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15-11-2022

“Vivos los llevaron, vivos los queremos”: memorias de lucha en Ciudad de México

Carla Izcara & Ernest Cañada | Alba Sud

Ubicado en un pequeño edificio del centro histórico de Ciudad de México, el Museo Casa de la Memoria Indómita es una iniciativa del Comité Eureka, formado por las madres de las personas desaparecidas a raíz de las movilizaciones llevadas a cabo entre 1968 y 1971. 


Crédito Fotografía: Propaganda del Comité ¡Eureka! en el Museo. Imagen de Ernest Cañada.

En 1968 el movimiento estudiantil en México irrumpió con fuerza denunciando la vulneración de derechos fundamentales, como el de la libre expresión y la libertad de reunión, por parte del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970). Las movilizaciones empezaron en Ciudad de México, pero pronto se extendieron por todo el país, a causa de la respuesta represiva de las autoridades del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que llegaron a utilizar a grupos paramilitares, como los granaderos. Ante el ascenso de las protestas, a finales de agosto de 1968, el gobierno prohibió las manifestaciones en el Zócalo, plaza principal de Ciudad de México, en la que se encuentra el Palacio Presidencial, sede del poder ejecutivo y foco tradicional de todas las reivindicaciones.

En este contexto, el 2 de octubre de ese mismo año se convocó un gran mitin en la plaza de las Tres Culturas, Tlatelolco, también en la capital. Este acto debía servir para la presentación de las principales demandas del movimiento estudiantil que, según Jorge Humberto Gálvez Girón, miembro fundador del Comité Eureka, creado a raíz de los hechos de violencia que ocurrieron en esa concentración, “cualquier país que se preste a tener un gobierno democrático las hubiera cumplido”. Entre otras cuestiones, exigían la disolución del citado cuerpo de granaderos y la derogación del artículo 145 del Código Penal Federal, que castigaba con penas de cárcel a quien realizara “propaganda política, difundiendo ideas, programas o normas de acción de cualquier gobierno extranjero que perturben el orden público o afecten la soberanía del Estado mexicano”. Además, incluían exigencias para que realmente hubiera una educación libre, laica, gratuita, y científica.

Aquel día en Tlatelolco la represión alcanzó dimensiones de masacre con el asesinato de más de trescientas personas. Los hechos fueron cometidos por el Batallón Olimpia del Ejército Mexicano, que actuó contra “estudiantes universitarios, preparatorias y vocacionales”, así como “profesores, obreros, amas de casa, sindicatos e intelectuales tanto de la Ciudad de México como del interior de la república” (CNDH, 2022).

Detalle de fotografía histórica. Imagende Ernest Cañada. 

A pesar de la represión, la movilización social continuó. En 1971, bajo la presidencia de Luis Echevarría Álvarez (1970-1976), estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Instituto Politécnico Nacional (IPN) el 10 junio, jueves de Corpus, salieron a las calles en apoyo a la huelga de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). Esta manifestación se organizó “para el rescate de la universidad” y con la demanda de que “no interviniera el Estado en las decisiones propias de una universidad autónoma”, explica Gálvez. En el transcurso de la marcha, en la Avenida de los Maestros, el grupo paramilitar Los Halcones abrió fuego hacia las personas ahí reunidas con una clara intención de asesinarlos. A diferencia de los sucesos de 1968, Jorge Humberto denuncia que aquella “fue una matanza selectiva, porque encañonaron, apuntaron y dispararon”. 

Aquellos hechos de violencia dieron lugar a que parte de la gente joven ante el cierre de otras vías de intervención política, decidiera, según Gálvez, tomar el camino de “la defensa armada”. Fue así que se constituyeron múltiples organizaciones político-militares, como es el caso de la Liga Comunista 23 de septiembre, de la cual formaba parte Jesús Piedra. Estudiante de medicina de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), y activo políticamente desde la huelga de 1971, su desaparición en Monterrey el 18 de abril de 1975 dio impulso a un movimiento de denuncia del terrorismo de Estado, el esclarecimiento de lo sucedido, la exigencia de justicia y, con el tiempo,  a la reivindicación de la memoria de lucha de esa generación.

