22-11-2022
Turismo y memoria: ¿una extraña pareja?
Gema Martínez-Gayo & Raül Valls | Alba SudTodas las relaciones complicadas entrañan riesgos y oportunidades. Este es el caso del turismo de memoria o de los lugares de memoria organizados como alicientes turísticos. Un maridaje no exento de problemas sobre el que es necesaria una reflexión pausada.
Crédito Fotografía: Ron Porter en Pixabay.
La memoria le da al turismo diversas posibilidades: la de un desarrollo ético y cultural del que muchas veces carece, especialmente en sus modalidades más estrictamente comerciales y consumistas. La memoria puede favorecer un turismo liberado del estigma, injusto en muchos casos, de ser un mero entretenimiento, dándole solvencia, un sentido pedagógico y una dirección más sólida. Por otra parte, la difusión de la memoria histórica tiene en el turismo un amplio campo por donde transitar y una plataforma que le permite acceder a un público más amplio y heterogéneo. Sectores de la población que tal vez no se sientan motivados a participar en actividades memoriales de tipo más convencional y académico, como cursos, exposiciones o documentales históricos, sí pueden verse atraídas por museos, rutas tematizadas, teatralizaciones y recreaciones, donde la situación de ocio, en muchos casos al aire libre y en la naturaleza, se combina con una actividad centrada en adquirir conocimientos sobre un pasado reciente y por lo general convulso.
El turismo de memoria
El turismo contemporáneo suele concebirse como un elemento favorecedor del desarrollo económico de los destinos, como pretexto para llevar a cabo un cambio cultural, territorial y social (Palau Rubio, 2018) e incluso como una herramienta útil en la reducción de la desconfianza y los prejuicios hacia otras culturas, al favorecer el conocimiento, entendimiento mutuo y respeto (Gobierno de Flandes et al., 2020). Además, en los lugares donde se establece, puede favorecer la recuperación de la memoria, lo que dota al turismo de funciones pedagógicas, cívicas, ideológicas y sociales. Estas se vinculan con el objetivo de formar una conciencia memorial y la adquisición de conocimientos sobre los pasados políticos ocurridos en esos contextos. Esto puede dar lugar a que la persona que los visita adopte un papel activo, como «agentes creadores de lugares», y, especialmente, de memoria. Este cometido, que va más allá de los objetivos que se marca la oferta turística más tradicional, dota al turismo memorial de un cariz más político, pedagógico y reflexivo.
Imagen de Peter Tóth en Pixabay.
El concepto de turismo memorial resulta asimismo complejo, al integrase por tres elementos de por sí cambiantes y complicados: el turismo, el lugar y la memoria. Su variabilidad favorece una importante diversidad de constructos teóricos y modelos de turismo de memoria (Palau Rubio, 2018). Los lugares de memoria pueden ser tangibles, como los documentos o monumentos, pero también intangibles como músicas o rituales. También se diferencia entre aquellos que existían previamente y, por el contrario, museos o centros de interpretación de nueva construcción con fines memoriales. No obstante, sí que presentan dos aspectos comunes: su localización como escenario de referentes históricos y, también, la interpretación, ya que la actividad turística influirá en las comunidades locales a través de la reivindicación o reelaboración de las memorias.
También puede exceder los objetivos meramente económicos o turísticos y relacionarse con otros del ámbito ideológico, político, pedagógico o social. Así, en ocasiones el turismo memorial puede ser un instrumento para internacionalización de conflictos del pasado, utilizarse con fines conmemorativos, para reforzar memorias locales o desplazar las memorias dominantes, también para atenuar traumas o como medio de reivindicación, entre otros (Palau Rubio, 2018).
Tensiones, límites éticos y contradicciones
El turismo de memoria al que vamos a referirnos es aquel que se dirige principalmente a momentos de un pasado reciente marcado por situaciones traumáticas y todavía no superadas por las poblaciones que las protagonizaron. Eso lo coloca, en muchos casos, en el ojo del huracán de la crítica y a polémica. Por otro lado, va estar preferentemente dirigido a un visitante de proximidad, con un vínculo nacional, cultural o incluso familiar con los acontecimientos que allí sucedieron, lo cual va a complicar aún más las cosas.
