02-02-2023
¿Es posible un turismo poscapitalista?
Ernest Cañada | Alba SudFrente a las consecuencias de los procesos de turistificación global y las renovadas exigencias del capital, debemos fortalecer la resistencia, pero también construir alternativas turísticas pensadas para amplias mayorías que ensanchen el horizonte de esperanza de un futuro deseable que queremos ganar.
Crédito Fotografía: Estrella Herrera - Ministerio de Turismo y Deportes de Argentina.
¿Es posible imaginar alternativas en la producción y el consumo turístico fuera de los marcos hegemónicos impuestos por el capitalismo? ¿Qué sentido tiene esta cuestión desde una perspectiva política que se define como anticapitalista y que aspira a una transformación social en un sentido emancipatorio? ¿En qué términos habría que abordar este debate?
En los últimos años, estas preguntas empiezan a estar presentes en la discusión sobre cómo hacer frente a los impactos generados por la turistificación global y la necesidad de construir alternativas deseables (Fletcher et al., 2021). La evidencia de que la recuperación económica tras la pandemia de la COVID-19 ha derivado en un incremento de la presión de los capitales vinculados al turismo, y una mayor agresividad en sus exigencias, ha dejado atrás cualquier esperanza sobre las posibilidades de un cambio voluntario de quienes dominan la actividad, si es que tal idea tuvo sentido alguna vez.
En considerables territorios del planeta, sufrimos los efectos de la turistificación y desde los movimientos sociales sabemos bien qué es lo que rechazamos. Pero hasta qué punto tenemos capacidad para proponer otros horizontes en los que el ocio, la recreación y el turismo puedan estar presentes bajo otras lógicas, al servicio de las necesidades de la mayoría de la población y no de los capitales. Este es el marco en el que creemos que es necesario situar el debate político actual sobre el turismo: entre la resistencia y la propuesta.
Cualquier discusión sobre la posible construcción de alternativas no puede abordarse sin tomar en cuenta y analizar críticamente el contexto sobre el cual deben desarrollarse. Y el turismo, organizado hegemónicamente bajo el capitalismo, ha sido y es un potente mecanismo global de acumulación y reproducción del capital. Para lograrlo da lugar a procesos de explotación y desposesión que entrañan múltiples formas de violencia (Devine y Ojeda, 2017). El turismo fundamentalmente es esto. Este es nuestro contexto. A su vez, coincide en un entorno de emergencias múltiples –climática, energética, social, de tensiones geopolíticas crecientes, entre otras–, que se ha caracterizado como policrisis (Tooze, 2022), por cómo se entrelazan distintas problemáticas y por las reacciones en cadena que comportan, y donde el turismo es también parte activa.
Chapadmalal. Imagen de Estrella Herrera - Ministerio de Turismo y Deportes del Gobierno de Argentina.
Por otra parte, no todas las formas aparentemente alternativas de organización de la actividad turística responden a objetivos emancipatorios. Los discursos sobre la sostenibilidad, la responsabilidad o la regeneración en el turismo pueden ser reclamados también desde el capital porque no ponen en cuestión ni entran en conflicto con su lógica de crecimiento. Con frecuencia, nos encontramos con experiencias que más bien son funcionales al desarrollo capitalista, concebidas como ofertas complementarias para nichos de mercado específicos en un marco productivo posfordista. O bien, aunque estén organizadas bajo otros objetivos, son demasiado pequeñas y sin suficiente articulación como para poder sostener una contrapropuesta a una escala significativa. Esta es la interpelación fundamental que debemos afrontar en los momentos actuales: qué hacer con el turismo en nuestras sociedades.
Un elefante blanco en la habitación
Ante la pregunta de si, más allá de la resistencia, puede existir un turismo poscapitalista, la respuesta mayoritaria de la izquierda ha sido negativa. Además se cuestiona la necesidad del debate, e incluso su sentido. En realidad, la izquierda ha tenido un problema con el turismo, que habitualmente ha sido identificado como un tema menor, incluso frívolo, cuando progresivamente ha ocupado un papel cada vez más relevante en la globalización capitalista. Mayoritariamente, desde estas posiciones políticas se ha llegado tarde y mal a este debate, con el pie cambiado, porque no hay una propuesta concreta que defender. Aunque siempre se puedan proponer los mayores disparates en campaña electoral, porque los programas lo aguantan todo.