Así, tras la desaparición de Jesús, su madre, Rosario Ibarra, inició una tenaz búsqueda plagada de obstáculos por parte del Estado. Por ejemplo, una práctica común era destruir cualquier tipo de registro de las personas desaparecidas. Según cuenta Jorge Humberto Gálvez, cuando Ibarra denunció la desaparición de su hijo le exigieron que acreditara que era estudiante, pero en la Universidad, al pedir su expediente académico, le dijeron que “no existía”. Frente a esta situación, compartida con otras familias que buscaban a sus hijos e hijas, Ibarra empezó “a llamar a otras mamás que andaban solas” y constituyó un comité de madres de personas desaparecidas, ya que “la única manera de ser fuertes es organizarnos”, relata Gálvez.

Comité ¡Eureka!

En 1975 se funda por iniciativa y movilización de algunos familiares el “Comité Pro-Defensa de Presos Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de México”, más conocido como Comité Eureka, aunque se constituye formalmente en 1977. La premisa principal de esta organización, explica Gálvez recordando las palabras de Doña Rosario, era que no se buscaban “muertos” sino “perseguidos, desaparecidos, exiliados, encarcelados”, porque ellas mismas argumentaban que “no vamos a matar a nuestros hijos ni con el pensamiento, no vamos a buscar cadáveres”. Así, la consigna “vivos los llevaron, vivos los queremos” se convirtió en una seña de identidad del movimiento. Una de sus fortalezas, según interpreta Jorge Gálvez, es que siempre estuvo constituido únicamente por familiares, “no hay ningún otro que no sea familiar, nada más nosotros, por eso no tenemos infiltrados”.

Libro de personas desaparecidas. Imagen de Carla Izcara.

Poco tiempo después de su constitución, el 28 de agosto de 1978, justo diez años después de que se prohibiera la entrada en el Zócalo para cualquier acto de protesta, el Comité decidió organizar ahí una huelga de hambre de ochenta mujeres, familiares de jóvenes desaparecidos, que tuvo una fuerte repercusión nacional. Gracias a esta acción, además de recuperar un espacio simbólico en la historia de las luchas sociales en México, durante la presidencia de José López Portillo (1976-1982), se empezó a “elaborar la Ley de Amnistía”, asegura Jorge Humberto. A partir de su aprobación, salieron “148 desaparecidos con vida, 2000 órdenes de aprensión quedaron sin efecto, 57 exiliados regresaron al país y 1500 presos políticos fueron liberados”, recuerda Jorge.  A lo largo de los años hicieron varias huelgas de hambre más.

A pesar de estos éxitos, la lucha del Comité nunca fue fácil. A diferencia de otros movimientos de familiares de personas desaparecidas por su actividad política en diversos países de América Latina durante los años 70, en México fue escasa la solidaridad internacional. El Comité se encontró muchas veces con el silencio de quienes en otros contextos apoyaban luchas similares. En torno a la historia y la política exterior del Estado mexicano se había construido una imagen de país con un fuerte compromiso social y con los derechos humanos, y esto obstaculizaba las posibilidades de aumentar el eco de sus demandas e incluso el recurso a la presión desde el exterior. Efectivamente, como recuerda Jorge Gálvez, en México se produjo “la primera revolución armada en el siglo XX, acá hubo una constitución producto de una revolución, se rescató a cualquier cantidad de familias españolas tras la guerra civil, aquí estuvo asilado León Trotski, se firmó el convenio de no proliferación de armas nucleares en el continente, fue el único país en América que no rompió relaciones con la revolución cubana, se acogió a perseguidos políticos argentinos, chilenos, uruguayos, colombianos, y no digamos centroamericanos”. En consecuencia hubo dificultades para que la lucha interna en contra de la desaparición forzada se oyera en otras latitudes, y esto supuso para el Comité “una enorme tarea de romper muros”, asegura Gálvez.

