04-02-2017
Implicaciones socio-ambientales de la construcción del espacio turístico
Ernest Cañada | Alba SudUn propuesta de interpretación crítica de los procesos de construcció de nuevos territorios hegemonizados por las dinámicas del capital turístico, con una mirada especialmente en Centroamérica y el Caribe.
Crédito Fotografía: Costa de Pájaros, Costa Rica. Imagen de Ernest Cañada | Alba Sud
Históricamente el capitalismo ha manifestado una necesidad de expansión territorial permanente en estructuras globales cada vez de mayor dimensión (Harvey, 2003; Wallerstein, 1979). La expansión del capital hacia nuevos territorios en los que poder garantizar su reproducción es parte de las respuestas de las que éste se dota para enfrentar sus crisis, en lo que el geógrafo David Harvey ha denominado como soluciones espacio-temporales (Harvey, 2013 y 2014). Cada ciclo de acumulación desarrolla una territorialidad propia, lo cual implica que las actividades económicas funcionales a un determinado ciclo de acumulación se vertebran y articulan de acuerdo con las particularidades de dicho ciclo, construyendo “geografías a su medida” (Rodríguez y López, 2011).
Desde esta perspectiva, la sobreacumulación de capital recurrente históricamente puede derivar en devaluación cuando se produce una recesión o depresión deflacionaria, por lo que necesita “moverse” y encontrar espacios en los que “fijarse” (capital fix), y por tanto desplazar espacial y/o temporalmente el capital excedente. Estos “arreglos espaciales” implican fenómenos como el colonialismo, el imperialismo, la libertad de movimientos del capital o la conquista geopolítica de fuentes de recursos naturales.
Una de las formas a través de las que el capital logra absorber capitales excedentes, valorizarse y aplazar así temporalmente las crisis del capitalismo es por medio de entornos construidos como la ampliación de ciudades o nuevas formas de urbanización difusa de territorios rurales costeros asociados al turismo residencial, o la creación de grandes infraestructuras que permitan ubicar los excedentes generados en nuevas oportunidades de inversión, como aeropuertos, carreteras o puertos para cruceros que están íntimamente relacionadas con el turismo (Blàzquez, 2013).
El resultado de esta dinámica del capital en búsqueda de mejores condiciones para su reproducción es un paisaje geográfico permanentemente inestable, por cuanto la acumulación de capital en un espacio concreto se vuelve posteriormente un obstáculo para seguir acumulando. El capital tiene, por lo tanto, que devaluar gran parte del capital fijo en el paisaje geográfico existente, a fin de construir un paisaje totalmente nuevo con un aspecto diferente. Esto induce crisis localizadas intensas y destructivas.
A su vez este desplazamiento implica reconfigurar los territorios en función de las nuevas dinámicas de acumulación, y supone por tanto la puesta en marcha de procesos transformación de esos espacios y de los diferentes grupos sociales presentes en él, así como de su organización territorial. Son parte de una dinámica global de refuncionalización espacial en base a las lógicas de acumulación, en lo que Peter Rosset califica como una “guerra por la tierra y el territorio” (2009).
De este modo, la construcción de territorios adecuados a una acumulación fundamentada en las actividades turístico-residenciales demanda ciertas lógicas de especialización singulares. Para garantizar las dinámicas de reproducción de capital a gran escala se ha requerido que esos espacios concentren múltiples ofertas e infraestructuras que lo hagan atractivo, generen economías de escala con múltiples actividades complementarias entre sí y puedan funcionar con volúmenes de negocio de una cierta dimensión. Esto ha implicado la reorganización y refuncionalización de esos territorios a partir de las necesidades de acumulación del turismo como actividad económica predominante en ese espacio. Por tanto supone la pérdida de peso, desplazamiento y marginalización de ciertas actividades económicas y actores que antes ocupaban un espacio central.
