28-06-2022
Ernest Cañada: "La pérdida de la ciudad como espacio compartido es creciente"
Reproducimos la entrevista publicada en Ciutat. Revista de Palma, editada por la asociación Palma XXI (número 15, mayo de 2022) centrada en los efectos del turismo urbano en la vida de la población residente y de qué podría esperarse en torno a los turismos de proximidad.
Crédito Fotografía: Manu Mielniezuk - Diario de Mallorca.
Especialista en turismo desde una perspectiva crítica, investigador posdoctoral en la Universidad de las Islas Baleares (UIB) y miembro de Alba Sud, asociación catalana especializada en investigación y comunicación para el desarrollo, Ernest Cañada visitó Palma recientemente para participar con una charla sobre el futuro del turismo en estos tiempos de incertidumbre, invitado por el Fòrum de la Societat Civil. Hablamos con él sobre el turismo urbano, los impactos en la vida de los residentes y el "turismo de proximidad" como escenario en el contexto actual.
En la ciudad de Palma, sobre todo desde el 2010, empezó a ser un destino de turismo urbano. ¿Cómo se explica este auge del turismo en ciudades, incluso en destinos donde tradicionalmente el producto turístico era de sol y playa?
El crecimiento del turismo urbano está muy ligado a una transformación global en las formas de producción y consumo turístico que se produce desde los años 90: el paso de lógicas fordistas a postfordistas en el ámbito turístico. Esto quiere decir que, si antes las empresas ganaban por volumen y concentraban la actividad turística en unos espacios muy determinados, donde todo el mundo hacía más o menos el mismo, a partir de cierto momento empiezan a imponerse nuevas formas de producir que se basan en la segmentación de la oferta y en su multiplicación y diversificación. En el ámbito del consumo implica la imposición de una cultura de la diferenciación y distinción donde aquello que tiene prestigio es la experiencia particular y específica. Los atractivos turísticos se multiplican, unos con más éxito que otros. Más allá de ir a un ressort donde las actividades principales son el sol, la playa y la fiesta, se promueven cosas muy diferentes, incluso insólitas, como ir a visitar lugares que desaparecerán por el cambio climático o espacios donde se han producido masacres, o incluso la misma pobreza puede convertirse en atractivo turístico.
En este contexto, el turismo sale de los espacios tradicionales hoteleros y se esparce por todas partes. Hay quién le encuentra gusto al hacer ver que por unos días puede vivir como un local. De este modo, el turismo urbano adquiere un interés turístico que no había tenido hasta entonces. Además, la crisis financiera global de 2008 y el crecimiento de Airbnb y otras formas de capitalismo de plataforma, potencian las ciudades como espacios de acumulación y reproducción del capital. Y aquí es donde nos encontramos ahora: después de la parada turística por la pandemia de la COVID19, la reactivación se está haciendo a marchas forzadas y vuelve el debate sobre los riesgos de esta dinámica turística sobre algunas ciudades.
¿Cuáles son los impactos nocivos más habituales del turismo urbano sobre la vida de los residentes?
Son suficientemente conocidos y han sido muy bien documentados en diferentes ciudades que han sufrido un particular proceso de turistificación: incremento del precio de la vivienda, aumento del coste de la vida, contaminación acústica, apropiación privada de espacios públicos progresivamente mercantilizados, masificación del transporte urbano, pérdida del tejido comercial de uso cotidiano o espacios de la ciudad en los que la gente deja de ir. La suma de todo ha sido un proceso de progresivo desplazamiento de una parte de la población trabajadora de los barrios céntricos, hacia espacios periféricos.
Además, este proceso de turistificación se ha llevado a cabo basándose en una desposesión de enormes dimensiones. El capital turístico vive de parasitar el Estado y los recursos públicos, así como los bienes comunes. Constantemente presionan para conseguir que el Estado financie las campañas de promoción y comunicación u obras de modernización de sus instalaciones. Por otro lado, vende como atractivo todo aquello que hacemos la gente en la ciudad, desde las actividades culturales o mostrar como atractivo turístico la vida cotidiana de la gente. Y para acabarlo de adobar su retorno social en términos fiscales es mínimo: ni por la vía del trabajo ni por sus actividades económicas. Si a esto se le suma un trabajo muy precarizado en términos laborales, podemos afirmar que esta apuesta del capital turístico e inmobiliario por el turismo urbano nos está saliendo muy cara.
¿Es posible potenciar el turismo urbano sin ir en contra del bienestar y los residentes?
El problema está en la sobre especialización de un territorio en una determinada actividad. El turismo por él mismo no tendría por qué ser negativo, ni siquiera el urbano. Lo que es un desastre es el impacto que genera la sobre especialización. Y, por lo tanto, en aquellas ciudades y territorios más turistificados lo que tocaría es decrecer turísticamente y diversificar su economía. Y para financiar los costes de esta transición deben imponer nuevas tasas al turismo, que bastante ha vivido durante décadas de los recursos públicos y comunes.
