02-12-2021
Cooperativa Ajayu: turismo comunitario urbano en Buenos Aires
Rodrigo Fernández Miranda & Valeria Laborda | Alba SudEn un asentamiento precarizado y estigmatizado, la Cooperativa Ajayu impulsa una propuesta turística de gestión colectiva que ofrece recorridos gastronómicos, culturales e históricos por las calles del barrio Padre Mugica, popularmente conocido como la Villa 31.
Crédito Fotografía: Rodrigo Fernández Miranda & Valeria Laborda.
El barrio Padre Mugica está ubicado en la Comuna 1 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, cercana a zonas donde reside y trabaja una parte de los sectores altos y medios altos de la capital argentina. Históricamente conocida como la Villa 31, tiene ocho décadas de una historia marcada por la precarización y el conflicto social. Algunos vecinos y vecinas del barrio, que actualmente está habitada por más de cuarenta mil personas, lo llaman “la madre de las villas”.
Génesis de un proyecto colectivo
Este barrio popular nació hacia la década de 1930 a partir de la cesión estatal de terrenos portuarios destinados a la vivienda de inmigrantes europeos y obreros del puerto y el ferrocarril. Con los años se fue poblando también por migrantes internos, principalmente del norte del país, que acudían en busca de trabajo y se instalaban en este espacio ubicado en un punto estratégico de la ciudad. A lo largo de su historia, y bajo la mirada indolente, indiferente o displicente de sucesivos gobiernos, se fue configurando como un asentamiento precarizado, visibilizado y estigmatizado.
La pandemia de la COVID-19 y el aislamiento social afectaron con virulencia a esta comunidad, que agravó sus problemas de hacinamiento, empobrecimiento, precariedad y dificultades para el acceso a los servicios públicos, entre otros. En ese contexto un grupo de siete vecinos y vecinas del barrio, organizados como una cooperativa de trabajo, decidieron comenzar a ofrecer recorridos gastronómicos, culturales e históricos por las calles de su barrio. Una propuesta de turismo solidario que, en el fondo, pretende derribar prejuicios entre visitantes y residentes.
Durante el mes de noviembre el equipo del Centro de Estudios de la Economía Social de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y de Alba Sud concertó una extensa entrevista con los y las asociadas de esta organización. Durante unas horas se pudo conversar y aproximarse a una iniciativa turística tan innovadora como potencialmente transformadora de la realidad, a sus integrantes, sus trayectorias y, principalmente, sus proyectos. Durante este encuentro se escucharon discursos alineados y complementarios, que parecían dar cuenta de un entendimiento colectivo forjado a partir de horas y horas de reuniones y asambleas, y basado en la confianza.
En la cultura andina “Ajayu” significa “energía cósmica”. Y pareciera que esa energía fluye, se hace presente y se logra sentir en carne propia cuando sus fundadores van reviviendo y contando la experiencia de cómo se organizaron, a partir de una situación sumamente crítica, bajo la consigna de mostrar a visitantes diversos cómo fue, cómo es, quiénes habitan y de qué manera se vive realmente en su barrio.
Fuente: Cooperativa Ajayu.
Inspirado en una experiencia de turismo comunitario urbano en la ciudad de Medellín, Colombia, que les transmitió una vecina, en 2020 siete jóvenes del barrio comenzaron a darle forma a la idea. “Ajayu nos permitió transmitir un mensaje de esperanza en un escenario muy complicado de la pandemia” explica Pachi. Desde ese momento, visitantes de distintas geografías empezaron a tener la posibilidad de conocer otra cara de la ciudad a través de un proceso turístico de base comunitaria. Porque, como bien aclaran, Ajayu “no es un proyecto de siete personas, sino de la comunidad”.
Aquí surge un proceso de autogestión, que hunde sus raíces en procesos de articulación y construcción territorial preexistentes en el barrio, y que está encabezado por un grupo de gestores culturales, artistas y referentes de género. Los objetivos del proyecto son muy claros: a través del turismo comunitario urbano, poner en valor la historia y la identidad del barrio, fortalecer el patrimonio cultural, evitar la emigración y transmitir a las juventudes el amor por este sitio que alberga tantas luchas colectivas.