Esta expansión turística da lugar a lo que Louis Turner y John Ash denominaron en1975 como “periferias del placer” (Turner y Ash, 1991). Después de la Segunda Guerra Mundial, el desarrollo de la aviación y las infraestructuras aeroportuarias permitieron ampliar los destinos vacacionales alrededor del mundo, de tal modo que estas nuevas áreas pudieron entremezclarse mucho más con diferentes zonas del planeta y entrar en mayor competencia entre sí. Sobre eso se construyó un nuevo modelo vacacional masivo, acompañado de la expansión de la hotelería, las agencias de viaje, líneas de cruceros, así como nuevos mecanismos financieros. En este nuevo contexto de oportunidad, siguiendo a Turner y Ash, el capital turístico ha podido elegir dónde ubicarse en función de las ventajas comparativas que le ofrecen uno u otro territorio en forma de “incentivos” (costes de la mano de obra, fiscalidad, infraestructuras, abastecimiento de recursos energéticos, seguridad, etc.). La incorporación de nuevas “periferias turísticas” se multiplicó a partir de los años 80 con la caída de los precios del petróleo en los años 80 que posibilitó un fuerte incremento de la movilidad. Y más recientemente la expansión del capital financiero generó grandes capitales que requerían dónde materializarse, y que encontraron en estos nuevos espacios turísticos una magnífica oportunidad (Murray, 2012).
Los distintos territorios que van incorporándose dentro de la lógica de funcionamiento global de la industria turística lo hacen desde una posición de subordinación con escasa capacidad de control sobre las distintas escalas a través de las que funciona esta actividad, tal como puso en evidencia Stephen G. Britton en un artículo considerado ya clásico en los estudios críticos del turismo (Britton, 1982). Son por tanto los capitales globales en alianza con los locales y regionales que dirigen el proceso de creación de los nuevos espacios turísticos.
La penetración de los capitales turísticos e inmobiliarios, acompañados de determinadas leyes y políticas públicas nacionales e internacionales y arreglos institucionales a su servicio, provoca una metamorfosis radical en la lógica de la articulación territorial en función de sus necesidades de reproducción, como previamente lo hicieran otras estructuras económicas dominantes que organizaron el territorio a medida de sus necesidades. En el nuevo espacio turístico la naturaleza, transformada en mercancía por medio de la industria turístico-residencial, se convierte en un factor clave para aumentar ganancias (Aguilar et al. 2015). Y por tanto implica situar a la naturaleza ante una dinámica de despojo y reapropiación a fin de hacerla funcional a los intereses de acumulación capitalista a través de la industrio turístico-residencial (Vilchis et. al., 2016), dando lugar a un proceso de reconfiguración del paisaje turístico (Cruz-Coria et al., 2012). Este proceso, a su vez, formaría parte de los distintos procesos paralelos de “neoliberalización” de la naturaleza descritos por Noel Castree (2008).
Periferias turísticas en el Caribe, tanto insular (República Dominicana, Cuba o Jamaica) como mexicano (Cancún, Riviera Maya), o Centroamérica (Guanacaste en Costa o Rivas en Nicaragua) son algunos de los ejemplos paradigmáticos de cómo se transforman los territorios rurales, en especial en las zonas costeras, por la presencia hegemónica de las actividades turístico-residenciales (Cañada, 2013). En estos, lejos de la propaganda que asocia el turismo con la modernización o el desarrollo, lo que podemos encontrar son tres grandes fenómenos sociales:
a) Procesos de desposesión de recursos naturales y desarticulación territorial pre-existentes. La construcción del espacio turístico implica para las comunidades rurales el despojo de recursos naturales como la tierra y los bosques. El expolio de tierra se puede llevar a cabo de maneras diversas, desde la presión a través del mercado, con procesos especulativos, hasta los cambios normativos en la forma de regular el uso del territorio, o la violencia física. Paralelamente se produce la destrucción o afectación de importantes ecosistemas. Así se han identificado la destrucción de manglares y humedales; la contaminación del agua; la acumulación de residuos sólidos; movimientos de tierra y destrucción de cerros para la creación de terrazas; destrucción y/o fragmentación de los bosques, entre otros. Tanto en la construcción como sobre todo cuando las iniciativas turísticas empiezan a operar, el agua se convierte también en objeto de competencia, dadas las necesidades de los complejos turístico-residenciales frente a uso doméstico de la población local o riego de sus cultivos. El consumo de agua del turismo tiene que ver con los usos personales de sus clientes (aseo, spas, piscinas), mantenimiento de jardines y campos de golf, entre otros, pero también con necesidades “indirectas” derivadas del funcionamiento de la industria turística. Finalmente se desestructura también la territorialidad pre-existente de las comunidades rurales, al promover el desplazamiento de los lugares de vivienda o al impedir el acceso a determinados caminos de paso o a las costas.
