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24-11-2022

Azafatas de eventos: más que una sonrisa

Carla Izcara & Ernest Cañada | Alba Sud

El sector MICE en Barcelona juega un papel clave dentro del ecosistema turístico de la ciudad pero ¿quién lo sostiene realmente y en qué condiciones? Hablamos con personas que trabajan en el sector para conocer cómo es su trabajo y como les ha afectado la pandemia de la COVID-19, y la posterior reactivación.


Crédito Fotografía: AED en Flickr, bajo licencia creative commons.

Barcelona es la cuarta ciudad a escala mundial como organizadora de congresos y genera alrededor de mil novecientos millones de euros anuales según datos obtenidos el 2019 por el Barcelona Convention Bureau. El año 2021, después de la parada del turismo internacional por la pandemia de la COVID-19 y las dificultades para volver a la presencialidad, el Consorcio Turismo de Barcelona, a través del Convention Bureau, creó el “MICE Destination Support Program”, que conlleva una inversión de 3 millones de euros para reactivar el sector de las reuniones, incentivos, congresos y exposiciones (MICE) de la ciudad. Algunos de los puntos a destacar es que se impulsarán aquellos congresos con más de “quinientos participantes, vinculados a los ámbitos digitales, científicos o creativos y que incorporen criterios de sostenibilidad y retorno en a la ciudad”. Dentro del marco de esta reactivación de los congresos en Barcelona, del 19 al 21 de octubre de 2022 se celebró el polémico congreso “The Distict” que reunía a los principales fondos de inversión inmobiliaria del ámbito global y treintaitrés organizaciones de la sociedad civil se posicionaron en contra dada su vinculación a la economía especulativa.

Dado el peso del sector en la ciudad y el dinero público que se están destinando a su promoción, se vuelve esencial analizar de cerca las características y condiciones laborales de las personas que sostienen estos acontecimientos, a la vez que se tienen que poner en cuestión los “criterios de sostenibilidad y retorno a la ciudad” con los cuales son alabados. En concreto, nos fijamos en el personal de eventos, popularmente conocidas como azafatas de eventos, y como la COVID-19 ha afectado y ha acelerado dinámicas de cambio en la posterior reactivación turística.

¿Quién son las azafatas de eventos?

Se trata de un sector muy feminizado. Jaume, jefe de proyecto de una empresa de personal para eventos, confirma que la “grandísima mayoría son chicas, un 70-30 fácilmente” [1]. Así mismo, Pilar, que trabaja en una empresa de organización de congresos, explica que desde la vertiente de la preparación de eventos también “se trata de un trabajo muy femenino, el 95% en nuestra empresa somos mujeres”. Sin embargo, los últimos años el porcentaje de hombres ocupando estos lugares de trabajo ha aumentado, según perciben las mismas personas consultadas. Así, por ejemplo, Sofía, que trabaja en la gestión de cartera de clientes de una empresa de Barcelona dedicada a organizar eventos de todo tipo, y que contrata azafatas ,directamente o a través de empresas especializadas, lo confirma: “es un sector muy feminizado, mucho, pero también te digo que cada vez hay más chicos”.

En segundo lugar, también predominan personas jóvenes. La mayoría de mujeres que hacen el trabajo de azafata suelen ser estudiantes y tienen entre 18 y 25 años. Tanto Pilar como Jaume aseguran que el perfil mayoritario son personas que están estudiando y se ven atraídas, según él, “por la remuneración y la facilidad de gestionárselo con otras cosas”. Además se considera un trabajo temporal, “que les ayuda puntualmente en sus estudios”, dice Pilar. “Es un trabajo realmente temporal -asegura Sofía–, y esto para nosotros supone que un día encuentras a una y al día siguiente ya no la encuentras, porque ha encontrado otro trabajo y esta no es su prioridad. Y aquí la gente no se profesionaliza, e incluso te diría que muchas veces lo excluyes del currículum, y no pones que has sido azafata”.