Este turismo, por tanto, frente al meramente histórico, va a tener que dialogar con los elementos conmemorativos todavía implicados y asumir la carga emotiva que va a acompañar al lugar memorial. La visita a los espacios de la Batalla del Ebro (España) donde van a participar tal vez hijos y nietos de combatientes de la guerra, no va a tener nada que ver con la visita a un castillo medieval en la Provenza francesa. El motivo es el mismo, el pasado, pero los acontecimientos, en el primer caso lo son en uno todavía cercano y doloroso y en el otro más lejano e indiferente. Por tanto, se va a dar de una manera muy distinta una visita u otra.
Entre las principales contradicciones y tensiones del turismo memorial podemos encontrar:
1) El control del pasado como arma política para dominar el presente
La memoria es un espacio de disputa política y de luchas por el poder, donde las correlaciones de fuerza, o de debilidad, van a encumbrar los relatos vencedores e invisibilizar los derrotados [1]. Los actores políticos hegemónicos buscan en ellos legitimar su discurso y su dominio del presente. Controlar el imaginario del pasado del que somos portadores es por tanto un objetivo político de primer orden para las clases y grupos dominantes en la sociedad. Esta disputa tiene consecuencias en los lugares de memoria, ya que el relato que estos ofrecen al visitante va a ser el resultado de esas luchas de poder y de los intereses sociales y políticos puestos en juego, tal y como expone Ricard Vinyes: “Entiendo la memoria como una imagen del pasado repleta de contemporaneidad. Reconstruimos las imágenes heredadas o transmitidas en nuestro presente según necesidades, coyunturas, conflictos o apetencias” (Jelin y Vinyes, 2021: 33).
El momento posterior a un conflicto resulta especialmente sensible y propicio para que quienes ostentan el poder gubernamental den un nuevo significado a la identidad nacional y a la historia, según sus intereses. Esta reconstrucción va a ahondar en nuevas divisiones, sumadas a las ya existentes, porque una parte de las personas implicadas sentirán que se comete contra ellas una injusticia. Las decisiones sobre memoria y patrimonio van a tener repercusión muchos años después, manteniendo la lógica de vencedores y vencidos bajo el disfraz del restablecimiento de la paz (Franco y Alonso González, 2015). Un ejemplo sería el turismo de memoria en Vukovar (Croacia), muy centrado en mostrar el respeto a las víctimas de la región, pero desde una interpretación unilateral y nacionalista del conflicto (Naef y Ploner, 2016). Para Patrick Naef (2013) esto puede suponer una barrera importante para la consecución de la paz en la sociedad, dada la elevada tensión social y política existente entre la ciudadanía croata, mostrados como ganadores de la contienda bélica y víctimas, y la serbia como agresores (Naef, 2016, 2013).
Imagen de Ines Milic en Pixabay.
El patrimonio puede encontrarse muy politizado, lo que influye en la forma en que la memoria y la identidad se reconstruyen. Las personas que ostentan el poder acaban por definir lo que se olvida y se recuerda (Gobierno de Flandes et al., 2020), de manera que puede ser utilizado con fines ideológicos y políticos para legitimar ese poder (Maraña, 2021). En Croacia, exceptuando la citada ciudad de Vukovar, el turismo se convirtió en una herramienta de recuperación económica pero también política, a través de la reinvención de la tradición y de obviar la historia reciente. El turismo fue más un instrumento favorecedor de cierta amnesia colectiva, de la última guerra, que para la reconciliación (Naef y Ploner, 2016).
Por tanto, situar estas experiencias a partir de la creación de leyes memoriales, monumentos y museos, puede implicar la cristalización de una “memoria oficial”, un relato congelado y administrativo, que renuncia a la evolución crítica y continua que implica la consciencia de contemporaneidad de la memoria. Esta no es el recuerdo de experiencias vividas sino sobre todo de experiencias transmitidas, hayan sido vividas o no por aquellos que las transmiten. Tal y como describe Ricard Vinyes, la memoria es un proceso cultural y por lo tanto subjetivo, simbólico y cambiante, no puede ser encapsulado o congelado en un museo, por rentable que pueda ser política y/o comercialmente (Jelin y Vinyes, 2021).