En estos momentos, por otro lado, se plantea como alternativa a la masificación aquello que eufemísticamente denominan como “turismo de calidad” y asistimos a una enorme competencia entre ciudades por atraer este turismo de alto poder adquisitivo. La elititzación del turismo no es la solución, porque incrementa la dependencia hacia una actividad sobre la que hay demasiados factores de riesgo que no controlamos (pandemias, emergencia climática, encarecimiento de combustibles fósiles, escasez de minerales extraños, conflictos geopolíticos) y supone incrementar los recursos públicos que tenemos que poner a su disposición, además de agudizar muchos de los procesos de desposesión que ya habíamos sufrido. La pérdida de la ciudad como espacio compartido es creciente. Y medidas como hacer pagar para entrar a ciertos espacios públicos, como se ha propuesto en Barcelona, o en la misma ciudad, como se ha planteado en el caso de Venecia, no hace sino agudizar el desplazamiento de la población local.
¿Conoces ejemplos de otros destinos turísticos urbanos que hayan encontrado este equilibrio? Y, por el contrario, ¿cuáles son los modelos, a NO seguir?
No, no creo que tengamos ejemplos relevantes de ciudades que hayan hecho las cosas de manera muy diferente. Hay medidas específicas de política turística que son útiles y nos pueden servir de referencia. Como el caso de Ámsterdam, de dejar de invertir recursos públicos para la promoción turística o la prohibición del alquiler turístico de viviendas a los distritos centrales de la ciudad. O el caso de Barcelona, con el intento de zonificación del crecimiento de las licencias de alojamiento turístico según su ubicación a través del PEUAT, que sobre todo paró el ritmo de crecimiento previo, el esfuerzo para controlar las plataformas de intermediación de vivienda turística, como Airbnb, y limitar su oferta de pisos ilegales. O en Barcelona también se ha puesto en marcha un equipamiento que ha sido muy poco difundido públicamente y que sería útil trasladar a otras ciudades: la creación de Puntos de Defensa de Derechos Laborales por parte del Ayuntamiento con la colaboración de los sindicatos. Se trata de un recurso ubicado en tres barrios, desde los cuales se da cobertura en toda la ciudad, con una serie de abogadas laboralistas que asesoran gratuitamente, de forma presencial o telefónica, a todo el mundo que lo solicita. E incluso ayudan a hacer las denuncias ante la Inspección del Trabajo. En ciudades tan turistificadas como Palma, medidas de este tipo, de vigilancia y mejora de las condiciones laborales, serían esenciales como mecanismo de control de las expectativas de ganancia de las empresas turísticas. Y, por lo tanto, podrían contribuir también al decrecimiento. El problema con muchas de estas medidas es que son demasiado parciales y requerirían una intervención mucho más decidida.
Tú hablas mucho sobre la importancia de potenciar el "turismo de proximidad", para poder conjugar el derecho a conocer y disfrutar otros lugares sin incrementar en exceso nuestra huella ecológica y potenciando las economías locales desde lógicas de sostenibilidad ambiental y social. ¿Cómo se aplica esta idea a un contexto insular como el nuestro?
El turismo de proximidad no es una propuesta normativa, en términos de decir aquello que se debe hacer. Lo entendemos sobre todo como un escenario de aquello que está ocurriendo y que, en tiempo de incertidumbre, se puede expandir, por la misma dificultad de mucha gente de continuar haciendo vacaciones como las hacía antes. Tiene claras ventajas en términos de reducción de la huella ecológica. Y sobre todo nos sitúa ante la necesidad de pensar en cuáles son las necesidades en términos de ocio al aire libre de amplias capas sociales, lo cual no se ha hecho. En realidad, en España no hemos tenido políticas turísticas en un sentido integral, lo que hemos tenido son políticas al servicio de los grandes capitales turísticos e inmobiliarios.
Tampoco se puede pretender que el turismo de proximidad pueda sustituir los volúmenes de gasto del turismo internacional. Funciona bajo otras lógicas, y algunas de ellas también de manera desmercantilizada. Por lo tanto, se tiene que prever el decrecimiento de cierta oferta turística convencional y un posible crecimiento a través de otras estructuras, como el turismo social o las infraestructuras de acceso a la naturaleza en condiciones que permitan su conservación. Y esto implica crecimiento en educación ambiental o transporte público. En lo que se tiene que pensar fundamentalmente es en qué necesita en estos términos la mayoría de la población local, más que intentar repetir los indicadores de un turismo que genera enormes impactos y que se ha convertido en una actividad absolutamente insostenible.
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