15-03-2020
Tejedoras mayas de Guatemala: la lucha contra la apropiación cultural de su arte
Marta Salvador | Alba SudLas tejedoras guatemaltecas son protagonistas de un movimiento por la reivindicación de su cultura, su patrimonio y su arte. Las mujeres luchan contra la apropiación cultural de sus tejidos ancestrales, representantes de su historia pasada, presente y futura.
Crédito Fotografía: San Antonio de Aguas Calientes, Sacatepéquez. Eileeninca, bajo licencia de creative commons
Guatemala es uno de los países de América Latina con mayor población indígena, más concretamente, un 55%. A pesar de los siglos de colonización extranjera, las guerras civiles y el paramilitarismo que hicieron disminuir las comunidades originarias del territorio guatemalteco, las diferentes colectividades indígenas herederas de la cultura maya conforman un grueso elevado de la sociedad (Méndez, 2018). La comunidad maya de Guatemala también sigue viviendo bajo la sombra de la Guerra Civil guatemalteca que tuvo lugar entre 1960 y 1996 y que masacró a 200.000 pobladores indígenas. Aproximadamente el 83% de las personas asesinadas durante la guerra civil eran mayas, víctimas de violaciones de los derechos humanos perpetuadas principalmente por el Gobierno y el ejército guatemalteco. Algunos miembros de alto rango del Gobierno durante esta época han estado acusados de crímenes de guerra, incluidos el exjefe de estado, Efraín Ríos Montt, que fue condenado por genocidio.
Una de las tradiciones artísticas culturales de los mayas que perdura hasta la actualidad es el arte de tejer. En Guatemala se practica el llamado telar de cintura, que es un artefacto de madera con dos extremos, uno de los cuales se liga a un árbol o a cualquier objeto que sujete firmemente, mientras que el otro extremo se enrolla alrededor de la cintura de la tejedora, la cual se sienta sobre sus propias rodillas. El telar de cintura guatemalteco representa un lugar de memoria y construcción de una identidad colectiva. De esta manera, los tejidos ancestrales se utilizan para almacenar información cultural pero, a la vez, los vestidos mayas, llamados, huipiles, son también los portadores de una historia de exclusión y de resistencia. Además, la producción de tejidos mayas, juntamente con la agricultura, constituye uno de los pilares principales de la economía en las comunidades y una fuente importante de trabajo para las mujeres.
Actualmente en Guatemala son mayoritariamente las mujeres quienes tejen y visten el vestido bordado tradicional en el telar de cintura, ya que mucha población masculina ha sustituido su vestimenta originaria por la indumentaria occidental y es por eso que las mujeres indígenas guatemaltecas son las transmisoras de la memoria histórica y cultural. Su producción artesanal y su indumentaria tradicional representan una resistencia contra las políticas del olvido y un instrumento de prevención a este olvido. Desde este punto de vista, la memoria en Guatemala se interrelaciona con la condición de género (Méndez, 2018).
El movimiento de las tejedoras para el reconocimiento de su propiedad intelectual y los derechos de autor
Estas mismas mujeres tejedoras también se han asociado en diferentes organizaciones, asociaciones o movimientos como el Movimiento Nacional de Tejedoras Mayas que reúne cerca de 30 organizaciones en 18 comunidades lingüísticas en Guatemala. Este grupo está liderado por la Asociación Femenina para el Desarrollo de Sacatepéquez (AFEDES) que, desde 2014, inició un proceso para exigir al Estado guatemalteco normativas para proteger las creaciones de los pueblos indígenas. Más concretamente, fue en mayo de 2016 cuando las tejedoras se presentaron delante de la Corte de Constitucionalidad para demandar al Estado contra la omisión de normas para proteger la indumentaria y los diseños textiles guatemaltecos. Durante los meses siguientes a esta demanda, las tejedoras recibieron un amplio apoyo nacional, provocando así un debate sobre sus derechos de autor y, finalmente, en noviembre del mismo año, el Movimiento de Tejedoras presentó su proyecto de ley para el reconocimiento de la propiedad intelectual colectiva de los pueblos indígenas, que fue formalmente presentado en el Congreso el 23 de febrero de 2017.
Angelina Aspuac en la entrega de la iniciativa de ley. Fuente: Movimiento Nacional de Tejedoras.