Imagen de Pablo Miozzi en Flickr, bajo licencia creative commons. 

Así pues, en líneas generales, la fuerza de trabajo visible en los congresos y eventos son mujeres jóvenes, de entre 18 y 25 años, estudiantes, cuyo trabajo responde a una fase exploratoria, transitoria e incierta en su vida profesional, que entraría en aquella categoría que denominamos liminalidad. La mayoría de azafatas entrevistadas destacaban la circunstancialidad y flexibilidad de este trabajo. Anna, azafata de 24 años, destacaba la posibilidad de poder estudiar y trabajar a la vez, así como Verónica, que trabajó como azafata mientras estudiaba en la Universidad, afirma que lo hacía “para ganar un poco de dinero”, pero que no es el trabajo “que realmente buscas”. Jaume lo confirma diciendo que en el mejor de los casos, su empresa puede contar con que trabajará con la misma persona “tres, cuatro, cinco años como mucho”. Así mismo, recuerda como lo que más les afectó para encontrar personal fue el Plan Bolonia, debido a que empezó a ser obligatorio asistir de forma presencial a clase. Y lo ilustra con el siguiente ejemplo: “si me piden dos mil personas en agosto, son fáciles de encontrar, pero que no me las pidan en una época que haya exámenes, porque mi perfil de personal está estudiando”. Por otro lado Daniela, azafata de 38 años, una de las pocas que hemos encontrado que sigue en activo después de muchos años, también lo asociaba a que es “un trabajo que no te permite vivir”.  En su caso, su continuidad se debe a que lo combina con otro trabajo como autónoma que es su principal fuente de ingresos.

En cuanto a las tareas que desarrollan son muy variadas, pero mayoritariamente se centran en dar información. Otros trabajos son guiar y recibir las personas asistentes, promocionar productos, pasar el micrófono por el público, abrir y cerrar puertas... Posiciones muy operativas que pueden parecer fáciles de hacer o no estar valoradas, pero son las que sostienen el buen funcionamiento de un evento o un congreso.

Un trabajo precario

Un primer síntoma de la precariedad de este trabajo es la baja remuneración. Todas las entrevistadas coinciden que su retribución oscila entre 7 y 10 euros la hora. En cambio, las empresas que organizan estos acontecimientos, como nos comentan de una*DMC (Destination Management Company) de forma confidencial, están pagando a las empresas de personal como mínimo 19,46€ la hora de media, si se trata de una trabajadora sin conocimiento de idiomas. En el caso de saber idiomas, la tarifa aumenta hasta 21,74€ la hora. Asímismo, las azafatas de imagen con idiomas reciben una remuneración superior a sus compañeras, 25,95€ la hora de media. Finalmente, las azafatas que reciben una mejor remuneración son las “senior” o coordinadoras, las cuales tienen mayor responsabilidad, 26,30€ la hora. Igualmente lo confirma Sofía, que regularmente tiene que contratar azafatas para los acontecimientos que le encargan sus clientes. “Es un trabajo mal pagado –dice–, a no ser que haga de azafata de productos alcohólicos en una discoteca, que entonces se paga nocturnidad, un plus por eso y otro plus por aquello, pero para eventos realmente está mal pagado”.

En segundo lugar, también es una lucha constante conseguir que el cliente o clienta asuma las dietas o las horas de formación del personal de eventos contratado. Estos actos acostumbran a celebrarse en zonas alejadas del centro de la ciudad y el traslado al lugar de trabajo, muchas veces de madrugada donde el servicio de transporte público es mínimo o ausente, lo tienen que asumir las trabajadoras y supone un gasto importante. Además, algunas entrevistadas expresan como se han sentido inseguras durante estos desplazamientos, porque en ocasiones tienen que “cruzar la ciudad por la noche solas”, explica Daniela, y en otros lo tienen que hacer con los uniformes puestos. “Me pueden pasar muchas cosas”, concluye Irma, coordinadora de azafatas que trabaja por cuenta propia.