Con el paso de los años, el Comité fue generando un archivo histórico, ya que “todo lo iban guardando, cualquier volante”, aunque Gálvez confiesa que “sin pretenderlo”. Al principio estuvo en el domicilio de Ibarra, pero luego, por motivos de seguridad, hubo que sacarlo de ahí. Este archivo “durmió en la calle, en camionetas, entre paredes…”, hasta que hubo la oportunidad de alquilar “un departamento nada más para el archivo” y se empezó a “organizar de manera muy elemental”, cuenta Gálvez. Actualmente, con la ayuda de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), lo están adecuando para que en un futuro próximo se pueda consultar públicamente.

Mural MUCMI. Imagen de Carla Izcara.

Durante estos años, Rosario Ibarra llegó a ser senadora, diputada federal y la primera mujer candidata a la presidencia en 1982 y 1988. Después de décadas de lucha y diversos reconocimientos por la Paz y la defensa de los Derechos Humanos, Rosario falleció el 16 de abril de 2022. Actualmente, el Comité sigue funcionando, pero están a cargo “los hijos y nietos”, en palabras de Jorge, y también gestiona el archivo y el Museo.

Museo Casa de la Memoria Indómita

En 2003, empezaron a buscar un lugar para que el legado del Comité pudiera continuar con su actividad y ampliar la capacidad para llegar a más gente. “Doña Rosario –rememora Gálvez– decía: ya estamos viejas, tenemos que dejar algo para continuar la lucha. Tenemos que dejar un legado”. Gracias a un proyecto del Comité ¡Eureka! encontraron en 2006 un edificio en el centro histórico de la ciudad, en el que obtuvieron permiso público para entrar, aunque Gálvez recuerda que “estaba hecho un desastre”.  Debido al mal estado del edificio no pudieron inaugurarlo hasta 2012, a tan solo a cuatro años de la finalización del permiso de uso. A pesar de ello, consiguieron renovar el permiso 10 años más y actualmente pueden permanecer allí hasta 2026, aunque ya están en proceso de solicitar otra ampliación.

El Museo es una casa de dos pisos. En la primera planta hay una pequeña cafetería, los despachos, el archivo y los aseos. En la segunda, se ubica la exposición dividida en seis salas y un espacio polivalente para otras exposiciones itinerantes. Para el diseño de las salas tuvieron el apoyo de un curador argentino, Ignacio Vázquez Paravano, aunque el guion se elaboró y consensuó desde el Comité.

Sala Oscura. Imagen de Carla Izcara.

Antes de empezar la visita, personal del museo hace una breve contextualización y explica el recorrido a las visitas. En las dos primeras salas se presentan los hechos históricos de 1968 y 1971. Desde un inicio, el Comité trabajó con la premisa de “poner en contexto la lucha de nuestros hijos, por qué empezaron y se involucraron”, explica Jorge. A continuación, y en contraste a las dos salas anteriores, se pasa a la sala rosa, donde se muestra el encubrimiento de esos hechos por parte del gobierno mexicano.

Después de estos tres primeros espacios de contexto, las visitas pasan a una sala oscura dónde solo se ve una silla de madera iluminada por un foco blanco. En este espacio quisieron dar voz a los testimonios de torturas que tenían por escrito, pero sin “caer en el amarillismo y el morbo”, puntualiza Gálvez. Él explica cómo seleccionaron y descartaron “testimonios terribles”, para luego, con ayuda de intérpretes, grabar las voces que puede escuchar el público. Jorge también destaca que cuando niños y niñas visitan el Museo alertan a sus acompañantes antes de pasar a la sala, ya que no está recomendada para menores. Seguidamente, encontramos la sala de las fotografías de todas las hijas e hijos desaparecidos. En algunos casos los marcos únicamente tienen una silueta en negro. Gálvez explica que “son campesinos” y que se les presenta de este modo porque no tenían ninguna fotografía, pero eso no pone en cuestión su experiencia, ya que como afirma “no necesito fotos, no necesito nada más el testimonio de su familia”.