La iniciativa propone reformar cinco artículos de la Ley de Derechos de Autor y Derechos Conexos, la Ley de Propiedad Industrial, la Ley de Protección y Desarrollo Artesanal y el Código Penal con dos objetivos concretos. En primer lugar, se pide un reconocimiento de la definición de propiedad intelectual colectiva, hecho que está vinculado al derecho de los pueblos indígenas de gestionar y administrar su patrimonio. En segundo lugar, se quiere reconocer a los pueblos indígenas como autores intelectuales, lo que supondría recibir un porcentaje de los beneficios de las corporaciones que se benefician de la exportación de textiles mayas.
Al mismo tiempo, este cambio de ley contempla la propiedad intelectual colectiva como una resistencia a la usurpación territorial. Tal y como expone Picq (2017), el extractivismo de los territorios se acompaña de un extractivismo del trabajo indígena y de sus saberes ancestrales y fuerza comunitaria. Por un lado, las empresas exportadoras están extrayendo las producciones de tejedoras mayas, explotando su saber y su labor y, por el otro, se está empezando a confeccionar huipiles industriales hechos a máquina y no por manos de tejedoras. Esta industrialización anuncia la pérdida de conocimientos que los pueblos han transmitido de generación en generación. No obstante, uno de los orgullos de las tejedoras es haberse empoderado de este proceso político, en el cual no hay intermediarios ni ONGeización. Ellas mismas se organizan, analizan las opciones, se informan sobre cómo funciona el gobierno y proyectan su estrategia legal.
Aunque la Constitución Política de la República de Guatemala establece la protección a grupos étnicos y se constituye que el “Estado reconoce, respeta y promueve sus formas de vida, costumbres, tradiciones, formas de organización social, uso del vestido indígena en hombres y mujeres, idiomas y dialectos”, la aplicación de las leyes para proteger los mayas es muy limitada. Además, actualmente no existen documentos en el Ministerio de Economía donde haya un listado de registro industrial de empresas relacionadas con la producción de diseños mayas ni con la propiedad colectiva de los pueblos indígenas. A la vez, no se contempla ninguna regulación de la industria ni de la propiedad de las tejedoras, ni se requiere un registro para comprar textiles, diseño de huipiles y tejidos mayas por parte de empresas, así como tampoco protocolos o procedimientos sobre estas fabricaciones.
La apropiación cultural y mercantilización del arte indígena
Este vacío legal respecto al derecho de las tejedoras artesanales ha permitido que cualquier persona o empresa transforme los diseños indígenas en elementos mercantiles como una bolsa o unos zapatos. Por eso, la comunidad maya guatemalteca denuncia haber sufrido el robo y la apropiación de sus tejidos durante años, tanto por parte de corporaciones extranjeras, como de diseñadores locales no indígenas. Como ejemplos se encuentran la empresa María’s Bag, fundada por Alida Boer, diseñadora que ha estado acusada por usar diseños mayas indígenas sin permiso y por vender sus productos por casi 700 dólares. Otras marcas son UNIK, Hiptipico, Missoni o Valentino, que también han creado líneas de moda “inspiradas” en los tejidos guatemaltecos.
Marcha en el 4º Encuentro Nacional de Tejedoras de Guatemala. Fuente: Movimiento Nacional de Tejedoras
No obstante, el caso de Guatemala no es el único ya que, en otros países como México, miembros de la comunidad Tlahuitoltepec de Oaxaca acusaron en 2015 a la diseñadora francesa Isabel Maran por el plagio de sus diseños en su colección. Otro caso denunciado fue el de la marca española Intropia que comercializó piezas de ropa con estampados propios de los huipiles oaxaqueños, de la comunidad indígena de San Juan Bautista Tlacotzintepec. A pesar de las reclamaciones, la empresa no se puso en contacto con la comunidad ni tampoco hubo una respuesta gubernamental. Este hecho llevó a la comunidad indígena a preguntarse qué papel hace el gobierno mexicano en la defensa de su patrimonio. Otras comunidades como las de Chiapas y Hidalgo de México denunciaron que, de entre al menos ocho marcas de ropa, entre ellas algunas internacionales como Zara o Mango, habían estado plagiando sus diseños, algunos de los cuales de más de 600 años, entre 2012 y 2017. Un ejemplo más reciente es el que sufrió el pueblo amerindio guna de Panamá que, después de ver el plagio de sus tejidos en unos zapatos nuevos de Nike, denunció su lanzamiento a la empresa multinacional quien, finalmente, lo canceló el pasado mayo de 2019.