Imagen de TED Córdoba en Flickr, bajo licencia creative commons. 

Una tercera característica es la exigencia de cumplir una serie de requisitos físicos. Las entrevistadas coinciden en haber sentido esta presión en algún momento, ya sea por los uniformes que se ven obligadas a llevar, o por algunas indicaciones de sus superiores. Así lo confirma Sofía a partir de lo que le piden: “Cuando tú tienes un evento ya ves un poco el perfil de azafata que necesitas, si hace falta una chica con el pelo largo, liso y muy delgada, o no tienes estos requisitos. Me ha pasado que te dicen: tienen que ser guapas. Ostras, al final la guapura es muy relativa. Y yo veo que es discriminatorio, porque al final, ¿qué pasa, que si no es guapa no puede trabajar?”.

Un caso que saltó a la luz pública fue la polémica alrededor de una azafata que en 2021 no pudo trabajar en Fitur porque no había uniformes de su talla. Para Sofía “este fue un caso entre veinte mil que hay y que no salen, porque al final es una cosa muy cotidiana. La presencia es muy importante cuando estás trabajando de cara al público, es lo que vende”.

Paola, una de las azafatas entrevistadas, sostiene también que las características físicas “por desgracia, siguen siendo una limitación”, que condiciona quién puede trabajar y en qué posiciones según unos determinados cánones de belleza predominantes, y no las capacidades para llevar a cabo unas tareas específicas. De hecho, en muchas ocasiones se continúan pidiendo fotografías antes de contratar al personal. Anna explica cómo en más de una ocasión le han pedido “fotos, medidas y tallas” antes de confirmarle un trabajo. Asimismo, Irma explicaba en una mesa redonda organizada por Alba Sud el pasado mes de julio, como una clienta le había pedido si se “podía poner un pañuelo en la cabeza” para tapar sus trenzas africanas. Esta petición fue comunicada por mensaje de texto la noche anterior al inicio del evento.

En relación a esto, Daniela, que recientemente se ha quedado embarazada, afirmaba que, cuando comunicó su estado a quien organizaba el acontecimiento, y después de días de espera, al contactar de nuevo, la informaron que ya no contaban con ella. A pesar de llegar a comprender que “la imagen es bastante importante y quizás una azafata embarazada no se acepta”, apunta que lo que la ofendió más fue el hecho que “me estaban engañando diciendo que habían cerrado el grupo por prisa” y está segura que la razón era “porque no querían trabajar con una azafata embarazada”.

A pesar de que esta es una dinámica muy generalizada, no todas las empresas trabajan de este modo. Por ejemplo, Jaume explica cómo su empresa a nivel físico no pide “ningún tipo de requisito” y que, sin desmerecer el trabajo de imagen, “no nos dedicamos, y hace muchos años que intentemos huir de esta definición”, y también añade que “siempre que nos piden chicas decimos que no”.

Imagen de Headway en Unplash, bajo licencia creative commons. 

En cuarto lugar, los casos de acoso sexual son habituales y naturalizados como una cláusula más en el contrato. “En aquel momento yo creo que lo interiorizaba como una cosa normal”, expone Verónica. Prácticamente todas las testimonios explican cómo en alguna ocasión se han sentido incómodas en relación a este aspecto. Por ejemplo, Anastasia, azafata y coordinadora de azafatas de origen ruso, dice como “la amabilidad, la sonrisa y el querer dar un buen servicio se pueden interpretar de otro modo”. Anna cuenta como el responsable de la empresa que había contratado sus servicios como azafata, antes del inicio de la feria, se dirigió a ella y le pidió perdón por avanzado “por si algún cliente, quizás, tal...”. Y seguidamente añadió que si sucedía algo le avisara y evaluarían qué hacer, dado que allí “había clientes muy importantes”. Anna, con perplejidad, explicaba cómo esa persona daba por supuesto que una situación así pasaría y que en función de quien fuera el implicado no se haría nada al respecto. Este ejemplo pone en evidencia como muchas empresas no cuentan con ningún tipo de mecanismo de protección para sus trabajadoras y como son cómplices de muchas de las situaciones de acoso que sufren. Una muestra más podría ser algunos de los uniformes que hacen llevar a las trabajadoras, los cuales, además de cosificarlas, acostumbran a ser incómodos, debido a la obligatoriedad de llevar zapatos de tacón o falda, no hay suficientes tallas o porque no son suficientemente abrigados y pasan frío.