Para ello eligieron constituirse como una cooperativa de trabajo que organiza recorridos turísticos por las calles del barrio y fomenta el diálogo y el intercambio de experiencias entre vecinos y visitantes. Las propuestas “recorré” (artística-cultural), “saboreá” (gastronómica), “celebrá” (festividades típicas) y “conocé” (histórica) ofrecen miradas complementarias sobre cómo se vive en el barrio y quiénes lo construyen simbólica y materialmente, basándose en la integración multicultural que lo caracteriza de manera singular debido a la convivencia de diversas colectividades, principalmente de América Latina.
Cooperativismo, base comunitaria y articulación
La opción por una gestión horizontal y de tipo comunitaria no fue casual ni improvisada, sino arraigada en las trayectorias y las profundas convicciones de sus integrantes. Marcia, Yuvinka, Víctor, Paola, Iris, Carmen y Briancomenzaron a gestar proyectos en el marco de una mesa o red cultural que se desarrolla en “El Galpón”, un centro comunitario que funciona en un espacio tomado por los habitantes del barrio hacia fines de la década del 1990, en momentos cercanos al estallido social consecuencia de la segunda experiencia neoliberal en el país. Entre estos proyectos, la vinculación para realizar un taller de mapeo en el territorio en 2019 fue un importante puntapié que les permitió repensar y redescubrir la historia del barrio y su actual configuración. Un año más tarde, con la llegada de la pandemia y su consecuente impacto en las fuentes de trabajo, surge una idea: el turismo de proximidad.
“Un salvavidas en medio del océano. En plena pandemia no teníamos más recursos que nuestro talento y capacidad. Pero aún hay esperanzas, eso significa Ajayu, motivación y esperanza en medio de una gran crisis”, sintetiza Brian al recordar cómo surgió el proyecto, desde su perspectiva de artista plástico, pero también desde su mirada como “guía de sitio”, que la Ley define como “aquel que se desempeña a pedido de un organismo, institución o empresa, sin salir de los límites de un lugar determinado, para o que adquirió conocimientos técnicos y prácticos”.
Fuente: Cooperativa Ajayu.
Si bien en el pasado existieron propuestas parecidas que provenían de ONGs o de subsidios estatales esporádicos, Ajayu logró dar en la tecla porque se propuso de entrada ser un proyecto, además de genuino, que busque su propia sostenibilidad. En ese contexto, este grupo también se planteó la necesidad de articular con el gobierno local para obtener el impulso que les permitiera dar un salto en la gestión y profesionalización de la idea. Así es como surge su vínculo con la Secretaría de integración social y urbana del Gobierno de la Ciudad de Buenos Airesy con el Ente de Turismo de la Ciudad de Buenos Aires, dos organismos que les brindaron herramientas para hacer de Ajayu un proyecto viable, principalmente a través de instancias de capacitación.
Más allá de esta vinculación con el gobierno local, Ajayu continuó su camino hacia una “sana emancipación” como enfatizan sus integrantes, y se propuso convertirse en una cooperativa de trabajo, poniendo en el horizonte ser un proyecto autónomo y democrático. Para quienes forman el proyecto, el Estado tiene que estar presente, pero no debe condicionar su proceso de toma de decisiones, el cual es horizontal y ayuda a continuar consolidando los vínculos y cohesionando al grupo. En este sentido, la figura de una cooperativa les brinda esa posibilidad, y les abre el desafío de seguir ampliando la red autogestiva local, acompañando y sumando emprendimientos que comparten este mismo tipo de gestión.
Un consumo alejado del turismo de pobreza
Los procesos de marginación y re-existencia de las metrópolis latinoamericanas (Ferrari, 2021) han sido estudiados desde diversas perspectivas, generalmente en torno a la concentración de los centros urbanos impulsados por el sistema neoliberal. En estos escenarios el turismo comunitario urbano se presenta como una forma de reapropiación de una geografía violentada. La inversión del estigma, resultado de un proceso militante que propone la sustitución por valores positivos (Condevaux y otros, 2016) y la revalorización de las expresiones culturales populares (Hernández García, 2012) parecerían hacerle frente al riesgo de la curiosidad por la pobreza (Obombo Magio y otros, 208) y el aprovechamiento del mercado frente a nuevas tendencias en el consumo turístico (Cox, 2009).
