural, que traspasa al sector, supone una falta de valor de todo lo que rodea a aquello calificado de “femenino” pero que va más allá de afectar exclusivamente a las mujeres. Todos los grupos sociales que cuentan con un bajo estatus social se encuentran ahora en peligro de ser “feminizados” y, por lo tanto, maltratados e infravalorados (Fraser, 1996). Las características de gran parte del empleo turístico femenino como son los bajos salarios, la precariedad, la flexibilidad, la capacidad multitarea, derivan en un ahorro de costes que las hacen atractivas para el capitalismo, que desea extenderlas a toda la fuerza laboral (Morini, 2010/2014). Pero son mayoritariamente ellas las que son trivializadas en el sector turístico, se las devalúa en campañas promocionales a través de un imaginario en las que aparecen estereotipadas y cosificadas, se las acosa y son víctimas de ataques de tipo sexual. También supone ser tratadas como inferiores, que no se escuchen sus intereses, se las excluya de los procesos de toma de decisiones, lo que al final repercute en una merma de derechos, desigualdad e injusticia en el sector turístico y también en la sociedad (Fraser, 1996). De ahí la gran importancia de la política del reconocimiento de Nancy Fraser, el seguir obviando este aspecto favorece la violencia, la normaliza y arraiga en el sistema y en todos los aspectos (Arruzza et al., 2019), incluido en el mercado laboral turístico.

Ambos aspectos, redistribución y reconocimiento, son igualmente imprescindibles a la hora de luchar contra las desigualdades de género. Para combatir las diferencias salariales de mujeres y hombres, también presentes en las actividades turísticas, no podemos verlo exclusivamente como un problema económico ya que los valores de género tienen influencia en este hecho. Esto se traduce en que las ocupaciones con menores remuneraciones en el turismo son en la mayor parte de los casos concebidos como “tareas de mujeres”, vinculadas al trabajo reproductivo y que no se consideran dignos de respeto en cuanto a las habilidades necesarias para realizarlos. De igual modo, las actividades consideradas domésticas y de cuidado, y todas las relacionadas con estas, no pueden ser abordadas únicamente desde una acción cultural. Ya que esta falta de poder se encuentra íntimamente ligada a las condiciones económicas que generan dependencia, “sólo un enfoque que corrija la devaluación cultural de lo «femenino» precisamente dentro de la economía (y en otros ámbitos) puede proporcionar una redistribución seria y un reconocimiento genuino” (Fraser, 1992: 285).

Justicia de género

En su lucha contra la subordinación de las mujeres la política feminista debe combinar políticas de reconocimiento con las de redistribución. Para ello, se necesita un concepto de justicia amplio que contenga ambas preocupaciones, esa visión bidimensional será clave para abordar la injusticia sexista en su totalidad (Fraser, 2015). Esta noción de justicia supone la paridad participativa, lo que implica que las medidas aplicadas en la sociedad permiten a las personas adultas que interactúen como iguales. Para ello, debe existir una distribución de recursos que garantice la independencia e intervención de las personas participantes y, también, un contexto cultural en el que se respeten y valoren por igual a todas ellas. No obstante, los propios cambios sociales generados por la globalización suponen una ampliación de del concepto inicial de justicia dado por la autora. Propone ahora una visión tridimensional donde la redistribución y el reconocimiento se acompañan de la representación. Esta demarca quién está incluido y excluido de la comunidad y, también, “se encarga de los procedimientos que estructuran los procesos políticos de protesta”(Fraser, 2015: 228). Esto nos permite entender que la posibilidad de realización de reivindicaciones redistributivas o de reconocimiento dependen de la representación. Y viceversa, la capacidad de tener voz política depende de las relaciones de estatus y de clase. Las tres dimensiones se retroalimentan e intensifican mutuamente, lo que puede influir en las posibilidades de participación en la vida social (Fraser, 2015).