b) Nuevas dinámicas migratorias tanto de expulsión como de atracción. El nuevo espacio turístico provoca una movilidad poblacional en múltiples sentidos. Expulsa a personas de origen campesino y pesquero a causa de los procesos de desposesión y, a su vez atrae fuerza de trabajo para la construcción y los servicios turísticos y auxiliares, en muchas ocasiones procedentes de otras comunidades rurales empobrecidas, que igualmente se han visto perjudicadas por las políticas neoliberales hacia el agro y la economía campesina, y en disposición por tanto de emigrar y suministrar mano de obra en los mercados de trabajo de la economía global. Igualmente el espacio turístico atrae nueva población de mayor poder adquisitivo que trabaja como cuadros medios y altos de las instalaciones turístico-residenciales y a los mismos usuarios de estos servicios, tanto de corta duración como media o larga. Estos cambios poblaciones suponen nuevas dinámicas y procesos de vertebración social, cultural y política. La dinámica espacial y social se polariza entre los lugares destinados a la producción turística y los que garantizan su reproducción.
c) Integración subordinada de la población procedente de comunidades rurales en las nuevas actividades turísticas. Los empleos creados por el turismo para las poblaciones de las comunidades, tanto del lugar donde se instalan como las que han venido de fuera, son habitualmente precarios y ocupan los puestos más bajos en la escala laboral, tanto en la construcción como en los servicios de atención al turista (limpiadoras, camareras de piso, recepcionistas, cocinas, jardinería, seguridad y vigilancia, animación). Los trabajadores habitualmente se ven sometidos a unas condiciones de sobreexplotación laboral: bajos salarios, irregularidad en los pagos, subcontrataciones, acoso policial, inseguridad y riesgo laboral. A su vez, cuentan con débiles estructuras de protección por parte de los ministerios del trabajo y sindicatos, que sufren sistemáticamente el acoso del empresariado que dificulta la creación de organizaciones sindicales en las áreas turísticas. Este tipo de dinámica económica también atrae a algunas personas que tratan de “buscarse la vida” en la economía informal, ofreciendo productos y servicios directamente a los turistas (alimentos y bebidas, souvenirs, artesanías, masajes, entre otros). Pero su acceso a los turistas no siempre resulta sencillo a causa de las dinámicas de restricción y privatización generadas por unas formas de desarrollo turístico de carácter excluyente y que metafóricamente se ha podido etiquetar como “búnker playa-sol” (Blàzquez et al.; 2011).
Este proceso de transformación social asociada a la construcción del espacio turístico de forma hegemónica bajo grandes capitales. tiene una naturaleza de carácter estructuralmente violenta (Büscher y Fletcher, 2016). Su implantación, con mayores o menores resistencia se ve asociada a números conflictos de de carácter redistributivos, tanto entre sectores económicos como entre diferentes grupos sociales (Gascón, 2012), cuyo estallido aporta luz sobre procesos sociales profundos demasiado invisibilizados.
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