El caso sudafricano es especialmente ilustrativo. La abolición del apartheid no ha supuesto en ningún caso la desaparición de las diferencias y las injusticias sociales en las que se basaba. Los grupos dirigentes tratan de demostrar, sobre todo ante el escenario internacional, que el país se ha “normalizado” y que ya se encuentra dentro de los estándares democráticos globalmente aceptados. El museo memorial acaba por sostener un relato falsamente conciliador y supuestamente supera el pasado opresivo, que no se corresponde con la realidad cotidiana de la mayoría de la población que sigue sufriendo desigualdades y discriminaciones. A pesar de que se considera un lugar que invita a la reflexión (Gobierno de Flandes et al., 2020), lo cierto es que cada vez se cuestiona más su orientación hacia unos pocos activistas antiapartheid, especialmente al propio Mandela, y a los éxitos de su partido político (Gobierno de Flandes et al., 2020; Strange y Kempa, 2003).
Imagen de Adrega en Pixabay.
También pueden producirse cambios paulatinos en los poderes políticos y con ello nuevas interpretaciones. Las Fosas Ardeantinas hacen referencia a una represalia tras una bomba que lanzaron que los partisanos en Roma, donde murieron una treintena de policías alemanes en 1944. Hitler ordenó una ejecución de italianos que se saldó con la muerte de 335 civiles, de los cuales 75 eran judíos que iban a ser deportados. Algunos de los asesinados fueron detenidos aleatoriamente por la calle. Estas fosas han sido lugar de memoria y denuncia de la ocupación nazi, pero ello no ha estado exento de controversia política. Con el paso de los años y paralelamente a una paulatina revisión en positivo del pasado fascista se ha puesto en cuestión el papel a la resistencia antifascista. Se acusa a los partisanos de su responsabilidad en la masacre por la provocación que supuso el atentado y, también, por no haberse entregado posteriormente, construyendo un discurso que los culpabiliza.
Por otro lado, la ciudad polaca de Jedwabne también ha sufrido el impacto de los vaivenes políticos en las memorias oficiales. Esta ciudad quedó, en 1939, bajo la zona de ocupación soviética tras la invasión alemana. Dos años después, con el ataque alemán a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), pasó a manos alemanas e inició un programa contra la numerosa población judía, que se vio respaldada por parte de los propios polacos católicos. Esto se saldó con un número importante de judíos asesinados en la ciudad sobre cuyo número todavía existe discusión. En el periodo comunista el relato oficial antifascista responsabilizaba a los alemanes de tales crímenes, pero en el año 2000 el historiador polaco-norteamericano de origen judío Jan T. Gross [2] dio datos sobre la responsabilidad polaca en los crímenes. Poco después el presidente socialdemócrata de Polonia, Aleksander Kwasniewski, visitó la ciudad y pidió perdón por las responsabilidades polacas en el exterminio judío. Esta situación dio un vuelco en 2015 con la llegada al poder del partido nacionalista y ultraconservador, Ley y Justicia. El relato oficial volvería a cambiar drásticamente, aprobándose posteriormente una ley que sanciona a cualquier persona que relacione a los polacos católicos con el exterminio de su población judía.
2) Idealización de la memoria: profilaxis y garantía de no repetición
La memoria se ha erigido en nuestro tiempo en una suerte deparadigma moral, a la que se atribuye una insólita “capacidad preventiva”, unaprofilaxis efectiva para una supuesta y deseada“no repetición” de las calamidades del pasado. La conocida frase de George Santayana: “aquellos pueblos que no recuerdan su pasado están condenados a repetirlo” se ha convertido en una suerte de sortilegio que le ha conferido a la memoria unos poderes casi mágicos y milagrosos (Jelin y Vinyes, 2021).