Anteriormente se ha podido ver que una parte importante de las trabajadoras turísticas cuentan con condiciones laborales que encajan con las injusticias de distribución y reconocimiento. Estas les suponen una serie de barreras para participar plenamente en la sociedad, más si tenemos en cuenta que muchas de esas desigualdades de género carecen de visibilidad por su vínculo con las tareas domésticas. Dicha opacidad permite la desregulación y, por tanto, la gratuidad, la falta de derechos respecto a horarios, vacaciones o enfermedad. Esto es lo que se transmite ahora al mercado laboral: la falta de regulación que facilita la precarización laboral (Morini, 2010/2014). Por eso resulta clave el hecho de que las mujeres comenzaran a considerar los ámbitos definidos como “privados” como algo político, ya que supone una auténtica reconceptualización del trabajo al visibilizar esas tareas, domésticas y de cuidado, que permanecían ocultas (Mies, 1999/2019). En la actualidad cada vez más grupos de mujeres han expuesto a la vida pública sus necesidades y, también, las han politizado. Temas antes vedados, e invisibles, como el acoso sexual, la segregación laboral o el doble turno, son expuestos públicamente, de manera que el feminismo considera a estas mujeres en términos de colectividad política. Aunque esta unión es muy variada y aparece fragmentada, como expone Fraser, lo cierto es que ocupa un lugar en la vida pública (Fraser, 2015). Esto también concuerda con lo ocurrido en el sector turístico, las demandas de sus trabajadoras son cada vez más conocidas y comentadas, a la par que se adhieren a otras peticiones respecto a injusticias presentes en la sociedad. Se visibiliza con ellas la contribución de las tareas reproductivas y su explotación por el capitalismo, pero también aspectos antes velados de las tareas del ámbito productivo desempeñadas por mujeres, como la violencia sexual. Niegan el derecho a subordinar el trabajo realizado por las mujeres con independencia que este haya obtenido un salario o no (Arruzza et al., 2019) e incluyen a todas aquellas que sufren explotación y opresión, que se encuentran invisibilizadas e infravaloradas. Todo ello para que ocupen el lugar que se merecen en la sociedad, como plenas interlocutoras en la interacción social (Fraser, 2015; Arruzza et al., 2019).

Conclusiones

El capitalismo se asienta de forma permanente sobre contradicciones y es cada vez más cuestionada su capacidad para generar una economía eficiente y garantizar la igualdad y la justicia (Kalisch y Cole, 2022). Es un “capitalismo caníbal”, término empleado por Nancy Fraser y que da nombre a uno de sus libros más recientes, ya que precariza, desmantela y desprecia todo aquello que le permite sobrevivir (Bernabe, 2022) y, al mismo tiempo, tal y como apunta la autora, elimina las nuestras propias posibilidades de supervivencia (Mosquera, 2021). En este sentido, Nancy Fraser (2020) afirma que el capitalismo ha instaurado una serie de separaciones institucionalmente, como la comentada entre producción económica y reproducción social, lo que ha establecido de manera oficial una dominación masculina y una explotación de la fuerza de trabajo. De ahí se deriva una de sus principales incoherencias, desprecia al trabajo reproductivo, normalmente no remunerado, a pesar de que sin él que no podría existir. Lo subordina y con ello a las mujeres que lo desempeñan, y por extensión a todas las tareas de la esfera productiva relacionadas con este. Se convierte así en un problema feminista, de opresión de género, pero compuesto por varias aristas vinculadas a la raza, la sexualidad, la clase social o la nacionalidad (Arruzza et al., 2019). Hoy en día la “feminización” resulta atractiva para el sistema al conseguir la reducción de los derechos laborales y precarizar las condiciones de trabajo, lo que antes estaba en los márgenes del mercado laboral ahora se generaliza y alcanza también a los hombres (Morini, 2010, 2014). Pero siguen siendo ellas, las trabajadoras, quienes soportan en mayor medida esta precarización, y la COVID-19 ha dado pruebas de ello. Tal y como expone Nancy Fraser en una entrevista en el año 2021, los puestos considerados esenciales, más allá del personal sanitario, como cuidadoras, cajeras y limpiadoras, se caracterizaban por su feminización y racialización. Calificadas de imprescindibles pero menospreciadas al ser expuestas a los riesgos sin miedo a su sustitución en caso de necesidad (Correa, 2021).