Siguiendo con este hilo, se trata de un trabajo con diferentes riesgos para la salud, tanto física como mental. La dolencia más repetida es el dolor de pies, piernas y espalda a causa de las largas jornadas de pie y en muchas ocasiones usando un calzado poco cómodo, de tacón. Anastasia narra cómo sufre el “síndrome de las piernas inquietas”, una afección que causa hormigueo, dolor y movimientos involuntarios en las piernas interrumpiendo el sueño y que está asociado a trabajos que requieren estar muchas horas de pie, con turnos de noche y horarios rotativos. Asimismo, las condiciones meteorológicas también afectan, porque, por ejemplo, Anna recuerda “pasar siempre mucho frío” e Irma explica cómo una vez que “hacía mucho calor” y tuvo que estar ocho horas de pie bajo el sol experimentando mareos. Tanto Anastasia como Irma concuerdan en que son jornadas muy largas sin hacer pausas, y Anna intuye que es porque “se olvidan de ti”. Xenia, otra de las azafatas entrevistadas, explica que más allá del cansancio físico que comporta trabajar una jornada tan extensa, sufren agotamiento mental, porque “ninguna persona puede trabajar 13 horas por más joven que sea y tenga energía”.

Las condiciones en las que tienen que comer durante los eventos y la alimentación que reciben también reciben fuertes críticas. Tanto Anastasia como Irma informan que no tienen un espacio donde poder hacer las comidas que les corresponden; Verónica apunta como “no se contemplaba si habías comido o no” y Mónica, otra de las azafatas consultadas, explica que “comíamos si podíamos”.

Así mismo, en cuanto a los efectos de este tipo de trabajo en la salud mental de las trabajadoras, Verónica confiesa que “teniendo 18 o 19 años y recibiendo un pantalón en el que solo te cabe una rodilla hace pensar cosas”, haciendo referencia a que el uniforme estaba diseñado para un cuerpo muy delgado y esto le podría haber generado un rechazo hacia su cuerpo. Paola, por su parte, expone como “el ser chica objeto, pero que pasa desapercibida porque está 10 horas en tacones y nadie te dice nada” también tiene consecuencias en la autoestima y genera “cansancio mental”, afirma Xenia. Además, Anastasia considera que “nos tratan mal, nos hablan mal, llevo tres horas y no me preguntan si estoy cansada”.

Imagen de Smart Mum en Flickr, bajo licencia creative commons. 

Finalmente, las entrevistadas estarían de acuerdo con que es “un trabajo poco valorado” a pesar de que “acabas teniendo bastante responsabilidad”, puntualiza Anna. Paola coincide en que “son las grandes olvidadas” y reivindica que “muchos de estos acontecimientos salen adelante gracias al equipo de azafatas” y que “hay gente muy válida”. Según Verónica, el problema es que “no valoran ni tu inteligencia, ni tu conocimiento, ni que sepas hacerlo bien o mal” y valoran “que les sirvas como percha”, haciendo referencia a la imagen y buena presencia. En línea con estas quejas, trabajadoras como Anastasia, que llevan unos veinte años trabajando como azafata y coordinadora de equipo, reivindican que “es una profesión”, y que así tendría que ser valorada.

¿Nuevas etapas, misma precarización?