Esta idea de la memoria ha sido también funcional a la ideología imperante que ve en el desarrollo histórico un progreso lineal y continuo, donde todo tiempo presente es siempre necesariamente mejor que el anterior y donde se hace difícil, cuando no impensable, la repetición de las tragedias pasadas. El caso del holocausto es muy ilustrativo. La segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI se ha caracterizado por la creencia, en ningún caso fundamentada, de que tal cosa no podía volver a suceder, sin que tengamos aún una idea clara de porqué sucedió. En este sentido y como contrapunto a la repetida hasta la saciedad admonición de Santayana, como nos dice Ricard Vinyes “Es mucho más sensata la advertencia de [Primo] Levi: «si ha sucedido, puede volver suceder…». Yo añado: «con o sin memoria»” (Jelin y Vinyes, 2021: 36).
Imagen de Dragan Tomíc en Pixabay.
Este salto acrobático que supone convertir el pasado traumático en símbolo de una supuesta reconciliación en el presente, sin tener en cuenta las contradicciones persistentes, es un riesgo porque puede ocultar situaciones de división y enfrentamiento entre la ciudadanía (Naef, 2019). Ejemplo de ello fue la reconstrucción del Puente de Mostar, erigido como símbolo de negociación de la paz y con la formación de una nueva identidad basada en la romantización del pasado multicultural de Bosnia (Grodach, 2002). La reinterpretación de un espacio público donde supuestamente cohabitan distintos grupos nacionales en armonía encubre la perpetuación de los odios y enfrentamientos existentes (Grodach, 2002) en Mostar, donde croatas y bosnios comparten el territorio, pero no el mismo espacio social (Causevic y Lynch, 2011). Dicha estrategia se mostró efectiva a la hora de generar ingresos a través del turismo, pero no materializa ese encuentro entre culturasni ayuda a solucionar el conflicto étnico y religioso que persiste tras la guerra (Grodach, 2002).
3) Los “memoriales de la paz” como “happy end’s” históricos
En muchos casos, y de forma apresurada, se produce una exaltación superficial de la consecución de “la paz”, como palabra mágica que con solo ser pronunciada va a resolver toda querella del pasado. Esta idea, repetida en todo discurso sustentador del espacio memorial y como gran justificación que lo legitima, acaba convertida en el lugar común que guía de forma acrítica el relato de numerosos museos y memoriales sobre tragedias pasadas. En este sentido y como se pregunta agudamente Ricard Vinyes: “En sociedades en las que hubo políticas oficiales y grupos humanos reclamando memoria de pasados políticos dictatoriales, conflictivos y violentos ¿se han construido democracias mejores o sociedades más democráticas que en aquellas donde no las hubo?” (Jelin y Vinyes, 2021: 39).
Imagen de Joe en Pixabay.
Otro elemento que caracteriza el paradigma de “la paz” es la reivindicación del respeto a los derechos humanos como único y último horizonte de justificación ética. Suponen la base de discursos que han situado este indefinido desiderátum: “la paz”, convertida ahora en una suerte de tótem global que homogeniza los espacios memoriales y facilita una experiencia turística limpia de contradicciones sociales, de problemas ideológicos y presidida por el “happy end” del triunfo de unas democracias liberales libres de toda culpa y responsabilidad respecto a los pasados violentos y traumáticos [3]. El espacio memorial puede entonces cumplir una función ideológica, de apaciguar los conflictos, escondiendo bajo la alfombra de “la reconciliación” y “el triunfo de la democracia” las injusticias sociales que provocaron los traumas del pasado.
Enla Declaración de Manila sobre el Turismo Mundial de la Organización Mundial del Turismo (OMT), se destacaba el papel del turismo para establecer un nuevo orden económico mundial y como fuerza de paz. Este último aspecto se desarrolló a través de diversas investigaciones, pero lo cierto es que no han logrado esclarecer cuáles son las circunstancias bajo las cuales esta actividad puede favorecer la paz.(Wohlmuther y Wintersteiner, 2014). Otra problemática es la complejidad y carácter cambiante del término, ya que no puede verse simplemente como la mera ausencia de violencia(Gobierno de Flandes et al., 2020) y requiere de un esfuerzo continuo (de Villiers, 2014). Nos enfrentamos a unapérdida del significado real de la paz al ser utilizado por los grupos dominantes para conseguir establecer sus agendas políticas (Isaac, 2014) y también en el sector empresarial, donde si se ha conseguido promocionarla es más un efecto secundario, como ocurre en Croacia o Ruanda. Ciertas compañías y establecimientos turísticos utilizan la palabra “paz” en sus ofertas como un producto más, pero realmente son más una estrategia publicitaria que un esfuerzo por construir un proyecto real de reconciliación (Alluri et al., 2014).