Por otro lado, la prevalencia de este tipo de plagio y apropiación cultural llevó a 189 delegados de las comunidades indígenas de todo el mundo a reunirse en Ginebra en junio de 2017. El motivo del encuentro fue formar un comité especial dentro de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) para prohibir la apropiación de las culturas indígenas en todo el mundo. No obstante, los instrumentos internacionales que reconocen las expresiones culturales tradicionales en el seno de la OMPI se vuelven insuficientes para regular casos como el guatemalteco.
Tal y como se explicaba anteriormente, las tejedoras locales de todos estos países expresan que no se benefician de los intereses comerciales e internacionales por el trabajo de las comunidades. A la vez, se tienen que enfrentar a la nueva competencia que suponen las producciones en masa, los telares mecánicos y la potencial creación de una patente de diseños por parte de otras personas o corporaciones. Las diferencias entre el mercado local de huipiles y el mercado de los telares mecánicos destacan sobre todo en los precios y en el tiempo de fabricación. Mientras las tejedoras tardan más de tres meses de trabajo para tejer un vestido que puede costar entre 50 y 250 dólares, en los telares mecánicos la producción se reduce a los treinta minutos y el precio se sitúa alrededor de los 20 dólares. Otras veces, los diseños mayas simplemente se imprimen y se añaden a la tela, reduciendo aún más el precio para los clientes finales. Esta industria no regulada y sin precios mínimos ni máximos ha llevado también al empeoramiento de las condiciones de trabajo de las tejedoras, normalmente organizadas en cooperativas y comunidades. Es así como algunas compañías que comercializan los diseños inspirados en los tejidos mayas han subcontratado a tejedoras locales, asegurando un salario justo que después no ha sido en realidad. A la vez, las tejedoras se encuentran con muchos obstáculos como la dificultad de obtener las certificaciones necesarias del gobierno guatemalteco con tal de poder exportar sus producciones, favoreciendo así a las grandes productoras y no a las tejedoras individuales o las pequeñas cooperativas (Walsh, 2018).
Al mismo tiempo, el Gobierno y el Instituto Guatemalteco de Turismo (INGUAT) utilizan constantemente los textiles y la artesanía indígena para promocionar la actividad turística del país. En esta promoción el Estado utiliza la imagen de las mujeres indígenas con el huipil, llevando a cabo tareas de su vida diaria sin cuestionarse las escasas oportunidades que hay por parte de las mujeres, naturalizando así estas acciones y estilo de vida. Es por eso que la mercantilización de la cultura indígena es otra de las luchas que acompaña al movimiento de las tejedoras que se sienten explotadas por estas autoridades, en un Estado que el año 2017 recibió mil doscientos doce millones de dólares (CNDH, 2019). No obstante, tampoco hay ninguna compensación por los ingresos provenientes de los visitantes, en un país donde los mayas suponen una de las principales atracciones turísticas. Además, estos últimos son vistos como una cultura “folklorizada” sin ser reconocidos como una auténtica cultura guatemalteca, incluso con escenas de turistas disfrazados con indumentaria indígena, lo que supone una burla para las comunidades.
Turistas por el mercado Maya de Chichicastenango. Fuente: Ali Eminov, bajo licencia de creative commons.
Tal y como explica Georgina Flores (2000), “los usos turísticos del patrimonio cultural de los pueblos indígenas se justifican a través de una óptica productivista mediante la cual se entiende que el patrimonio también es un producto explotable y rentable económicamente y, sobre todo, se considera que el turismo puede conservar, salvaguardar y mantener vigente el patrimonio cultural de los pueblos”. Esta académica también constata que, a veces, el turismo puede convertirse en una forma de colonización que refuerza las relaciones de dominio entre los países del norte y los del sur global. Federico Zúñiga (2014), por su parte, argumenta que, a través de los discursos audiovisuales del turismo, se atrae a nuevos consumidores, convirtiendo a las comunidades locales, a su identidad y a su cultura en productos exóticos a la venta en el mercado turístico. El contenido de estos audiovisuales puede incluir, por ejemplo, la espectacularización de danzas y músicas tradicionales que se ven modeladas por el gusto hegemónico de la sociedad occidental. Pero también puede modificar la subjetividad de quien lo realiza que tradicionalmente danzaba o cantaba para reforzar su propia identidad. A la vez, comporta que se baile o cante por el gusto del turista, quien se siente atraído por el exotismo y la búsqueda de autenticidad, y consume identidades culturales sin hacer ninguna reflexión sobre las realidades sociales y políticas en las que viven la mayoría de pueblos indígenas.