El sector turístico se encuentra atravesado por estas divisiones, y contradicciones, descritas por Fraser. En la superficie, sus actividades cuentan con una elevada presencia femenina, superior a la del conjunto de la economía. Pero un análisis más profundo desvela que esa imagen esconde desigualdades de género en los ámbitos distributivo, de reconocimiento y de representación expuestos por la autora. Su presencia es mayor en puestos con una elevada temporalidad y a tiempo parcial, donde se perciben salarios inferiores y se limitan el acceso a derechos laborales. Suelen concentrarse en ocupaciones de la parte baja de la jerarquía ocupacional, trabajos considerados de mujeres, muy estereotipados, fruto de la distribución sexista de tareas del sector. Sus oportunidades laborales, y sus trayectorias profesionales, se ven influidas por el reparto desigual de las responsabilidades familiares. Además, la imagen proyectada de ellas en la promoción turística todavía destaca aspectos que influyen en cómo son tratadas, ya sea por resaltar roles tradicionalmente femeninos o por potenciar la sexualización de su imagen. Ambos aspectos refuerzan unas relaciones asimétricas y una subordinación de género que se traslada a procesos de selección y a comportamientos dentro del ámbito laboral. Las trabajadoras son cosificadas y se las coloca en una posición de desventaja respecto a clientes, compañeros y superiores jerárquicos. También suelen desempeñar puestos con poco prestigio, desvalorizados e invisibles respecto a su aportación en el éxito del negocio turístico, esto influye en que sus demandas no sean muchas veces escuchadas en un plano de igualdad respecto a sus compañeros.

Las reivindicaciones del feminismo expuestas por Fraser ponen en el foco a las personas pobres y su dominación, especialmente mujeres, en un movimiento que rompe las barreras nacionales y puede denominarse mayoritario (Correa, 2021). Este es el espíritu que debe guiar también las demandas de las trabajadoras turísticas, una mayor amplitud, incorporar a todas esas trabajadoras que ocupan la base de la jerarquía ocupacional en las organizaciones del sector y que son mayoría (Arruzza et al., 2019).  Esto incluye a mujeres migrantes, en situación administrativa irregular, en la economía sumergida, en trabajos por horas o no remunerados, desempleadas, en situación de precariedad, en empleos con profundos lazos con la esfera reproductiva y muchas otras que han sido frecuentemente olvidadas (Arruza et al., 2019; Correa, 2021). Esta omisión respalda el capitalismo, empeora la vida de las mujeres y genera un malestar que favorece apoyos a posturas reaccionarias, de retroceso, para estas, tal y como apunta la autora (Correa, 2021).

Un trabajo turístico más justo pasa por la eliminación de las brechas salariales, mejorar la protección social, eliminar los estereotipos de género y revalorizar el papel de las trabajadoras en el sector, especialmente aquellas con vínculos con el trabajo reproductivo, que siguen siendo consideradas labores fáciles y baratas. Debe existir un reparto más justo de las tareas (Mies, 1999/2019), productivas y reproductivas, para eliminar la subordinación de las mujeres en la vida privada y en la social, para que estas ocupen su lugar como iguales (Fraser, 2020). No podrá alcanzarse una corresponsabilidad en el ámbito doméstico y eliminar la desigualdad en la esfera productiva si no se modifican estos aspectos. Es preciso reorganizar y establecer una nueva relación reproducción y producción, no olvidarse del gasto social y de priorizar a las personas (Arruzza et al., 2019), también en el turismo.

 

Referencias:
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The New School for Social Research. (s.f.). Nancy Fraser. Henry A and Louise Loeb Professor of Political and Social Science.
Este artículo se publica en el marco del proyecto «Turismo inclusivo, una demanda de justicia global», desarrollado por Alba Sud con el apoyo del Ayuntamiento de Barcelona, convocatoria Justicia Global 2020.