4) Protagonismo de “la víctima” e invisibilización del resistente
El relato memorial del siglo XXI se ha focalizado casiexclusivamente en los traumas originados por masacres y actos de violencia extremos y ha dejado de lado aquellas memorias vinculadas a las luchas y resistencias, generalmente protagonizadas por las clases populares, al tiempo que la ha despolitizado oportunamente. Esta es una tendencia al alza en las últimas décadas, especialmente en Occidente, donde a “la víctima” a la que se le han vulnerado sus derechos humanos, se la caracteriza como un sujeto pasivo, se le obvia o niega agencia en los hechos que llevaron a su sufrimiento. Los valores éticos y políticos de los que era portadora, sus acciones realizadas como protagonista, quedan invisibles y la convierte en simple figurante arrastrada por los avatares históricos. Sus motivaciones y acciones, que le darían protagonismo y responsabilidad, quedanenterradosbajo la magnitud de la tragedia y una lógica de verdugos y víctimas domina el relato de los hechos acaecidos [4]. En este contexto, el mismo hecho de elegir a un grupo como “víctima” también puede generar conflictos e injusticias, ante la posible falta de acuerdo respecto a esa consideración y la importante carga política y emotiva que lo rodea (Gobierno de Flandes et al., 2020).
Las víctimas han sido por otra parte muy funcionales a las políticas nacionalistas. Cada Estado ha tendido a entronizar a sus propios mártires y construir sus panteones nacionales con su correspondiente relato apologético. Estos han cambiado y sido reinterpretados según los vaivenes políticos o las conveniencias del momento histórico. En estos espacios tan importante es lo que se explica cómo aquello que se omite. Recuerdo y amnesia, víctimas y verdugos, agresores y agredidos, pueden intercambiarse en función de la sucesión de intereses políticos.
5) La mercantilización de la memoria
Los espacios de memoria, convenientemente introducidos en el aparato de la comercialización turística, pueden convertirse en factores para el desarrollo territorial. Esto puede ser especialmente atractivo en regiones deprimidas y ser visto como una oportunidad de negocio, pero no necesariamente han de estar al servicio de los objetivos memoriales que inicialmente los han impulsado. Las mismas empresas turísticas, como Lonely Planet, sugieren en sus web tours memoriales, generalmente relacionados con el llamado “tanatoturismo”, viajes por lugares relacionados con el genocidio, la muerte y el sufrimiento. Esto puede relacionarse con la glorificación del conflicto bélico, laexaltación nacionalista o la incorporación de lugares que encajan también con el turismo oscuro, donde puede primarse los aspectos experienciales o visuales frente al rigor histórico (Gobierno de Flandes et al., 2020). A su alrededor aparecen compañías que se especializan en la construcción de los memoriales y museos que los acompañan. La empresa que construyó el museo judío de Varsovia ofrece sus servicios para erigir el que ha de recordar el genocidio en Ruanda. Los servicios se profesionalizan en torno a un relato banal y uniformizado, convenientemente envuelto en el papel de regalo del” deber de memoria”. Estos “genotour” pueden ofrecer visitas a memoriales como los de Hiroshima, Camboya, Auschwitz o Sudáfrica, siempre bajo los mismos presupuestos éticos y ejemplificadores: la garantía de “no repetición” y una supuesta y omnipresente promoción de una etérea y poco concreta “cultura de la paz”.
Imagen de Giada Nardi en Pixabay.