En términos generales, la izquierda no concibe que pueda ser pensada una alternativa turística porque éste es concebido como un mecanismo de reproducción del capital. Punto. El turismo es naturalizado en los términos hegemónicos actuales. Solo podría ser lo que es porque es producto del capitalismo y, por tanto, “uno de los nombres del poder”, como se ha llegado a afirmar.
Este enfoque acierta en la comprensión de qué es en la actualidad el turismo bajo el modo capitalista, que es bajo el que vivimos. Esto contribuye a estimular la resistencia frente a los procesos de explotación y desposesión. Además, esta desconfianza ayuda a poner en cuestión los discursos del capital turístico y sus lobbies cuando, desde planteamientos supuestamente alternativos, se proponen artefactos conceptuales que, en realidad, no dejan de estar al servicio de su reproducción. Nosotros nos sentimos parte de este posicionamiento, pero al mismo tiempo reconocemos sus límites.
Chapadmalal. Imagen de Estrella Herrera - Ministerio de Turismo y Deportes del Gobierno de Argentina.
¿Cuál es problema de naturalizar el turismo únicamente como creación capitalista?En primer lugar, asume la hegemonía del capitalismo como modo único de organización de la vida social. De ahí que muchas veces se generalice la idea de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, en una especie de “realismo capitalista” por el cual no es ni siquiera posible pensar alternativas al orden existente (Fisher, 2016). Por tanto,autolimita el horizonte político de la transformación del ocio, la recreación y el turismo desde una perspectiva emancipatoria, es decir, con la voluntad de construir relaciones sociales no basadas en la opresión. Rechazamos el capitalismo, pero no sabemos por lo que luchamos en términos concretos, y esto vacía de fuerza nuestra resistencia, porque no tenemos una alternativa plausible por la que merezca la pena luchar. Por tanto, la incapacidad de proponer otras lógicas en la organización turística, limita también las aspiraciones y el programa de lo que queremos construir, tanto a largo plazo como en términos inmediatos.
En segundo lugar, cuando la izquierda alcanza ciertas posiciones de poder institucional no sabe qué hacer con el turismo, y su acción se limita a posiciones defensivas, de tímida contención, que inevitablemente se ven desbordadas por las dinámicas expansivas del capital, o, peor, intenta apaciguar el conflicto turístico para que éste no le erosione y le pase factura en la siguiente cita electoral. En consecuencia, no logra construir una programa concreto de protección social frente al desorden causado por el capitalismo. Además, es incapaz de acompañar las luchas laborales de los trabajadores del turismo, porque le niega sentido en sí mismo y, por tanto, vive esta tensión de forma incómoda. Por otra parte, se desconecta de las demandas y necesidades de una amplia mayoría de la población que aspira legítimamente a disfrutar de espacios de ocio, recreación y turismo.
En tercer lugar, hace una lectura corta de la realidad, por cuanto desconoce prácticas concretas que, aunque inconexas y fragmentarias, ya están sosteniendo formas de producción y consumo turístico que no responden a las necesidades del capital, sino a las de amplias mayorías sociales. Esto significa también que la izquierda tiene muchas dificultades para construir alianzas sociales amplias entre sectores que resisten a las dinámicas de explotación y desposesión junto con quienes construyen ya otras formas de práctica turística.
También es cierto que desde distintos ámbitos se ensayan alternativas turísticas que tratan de funcionar fuera de las dinámicas del capital. En estos casos, desde ciertos sectores de la izquierda se las ha podido reivindicar en la medida que conllevan una intención política clara, aunque pocas veces se las nombre como turismo. Se trata, por ejemplo, de iniciativas de viajes a zonas de conflicto donde se ejerce una acción solidaria o de visibilización y denuncia de situaciones de opresión (Gascón, 2009) o espacios que combinan la acción político cultural con la restauración. Son propuestas aceptadas y reivindicadas porque, más que defender un proyecto turístico propio, constituyen herramientas de intervención social y construcción de identidad política. Este tipo de iniciativas pueden tener múltiples efectos virtuosos, tanto en campo de la acción política como en el de la dinamización sociocultural, y también en términos de formación en la gestión concreta. Sin embargo, no dejan de ser experiencias de alcance limitado, que corren también el riesgo de encapsular a la izquierda en espacios de confort que reproducen dinámicas identitarias endogámicas.
Chapadmalal. Imagen de Estrella Herrera - Ministerio de Turismo y Deportes del Gobierno de Argentina.