¿De qué manera Ajayu se distancia de estas lógicas de mercantilización? Una idea que surge con fuerza durante la entrevista es la del cuidado mutuo. “No invadir, no cosificar, no exotizar” son algunas de las premisas que maneja el grupo que, por otro lado, busca constantemente involucrar al resto de los vecinos para que participen a partir de sus emprendimientos y saberes aportando a la economía circular del barrio. “Nos basamos en hechos, más que en presentaciones con la comunidad. Todos los asociados son del barrio, y vienen haciendo otras cosas desde hace muchos años. Son personas ya referenciadas en el barrio”, cuenta Iris al explicar esta idea del cuidado, de la vinculación respetuosa. Su propuesta se basa en la idea de que la forma de conocer una comunidad se da a través de la experiencia. En palabras de Pachi, proponen “que se pueda conocer el barrio y que por un rato te sientas parte de él”.
Fuente: Cooperativa Ajayu.
La experiencia, siempre mediada por las propias biografías, se cimenta en la intención de construir vínculos respetuosos entre pares. Tanto visitantes como receptores tienen sus propias susceptibilidades y prejuicios que se ponen en juego a partir del intercambio. Aquí es donde el rol de Ajayu se destaca al asumir una actitud positiva, proclive al diálogo y que no niega las realidades, sino que busca visibilizarlas, comprenderlas y explicarlas. En este proceso se van abriendo ventanas en esa “pared imaginaria” que separa a “nosotros, los de adentro” y “ellos, los de afuera”, que aísla al barrio e impide un conocimiento mutuo y respetuoso.
Derrumbar ese muro simbólico también parece representar una tarea de este proyecto, que hace del turismo comunitario urbano una estrategia de inclusión y entendimiento. “Nos interesa demostrar que lo que se habla del barrio no es cierto. Romper paradigmas y prejuicios, que conozcan nuestro punto de vista”, relatan, al mismo tiempo que, equilibrando la balanza, cuentan cómo fueron logrando la aceptación de los vecinos y generando un ambiente de tranquilidad frente a la llegada de visitantes y a la idea de abrir las puertas a la gente “de afuera”.
Ajayu trata de “mostrar la mejor parte de uno y del lugar”, sin entrar en controversias, pero tampoco sin eludir la construcción de un discurso colectivo que da cuenta de puntos álgidos como su mirada sobre la formalización (propiedad de las tierras, pago de impuestos y servicios públicos) o las situaciones de vulnerabilidad (consumos problemáticos o delincuencia). “Hay realidades del barrio que no podemos negar ni ocultar en las visitas. Mientras más queremos taparlo, más se potencia”, menciona Víctor al ejemplificar cuando se topa con estas situaciones al momento de hacer el relevamiento previo al inicio de los recorridos. Lejos de un relato naif o romantizado, se logra construir de manera armónica un mensaje positivo sobre la vida real en el barrio.
Impactos y desafíos para un turismo comunitario urbano
Al comenzar el proyecto, el público visitante era casi en su totalidad público local, vecinos y vecinas de la ciudad o de sus alrededores que, llamados por la curiosidad, se animaban a conocer un poco más sobre este sitio. Posteriormente, a medida que se flexibilizan los protocolos para el ingreso al país, Ajayu comenzó a recibir gradualmente visitas de turistas extranjeros.
Apoyados en su estrategia de redes sociales, muchas veces en alianza con agencias privadas que incluyen en sus rutas turísticas el paseo de Ajayu y otras veces favorecidos por la promoción en festivales artísticos, la cooperativa se fue abriendo paso en el codiciado segmento del turismo extranjero que camina, consume y fotografía a la Ciudad de Buenos Aires. Este es uno de los objetivos que se plantean, potenciar el acceso de turistas extranjeros para que conozcan esta otra cara de la ciudad, la multiculturalidad del barrio, la historia del Padre Mugica, y también para aprender de los demás en el diálogo con personas de diversas geografías.
Fuente: Cooperativa Ajayu.
Continuar contribuyendo a la economía circular del barrio es otro de los desafíos que se encuentra en el horizonte ya que “principalmente cuando viene la gente, consume en el barrio”. Productos de la feria, el playón, frutas, verduras y artesanías constituyen el principal consumo de los visitantes, que buscan llevarse artículos singulares, poco habituales, que difícilmente encontrarán en otros puntos de la ciudad. Olores, colores, sabores e historias que se conjugan hacia el final de los recorridos representan para los visitantes la culminación de una experiencia, pero para los vecinos una gran oportunidad para potenciar sus respectivos emprendimientos económicos. Por este motivo, la cooperativa intenta ampliar la red de proveedores, diversificar y rotar, para involucrar a la mayor cantidad de gente posible y lograr que los recursos generados se queden en el barrio.