La evolución de la memoria y el patrimonio a productos de consumo pueden suponer, en ocasiones, el restar importancia a la historia conflictiva o dolorosa. Por ejemplo, durante un tiempo la tienda de regalos del Museo de la Isla de Robben (Sudáfrica) vendió recuerdos que “trivializaban” los hechos traumáticos acaecidos, aunque con el tiempo intentó crear una imagen más respetuosa (Gobierno de Flandes et al., 2020). La venta de souvenirs, con la silueta del Monumento de la Batalla del Ebro en Tortosa, promovida por el Colectivo por la Reinterpretación del Monumento de la Batalla del Ebro (Corembre) ha generado también varias muestras de malestar. Mientras desde Corembre se defiende como merchandising de un elemento patrimonial, la Comisión de la Dignidad y la Comisión por la Retirada de los Símbolos Franquistas de Tortosa coinciden en señalar que suponen una “apología del franquismo”, al enaltecer y banalizar los actos del golpe de estado y la propia guerra, dañando con ello la democracia.
6) Preservación y uso de los espacios de memoria
El estado de conservación y uso que se da a los espacios de memoria también supone un punto crítico ya que pocas veces se consigue un consenso sobre qué medidas tomar respecto a estos, más aún si las circunstancias fueron dolorosas. En otras, simplemente nos encontramos con una utilización que nada tiene que ver con el recuerdo (5) o están abandonados. En Chile, los lugares de tortura y detención utilizados por la dictadura son numerosos. Las demandas de las familias de las víctimas se centraban en la recuperación de estos espacios de memoria por lo que se tomaron algunas medidas para protegerlos, tal y como pedían ciertas asociaciones de derechos humanos. No obstante, muchos de ellos han desaparecido, se han transformado y, por tanto, no son conocidos por gran parte de la ciudadanía (Álamos et al., 2020). Otro ejemplo de abandono y degradación de un espacio de memoria se puede encontrar en el caso del Peñón del Cuervo, emplazamiento de la “Desbandá”, en la guerra civil española. Este fue declarado lugar de memoria histórica en 2013, dada la gravedad del asesinato de civiles fruto de la represión franquista en 1937, pero actualmente su estado es objeto de denuncias y demandas por parte de partidos políticos.
Por otro lado, la falta de acuerdo sobre la gestión de los lugares de memoria se refleja en el caso de las baterías antiáereas del Carmel, en Turó de la Rovira. Estos restos son uno de los recuerdos más importantes de los bombardeos que la aviación italiana y la Legión Cóndor alemana realizaron sobre Barcelona. Más allá de la consideración de que estos ataques fascistas, junto con los de Gernika o Madrid, fueron los primeros actos de la Segunda Guerra Mundial, lo cierto es que su trato no es el mismo. Aparece una escisión entre la población residente. Por un lado, hay quienes respaldan la decisión consistorial de proteger este espacio de botellones y de la degradación existente y, por otro, quienes simplemente lo ven como el inicio hacia la privatización y el enfoque hacia el turismo de este lugar.
El papel del turismo de memoria
El turismo de memoria, al darle centralidad al lugar, puede ser un espacio muy potente para la transmisión del pasado. Aún así, debemos ser conscientes, sobre todo en pasados recientes y traumáticos, que sus diferentes usos –reivindicativo, transmisor de conocimientos o como homenaje, entre otros– pueden ser fuente de encendido debate que puede convertirse en campo de batalla donde se diriman conflictos políticos actuales.
Por otra parte, los puntos en común de este tipo de turismo se relacionan con las localizaciones que han acogido acontecimientos históricos y también el impacto que la interpretación de las actividades turísticas tendrá en la ciudadanía local. Pero lo cierto es que presenta una gran complejidad y variabilidad, además de no estar exento, como ya hemos reiterado, de puntos críticos y controversias, especialmente si nos referimos a una memoria reciente que todavía provoca divisiones entre la población.
Paralelamente a estas luchas por la interpretación del pasado, los riesgos de la mercantilización de los espacios de memoria y su conversión en meros productos turísticos planea sobre esta “extraña pareja” a la que nos referíamos al iniciar esta reflexión. Si el turismo de memoria es capaz de salvaguardar y poner en primer plano los objetivos sociales, éticos y pedagógicos y no dejarse arrastrar por las lógicas comerciales, que dominan todavía hoy ampliamente el panorama turístico, será sin duda un buen aliado para el conocimiento y la transmisión de la memoria a las generaciones del presente y del futuro.
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