La llegada de la COVID-19 supuso una gran sacudida para el sector MICE. Los congresos y eventos desaparecieron y así lo hicieron estos puestos de trabajo, muchos de ellos sin ningún tipo de cobertura por parte del Estado, a diferencia de otros secto res que sí se pudieron acoger a medidas de protección social. En cuanto a las empresas de organización de acontecimientos, Pilar explica cómo “la empresa se tuvo que reinventar y tuvimos que hacer muchos congresos virtuales con todo lo que supuso”, haciendo referencia a los costes de formación en el ámbito digital y la diferencia de capacidades requerida. En este contexto, muchas empresas del sector se vieron afectadas, con fusiones o cierres y, sobre todo, reducción de personal.

En el escenario de reactivación turística, Pilar describe como “brutales” las perspectivas, en el sentido que “la gente tiene muchas ganas”. De hecho, el retorno de los congresos en Barcelona durante el año 2022 ha sido destacable. En cuanto a Cataluña, según publicaba Hosteltur refiriéndose a datos proporcionados por la Agencia Catalana de Turismo, “hasta julio se ha generado una gasto de 850 millones de euros y el sector MICE se ha recuperado un 81% respecto el año 2019”. Aun así, se prevé que “la recuperación plena del sector MICE llegue en 2024”.

En lo referente al trabajo de azafata, la transformación más notoria ha sido la digitalización de las acreditaciones. Jaume opina que la COVID-19 ha provocado una “aceleración en la utilización de los sistemas informáticos”, dado que “comprando un programa informático, gestionado por unos informáticos, las empresas se pueden ahorrar miles de euros en un mostrador de cuarenta personas, durante tres días, haciendo esta tarea”. Y explica cómo antes en un congreso donde mil personas podían trabajar, “trescientas eran de acreditaciones, y ahora estas trescientas ya no existen”. A pesar de que esta figura prácticamente ha desaparecido o se ha reducido significativamente, durante la pandemia apareció la posición del “gestor covid” o “covid Marshall”, que velaba para que las medidas sanitarias y de distanciamiento personal se respetaran; las azafatas también tuvieron que realizar nuevas tareas asociadas a la situación sanitaria, como controlar aforos, registrar los contactos estrechos, cambiar el capuchón del micrófono, etc.

Actualmente, con un alto porcentaje de la población vacunada, las medidas sanitarias se han ido reduciendo y estas nuevas posiciones y tareas también han desaparecido. Por tanto, podríamos concluir que la COVID-19 ha acelerado la digitalización del sector y en consecuencia ha provocado una pérdida de lugares de trabajo.

Un segundo cambio que ha afectado el sector en los últimos tiempos ha sido la Reforma Laboral de 2022, en la que una de las principales medidas ha sido la desaparición del contrato por obra y servicio, característico de este sector. En el trabajo de las azafatas, al ser temporal y puntual, la modalidad contractual más habitual era la de obra y servicio, aunque la mayoría de trabajadoras en las entrevistas no tenían demasiado claro su tipología de contrato, ni si lo habían llegado a firmar. Generalmente el único recuerdo que tenían eran los mensajes de alta y baja en la Seguridad Social cada vez que trabajaban en un evento.

Imagen de TED Córdoba en Flickr, bajo licencia creative commons. 

Así pues, a partir de esta nueva norma todas las trabajadoras tendrían que pasar a tener contratos fijos discontinuos. A pesar de esto, la realidad ha sido que la mayoría de empresas del sector no han hecho este cambio. Así Daniela expone como recibió un correo electrónico de su jefa confirmándole un trabajo en el que se había olvidado de borrar las comunicaciones anteriores con el cliente. En estos mensajes se le informaba que de acuerdo con la nueva legislación ahora “tenía que pagar una penalización por contrato temporal”. Así pues, las empresas de personal de acontecimientos continuarían contratando de manera puntual a las azafatas y cargando el coste de la penalización contemplada por la nueva legislación de 27 euros por contrato, al cliente final en vez de mejorar las condiciones contractuales de sus trabajadoras. Es más, han incluido este importe en los tarifarios que distribuyen a las empresas de organización de eventos como un cargo más.