¿Cómo abordar entonces el debate sobre si es posible un turismo poscapitalista? ¿Cuál podría ser un enfoque que nos ayude a avanzar?Necesitamos una propuesta que pueda integrar distintos tipos de iniciativas turísticas bajo una perspectiva integradora que abra horizontes de esperanza. Poscapitalismo no sería tanto lo que simplemente viene después, sino lo que se construye contra o bajo otros principios. Nosotros usamos, en parte, la propuesta del sociólogo marxista norteamericano Eric Olin Wright sobre las utopías reales, entendidas como experiencias alternativas deseables (que merezcan la pena), viables (que de llevarse a cabo tendrían consecuencias emancipadoras) y factibles (que puedan hacerse en términos prácticos) (Wright, 2018).
A partir de la pregunta de cómo transformamos la sociedad en un sentido emancipatorio, Eric Olin Wright ponía en cuestión la idea de Revolución como vía de transformación social, uno de los grandes paradigmas de la izquierda, que en su propuesta de líneas estratégicas denomina como “aplastar el capitalismo”. Por la experiencia histórica vivida, con procesos revolucionarios que han dado lugar a nuevos monstruos, peores en algunos casos que la situación previa contra la cual lucharon, Wright señalaba las posibilidades de avanzar en una lógica de erosión del capitalismo a partir de cambios concretos que se producen ya bajo el capitalismo por medio de distintas acciones líneas estratégicas que se entremezclan (Wright, 2020): a) “Desmantelar el capitalismo”, con la intervención desde el Estado con reformas que introduzcan progresivamente cambios que avanzaran hacia una alternativa socialista. Básicamente, son intervenciones que fortalecen el sector público. b) “Domesticar el capitalismo”, con la construcción de instituciones que puedan hacer de contrapeso a las dinámicas del capitalismo y tratar de neutralizar sus daños. Esto implica regulación y control sobre la empresa capitalista también desde el Estado. c) “Resisitir el capitalismo”, como forma de influir en el Estado desde fuera de él para contrarrestar los daños del capitalismo a través de la acción colectiva, ya sea, por ejemplo, por medio de sindicatos, asociaciones vecinales u organizaciones ecologistas. En estas tres vías estratégicas prevalece una concepción del Estado como cristalización de una determinada correlación de fuerzas en el que, por tanto, se cree posible influir (Fletcher et al., 2021). Finalmente, d) “Huir del capitalismo”, como forma de construir alternativas sociales bajo otras lógicas a las del capitalismo, como el cooperativismo.
Asumimos esta visión, aunque ponemos en duda que podamos desdeñar de plano la idea de Revolución, sobre todo si la concebimos en términos de un movimiento defensivo, en el sentido apuntado por Walter Benjamin como freno de emergencia ante la naturaleza destructiva del capitalismo (Benjamin, 2008 [1942]). Probablemente, ya no podamos sostener que la vía de una transformación social radical pueda ser pensada, ni deseada, como un movimiento ofensivo de toma del poder después de un momento insurreccional sin la acumulación previa de estructuras sociales que avancen la organización social deseada. Pero tampoco podemos renunciar a que, ante contextos de derrumbe y fallida del sistema, que se agudizan en un contexto de policrisis, no debamos o no podamos asumir el poder. Por tanto, priorizamos construir alternativas a las lógicas del capitalismo desde múltiples espacios, sin abandonar la idea de que en un determinado momento sea necesario apostar por la toma del poder como reacción defensiva ante la deriva suicida de la idea de progreso que impregna al capitalismo y que nos lleva al desastre (Fetscher, 1988).
Hacia un turismo poscapitalista
¿Qué podría significar este horizonte de transformación ecosocialista para la organización del turismo?Ante todo, no aceptar la deserción de la izquierda en relación con el turismo. Por una parte, es necesario sostener resistencias al desorden capitalista en el ámbito turístico a partir de resistencias comunitarias, vecinales, ecologistas, pero también sindicales, y construir puentes entre ellas. La intervención sindical no sirve únicamente a sus trabajadores, sino al conjunto de la sociedad, por cuanto constituye un mecanismo de contención básico a las aspiraciones empresariales, y en el ámbito turístico esto ha estado demasiado desconectado. Y también fortalecer los mecanismos de regulación y control sobre el capital turístico.
Por otra parte, además, hay que acompañar y cohesionar la construcción de alternativas en términos turísticos, tanto desde el Estado como desde fuera de él, y también en sus márgenes, requieran o no recursos públicos. Habrá que asumir que todas estas propuestas tienen en común que han sido concebidas fuera de las lógicas de la reproducción del capital, y que pueden ser diversas y, al mismo tiempo, entender que son frágiles, fragmentarias, temporales, pero que si lográramos verlas como conjunto y articuladas podríamos construir un movimiento con capacidad para reconocerse, apoyarse y ser reivindicado como el avance de otro turismo posible.