Luchando por la dignidad y a la vez combatiendo las opresiones
Es así como la lucha por la defensa del patrimonio de los pueblos indígenas evidencia también un racismo latente, tanto institucional como social, y muestra la necesidad de una transformación social que no cosifique el arte maya, su cultura y su población, sino que reconozca su valor milenario, su complejidad y su riqueza como vínculo cultural entre el pasado y el presente. Además, la mercantilización de la cultura maya y del arte téxtil coloca a las tejedoras enfrente a una triple opresión: racista-colonial, sexista-patriarcal y de clase social-capitalista. Las mujeres indígenas en Guatemala, como en muchas otras partes del mundo, además de ser explotadas laboralmente, se enfrentan a altos niveles de violencia y discriminación. Así es como en Guatemala hay una gran presión social para abandonar el uso de la indumentaria maya, ya que se considera que está anticuada. Cada día menos mujeres y niñas usan los vestidos tradicionales porque estos cada vez son menos apreciados ni respetados. Asimismo, cuando las piezas son vendidas o usadas en otros entornos, mayoritariamente occidentales, con privilegios raciales, sexuales y de clase alta, los tejidos mayas adquieren un valor diferente y mucho más elevado.
Es por eso que esta lucha que también pretende promover el uso de los tejidos en las comunidades, tiene la esperanza de que, al patentar los tejidos y diseños, las comunidades mayas tienen más autonomía y control sobre su cultura y patrimonio. De esta manera, los derechos de autor se dividirían entre la comunidad, que designaría representantes para negociar con las empresas, que quieren utilizar sus diseños, y para administrar la distribución de los fondos que vuelven a las tejedoras. Así se podría crear una marca colectiva como es el caso de Thañí, impulsada por un grupo de mujeres Wichí que habitan en la provincia de Salta (Argentina). A través del empoderamiento, desde 2015 las tejedoras difunden y comercializan sus producciones alrededor del territorio y en sus comunidades. Eso es lo que también se quiere conseguir con la lucha guatemalteca, promoviendo la creación de escuelas de educación para mujeres, niñas y niños, así como escuelas de tejido local donde aprender las técnicas ancestrales y el significado de los signos y las figuras utilizados, muchos de estos relacionados con la lucha comunitaria por la tierra y el agua. De esta manera, los derechos de autor darían a las comunidades la oportunidad de romper con el eterno ciclo de la pobreza y de reconocer finalmente la importancia y el valor del trabajo de las tejedoras (Global Voices, 2017).
Tejedora andando por la calle. Font: Julien Lagarde, bajo licencia de creative commons.
La participación política de las mujeres supone poder redefinir sus roles en las comunidades y superar los estereotipos patriarcales de género. Las mujeres desafían su exclusión de la esfera pública cuando adquieren responsabilidades por los derechos y por el futuro de sus comunidades a través de la organización y el liderazgo. Además, la promoción de escuelas en las comunidades es la base para una economía solidaria, un desarrollo económico y una formación política que trabaje los aspectos de liderazgo y de identidad cultural. Es por eso que el trabajo de las asociaciones como AFEDES o el Movimiento Nacional de Tejedoras Mayas es imprescindible para la lucha por la dignidad de las tejedoras. Como ellas mismas afirman, el tejido maya es un arte complejo y significativo para todas las mujeres indígenas. Estos tejidos finos, con figuras y signos antiguos, no están hechos únicamente para ser atractivos, sino que quieren reflejar la historia de las comunidades y de los antepasados mayas. Es por eso que la apropiación cultural se convierte en un fenómeno al que hacer frente para también romper con la mercantilización, banalización y turistificación que provoca el enriquecimiento de algunas culturas frente a la desaparición de otras, como es en este caso la cultura maya en Guatemala.
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