Una pregunta apareció en distintos momentos de la entrevista: ¿y si esto fuera posible en otros barrios? Un gran sueño de Ajayu es participar en la transmisión de la experiencia a otros barrios populares de la ciudad. En Buenos Aires no sólo existe el Barrio Mugica como exponente contracultural que disputa la construcción clásica de “la París de Sudamérica”. También se despliegan otros barrios, otras villas, que al igual que a algunos integrantes de Ajayu, en su momento les ha despertado enojo, vergüenza o deseo de desarraigo.
La posibilidad de comprender que el turismo comunitario urbano permite a sus protagonistas construir un sentido de pertenencia positivo puede generar un impacto cultural y económico trascendental para los habitantes. La cooperativa está demostrando que, a partir de un emprendimiento de estas características, se da un complejo proceso de transmisión de conocimientos, de recopilación de información y de reconstrucción de la historia colectiva. Aún en la actualidad, con la cooperativa en marcha, sus integrantes siguen conociendo a muchas personas que viven en el barrio desde casi sus orígenes y están abiertas a contar su historia, sus vivencias. Algo que, como ellos mismos destacan, “no se encuentra en Google”.
Brian ofrece una reflexión en este sentido: “Estamos reescribiendo la historia, el desafío es poder contar la historia del barrio desde aquí. Ajayu es una semilla en un campo fértil, después vendrán otras personas que formarán parte de la cooperativa”. Y en esa revisión de la historia reciente tampoco puede estar ausente la articulación con la educación formal. Tanto Brian como sus compañeras sueñan con trasladar Ajayu a las escuelas, tanto las del barrio como las de alrededores, para que las niñeces puedan conocer la historia de su propio barrio ya que hoy en día poco se dice al respecto en las aulas. Niños y niñas desconocen la historia de las calles que caminan día a día, el origen de sus nombres, quiénes las transitaron y defendieron en los momentos más oscuros, dejando su vida para transmitir un mensaje de esperanza. Un mensaje que se renueva, como en el caso de Ajayu, tras cada iniciativa colectiva.
Pero también se plantearon límites en el nivel superior de la educación formal sobre turismo. Una de sus integrantes, Marcia, que está terminando su carrera de turismo, cuenta que sufrió un gran cambio a partir de integrarse a Ajayu. “Como estudiante de turismo tenía otro concepto que no me cerraba mucho. Cuando llega esto del turismo comunitario me doy cuenta de que hay cosas que tenemos que cambiar: en toda la carrera tuve una sola clase sobre turismo comunitario. Desde ahí empecé a percibir el turismo desde otro lugar”.
Fuente: Cooperativa Ajayu.
Asimismo, el grupo identifica distintas líneas de trabajo para mejorar su propuesta: se plantean lograr “productos más acabados, que se pueda comercializar bien”, como es el caso de incorporar nuevos recorridos (por ejemplo, uno artístico por los murales y esculturas), organizar eventos, adquirir herramientas que les permitan comercializar mejor, expandirse a través de nuevas articulaciones tanto en el interior del barrio como con agencias que les habilite llegar a otros públicos, entre otras. Todo ello sin perder la identidad del proyecto, lo que los hace distintos y marca la diferencia, el sentimiento de confianza, las relaciones y los valores.
Para algunos visitantes Ajayu puede ser la oportunidad para saciar una curiosidad, experimentar, aprender y conocer un lugar diferente. Para otros puede suponer un aporte desde su consumo a un desarrollo local equitativo y sostenible a través de la economía popular y solidaria. Sin embargo, para sus fundadores la cooperativa es sin duda mucho más que eso: es un mensaje de esperanza, es potencia en la gestión colectiva, es amistad y familia. Es una estrategia paratransformar la realidad del barrio, para impulsar el arraigo y el sentido de pertenencia de las juventudes, para forjar un futuro más justo y construir comunidad. Un proyecto de turismo urbano comunitario que pone memoria donde habita el olvido, que visibiliza y valoriza lo invisible y estigmatizado, que incluye aquello que el sistema dejó al margen. La cooperativa Ajayu es algo que los une y se transmite, como la energía cósmica.
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