Chapadmalal. Imagen de Estrella Herrera - Ministerio de Turismo y Deportes del Gobierno de Argentina.
La construcción de un horizonte poscapitalista en términos turísticos implica un reconocimiento de prácticas sociales que funcionan desde tiempo atrás. Por tanto, más que inventar, requerimos un ejercicio de reconocimiento. Además,estas propuestas deberán ser construidas necesariamente en la proximidad en un contexto de crisis climática y energética con reconocimiento de límites voluntarios que no agraven el desastre ecosocial al cual nos lleva el capitalismo (Cañada e Izcara, 2021). Esto implica que habría que hacer un esfuerzo específico por potenciar propuestas a múltiples escalas y desde distintas perspectivas. Algunas líneas de intervención a reforzar podrían ser:
- Revalorizar y apoyar alternativas turísticas construidas fuera del mercado. Existen diversidad de prácticas articuladas a partir de la autorganización, al margen de los circuitos comerciales. Desde el “dominguear” de las clases trabajadoras hasta el regreso al pueblo por vacaciones (conocido como turismo doméstico de diáspora), pasando por el uso de los espacios verdes cercanos a los lugares de residencia, que deberían ampliarse significativamente. A pesar de su construcción al margen de los circuitos del capital, este tipo de prácticas necesitan también de infraestructuras, como transporte público o lugares adecuados y adaptados, que conllevan también decisiones presupuestarias por parte del Estado.
- Fortalecer un turismo basado en la Economía Social y Solidaria (ESS), incluyendo el sector comunitario. Esta debería priorizar a las clases medias y trabajadoras de proximidad, evitando su elitización. Además, no puede expandirse sin reducir la presión sobre territorios más turisficados en los que ya se acumula una mayor concentración de oferta y, por tanto, aunque sea en forma de ESS supone aumentar los problemas.
- Potenciar las alianzas campo-ciudad con un turismo de proximidad que se integre en una estrategia de conservación convivencial (Büscher y Fletcher, 2022). La sobrefrecuentación del medio rural, acentuado con la pandemia de la COVID-19, ha puesto de manifiesto múltiples problemas en la gestión de los espacios naturales/rurales que no pueden ser resueltos que los modelos tradicionales de conservación o con nuevas tendencias que pretenden fortalecer su aislamiento o su mercantilización. En este contexto, es necesario replantear la separación entre naturaleza y mundo urbano, potenciando una mayor integración, también desde la naturalización de las áreas metropolitanas al servicio de facilitar espacios de recreación a la mayoría de la población. Igualmente, habría que reforzar los vínculos comerciales directos entre el sector agroalimentario con la población urbana con el turismo como mecanismo de mediación. Esto puede hacerse, por ejemplo, en forma de agroturismo, entre otras modalidades.
- Fortalecer políticas públicas de turismo social que permitan el acceso a sectores excluidos a este tipo de actividades por razones económicas o de otra índole. La ampliación de una oferta pública diversificada es estratégica, tanto para dar satisfacción a las necesidades de creciente número de personas que no pueden hacer vacaciones, como para garantizar actividad económica y empleo en un contexto en el que la disminución del turismo internacional por razones climáticas y energéticas comporta también inseguridad en el empleo. Además del sector público, habría que recuperar o impulsar un turismo social vinculado a las organizaciones sindicales, asociaciones y del sector cooperativo. La izquierda tiene aquí una larga tradición a reivindicar y en la que reconocerse para construir una política turística propia. Apostar por el turismo social, implica también entrar en la disputa por sus objetivos ante la contradicción existente entre quienes lo conciben como un nicho de mercado más y, por tanto como oportunidad de negocio, y quienes defienden la oportunidad que supone para responder a necesidades sociales (Schenkel y Cañada, 2021).