Las dos últimas salas son sobre la lucha sostenida. Una más amplia que gira en torno a la cita de Ernesto Che Guevara “la única lucha que se pierde es la que se abandona”. En este espacio hay documentos, volantes, pancartas y fotografías de las movilizaciones del Comité. La otra sala es la de los responsables, y que para su diseño contó con la colaboración de la asociación HIJOS México. Actualmente está compuesta por pequeñas jaulas donde se encierran los retratos de los presuntos responsables de los hechos. También hay una pared pintada simulando sangre, que insta que esas personas “tienen las manos manchadas de sangre” y recuerda “un acto que hicieron ellas con las manos simulando sangre”, explica Gálvez.

Sala fotografías. Imagen de Carla Izcara.

Rubén García, encargado del departamento de Arte y Patrimonio del MUCMI, expone que “sobre todo vienen estudiantes y muchos investigadores con interés sobre el tema”. Principalmente, las visitas se concentran en “fines de semana” y al mes tienen un registro de “más o menos trescientas entradas” explica Rubén. En referencia a su proveniencia “vienen de todas partes del mundo: Turquía, Inglaterra, Estados Unidos y Japón”, concluye García.

Líneas de trabajo

Actualmente, el museo tiene tres líneas de trabajo principales: investigación, archivo y arte y patrimonio. En cada área trabaja una persona titular con la ayuda de algunas personas becadas y estudiantes del programa “Jóvenes construyendo futuro” o que realizan su servicio social universitario en el Museo. Paralelamente, tienen una pequeña cafetería, que, aparte de suponer un apoyo económico para el museo, la consideran clave porque “da vida e invita a la gente a transitar”, explica Jorge.

Además, Rubén García gestiona un círculo de estudios que “se reúne los jueves cada 8 o 15 días”. Las actividades son variadas y cuentan con la intervención de diferentes docentes y personas vinculadas a la investigación, pero generalmente la temática está “relacionada con la defensa de los derechos humanos, por los desaparecidos y por las luchas sociales y políticas que existen en el país”, expone García.

Sala lucha sostenida. Imagen de Ernest Cañada.

A parte, Luis Carlos Pichardo director adjunto del espacio, afirma que son “solidarios con otras luchas” y también se conectan con los movimientos sociales actuales. Por ejemplo, el 26 de septiembre de 2014, cuando ocurrió “lo de los 43” estudiantes desaparecidos en Guerrero, hicieron una muestra que duró “tres o cuatro años” con “43 sillas vacías con las fotos”, complementa Gálvez. Así, Luis Carlos, explica que además de encargarse de la programación de exposiciones temporales “también organizamos la de los talleres culturales”.

Memorias de lucha

Jorge Gálvez recuerda que desde un primer momento quisieron “destacar la lucha y la motivación”, pero no a “la víctima”, ya que afirma que “no se sienten víctimas”. Su rechazo de esa categoría remite en pensar que “llama a la compasión” y desde ¡Eureka! buscan que “las nuevas generaciones se involucren porque entienden la lucha” y no por lástima. Asimismo, a partir de la reivindicacion de esta lucha, persiguen la verdad. Para Gálvez no basta con que “nosotros expongamos una historia”, sino que debe haber “instrumentos jurídicos que nos faciliten la verdad”.

Sala polivalente. Imagen de MUCMI.

Así, el museo se convierte en un paso más hacia esa búsqueda de la verdad en una lucha por un país con mayores garantías de los derechos humanos, a la vez que se usa como instrumento de divulgación de las memorias colectivas contra la impunidad. También acogen y mantienen la conexión con las luchas presentes, lo cual además les ayuda a evitar el riesgo del que les advertía Rosario Ibarra cuando les decía, como recuerda Jorge Gálvez: “Cuidado, cuando la defensa de los derechos humanos se vuelva una industria, cuidado cuando la memoria se vuelva una industria”.

 

Este artículo se publica en el marco del proyecto “Plataforma de recerca en turisme, drets humans i equitat de gènere sobre Amèrica Llatina. 2a Fase”, ejecutado por Alba Sud con el apoyo de la ACCD (convocatoria 2020).