En cuanto a esta práctica, Jaume explica que la empresa en la que trabaja es la excepción y “nunca han hecho un contrato de obra y servicio”. Esta decisión la tomaron hace tiempo y han priorizado siempre la continuidad del equipo y hacer contratos fijos discontinuos. Admiten que esto “es mucho más costoso”, pero ofrece mayores garantías legales y pueden “olvidarse de tener problemas”.

Demandas de las trabajadoras

En conclusión, a partir de las entrevistas realizadas a azafatas que trabajan en Barcelona, o lo han hecho hasta hace poco, se pueden identificar una serie de demandas para mejorar las condiciones laborales de este sector. En primer lugar, hay un reclamo general alrededor de la necesidad de dar mayor valor y reconocimiento a este trabajo. Seguidamente, las azafatas que llevan más años trabajando y aspiran a evolucionar profesionalmente dentro de este sector, exigen una mayor profesionalización. Por ejemplo, antes de cada evento, feria o congreso, tendría que ofrecerse una formación básica para entender el contenido y funcionamiento de la jornada, así como explicar los diferentes protocolos a seguir en el caso de producirse un accidente, imprevisto o una situación de acoso. Hoy en día, este breefing no es obligatorio y en algunas ocasiones tampoco se remunera; también consideran que la figura de coordinación del equipo de azafatas es fundamental para asegurar un buen desarrollo del evento y garantizar que se respeten los descansos y horarios y que, por tanto, tendría que tener un mayor reconocimiento dentro de la estructura laboral.

Por otro lado, la Reforma Laboral no se ha traducido en unas mayores garantías laborales para este colectivo, dado que no se está cumpliendo la directriz de eliminar los contratos de obra y servicio. Estas empresas han optado por saltarse la ley y en lugar de ofrecer más garantías laborales a sus trabajadoras y una mayor estabilidad, cargan la irrisoria multa de menos de treinta euros al cliente final. Esto implica que la Inspección de Trabajo tendría que actuar decididamente para corregir estas prácticas fraudulentas. Asimismo, es inadmisible que estas empresas sigan tolerando comportamientos inadecuados hacia sus trabajadoras o promoviendo uniformes que son incómodos para desarrollar el trabajo, ponen en riesgo su salud, no son inclusivos, sexualizan y cosifiquen a las mujeres y refuerzan los estereotipos de género.

Finalmente, el contexto para combatir y denunciar esta situación es complejo, porque tal como está estructurada la fuerza laboral en este sector hace que sea muy difícil llegar a una respuesta organizada y colectiva ante los abusos laborales. La percepción de transitoriedad y la poca experiencia laboral de la mayoría de estas trabajadoras también lo dificulta. No obstante, no se puede mantener silencio ante una situación que afecta a tantas trabajadoras y una vez más pone de manifiesto la precarización del trabajo turístico. Si como apuntábamos al inicio de este artículo el sector MICE en época de crisis postpandemia ha recibido 3 millones de euros para promover acontecimientos sostenibles y que supongan un retorno para la ciudad, hay que exigir que este retorno se traduzca también en derechos laborales para las azafatas y que se dejen de crear lugares de trabajo de los cuales la mayoría quiere escapar.

 

[1] La referencia a les personas entrevistadas se realiza con pseudónimos para garantizar su confidencialidad. Asimismo tampoco se incluye el nombre de las empresas en las que trabajan.
Este artículo se publica en el marco del proyecto “Treball turístic digne: una aposta de ciutat. 2a fase”, impulsado por Alba Sud con el apoyo de Barcelona Activa – Impulsem el que fas (2021), financiado con el Impuesto Turístico. 

 

 

 

 

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