- Reconfigurar la movilidad turística internacional. En un escenario de crisis climática y energética, la reducción de viajes usando medios de transporte altamente contaminantes, como aviones y cruceros, parece algo más que razonable, aunque los capitales vinculados a estas actividades siguen sus exigencias en términos de infraestructuras, promoción y fiscalidad. Disminuir drásticamente esta movilidad no será fácil, y, sin embargo, es inevitable. En este contexto la respuesta convencional es regular a través del mercado: viajará quien pueda pagar más. Igual que con el acceso a espacios naturales, la reacción es elitizar el consumo turístico. Desde una perspectiva de transformación de las actuales lógicas ecocidas, el poder adquisitivo no debería ser el único mecanismo de regulación. El acceso a lugares distantes debería resolverse de otro modo. Inevitablemente, conllevaría estancias más largas que habría que dotar de mecanismos de garantía laboral. De modo planificado, también debería regularse la cantidad de viajes y distancia que cada persona podría hacer a lo largo de un tiempo determinado, con políticas que limiten precios y posibilidades de viajar a través de otros mecanismos, como el sorteo por plazas limitadas en las que existan criterios sociales preestablecidos. El turismo internacional no fue una vía de democratización, más bien un espejismo, pero su reducción no debería comportar una nueva forma de incrementar la desigualdad y la exclusión. Habrá que incorporar sesgos de clase, y también de edad, por cuanto las necesidades son también distintas, en la reorganización de la planificación de una movilidad turística necesariamente a la baja.
Chapadmalal. Imagen de Estrella Herrera - Ministerio de Turismo y Deportes del Gobierno de Argentina.
Transformar el turismo en una dirección poscapitalista difícilmente pueda hacerse sin una movilización también en términos culturales, con la construcción deimaginarios que den sentido de clase a una determinada forma de entender el ocio, la recreación y el turismo. Y esto pasa, principalmente, por descolonizar los valores asociados al turismo que han sido construidos para crear necesidades entre la mayoría de la población que puedan ser resueltas mediante el consumo. El escritor y cineasta italiano, Pier Paolo Pasolini, calificaba a la burguesía de enfermedad contagiosa, más que de clase social, por su capacidad de imponer y contagiar de sus propios valores a la mayoría de la población (Pasolini, 1968). Por tanto, una propuesta de turismo poscapitalista necesita también de una movilización cultural que reconozca necesidades de clase y formas propias de organización social, y que las valore como algo propio a reivindicar.
Las formas que adopte esta movilización cultural serán creación de las propias clases subalternas a partir de la acción concreta. Pero nuestra tradición política, entendida en un sentido amplio, también nos ofrece recursos para retomar caminos perdidos, como la apelación que en 1977 hacia Enrico Berlinguer, secretario general del Partido Comunista Italiano, al valor de la austeridad como forma de impugnar el consumismo desenfrenado (Berlinguer, 1978). O la reivindicación de una ética de la autocontención que hace el poeta y ensayista Jorge Riechmann cuando sostiene que nuestras propuestas de transformación social deben aceptar los límites del planeta y que, por tanto, es necesario buscar equilibro, sentido de proporción, y que esto entraña un sentido ético que nos permita salir de las lógicas de crecimiento infinito del capitalismo (Riechmann, 2004).
Apostar por esta vía, en definitiva, implica defender una política pública turística que contribuya a consolidar posiciones en dos grandes vías de intervención política. En primer lugar, poner límites al capital desde el Estado (en la regulación de su oferta productiva, en el plano urbanístico, en su fiscalidad, en la promoción, en las infraestructuras, en la inspección y normativa laboral, entre otras) y desde la organización social (sindical, vecinal, comunitaria, ecologista). Y, en segundo lugar, sostener propuestas turísticas construidas tanto desde el Estado como desde fuera de él, que estén al servicio de amplias mayorías y no meramente como formas de consumo pasivo, sino como posibilidad de mejora en la salud, el bienestar, la educación, el pensamiento crítico e incluso como parte del desarrollo de potencialidades humano. David Harvey argumenta, con razón, que “no existe una idea buena y moral que el capital no pueda apropiarse y convertir en algo horrendo”, y sin embargo, al mismo tiempo, ninguna práctica social debería quedar excluida de las aspiraciones de transformación en un sentido emancipatorio.
TURISMOS EN DISPUTA
El blog de Ernest Cañada
Sobre perspectivas críticas en el turismo y alternativas poscapitalistas
Investigo en turismo desde perspectivas críticas. Trabajo actualmente como investigador postdoctoral en la Universidad de las Islas Baleares (UIB). Soy miembro fundador de Alba Sud y entre los años 2008 y desde entonces soy su coordinador. Entre los años 2004 y 2015 residí en Centroamérica. En este blog hablamos de turismo en plural, de su impacto en el trabajo y también en el mundo rural, de los procesos de desposesión que conlleva, de las condiciones laborales de sus trabajadores y trabajadoras. Pero también de los esfuerzos comunitarios y de amplios sectores sociales por controlar territorios, recursos y formas de organizar esta actividad para, en definitiva, construir alternativas emancipatorias postcapitalistas.