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Artículo de Opinión | Territorio y recursos naturales

07-08-2013

De la reacción a la propuesta: la dialéctica entre ciencia y movimiento social

Raül Valls | Alba Sud / CST

Los movimientos ecologistas y en defensa del territorio han sido capaces de poner los intereses de la mayoría, y de las generaciones futuras, como motor de la protesta y la propuesta alternativa.


Crédito Fotografía: Manifestación contra el trasvase del Ebro. Fotografía de Manel Zaera (bajo licencia creative commons).

Las luchas en defensa de un nuevo modelo de desarrollo territorial han expresado un momento extraordinariamente afortunado en lo que históricamente se ha llamado "alianza entre la ciencia y el movimiento social". La aparición histórica de la conciencia de los límites planetarios debe llevar a los movimientos emancipadores a incorporar las preocupaciones ecologistas como un elemento central de sus críticas y propuestas alternativas. La constancia de vivir en un "mundo lleno", donde la escasez se convierte en una limitación al crecimiento ilimitado, va más allá del círculo de los expertos y científicos y comienza a hacerse patente entre la ciudadanía más concienciada y formada. Este "darse cuenta de los límites" llega cada vez más a muchos sectores de la población, no solo por el agotamiento de recursos a nivel planetario (sobre todo energéticos) y los cambios climáticos, sino por la percepción directa de las transformaciones del su entorno inmediato.

Es indiscutible que las generaciones actualmente vivas han contemplado los cambios y transformaciones del "lugar" donde habitan más intensos y rápidos de la historia humana. El crecimiento de la urbanización, la extensión de las redes de comunicación, los constantes y rápidos cambios en los usos del suelo han supuesto transformaciones radicales. Muchos entornos de nuestra niñez han sido profundamente alterados y lo que es más significativo, se han vuelto irreconocibles para sus habitantes. Este impacto vital unido a la conciencia de límite ha llevado a la aparición de muchos movimientos sociales que han puesto la duda sobre la necesidad de ciertas infraestructuras y transformaciones territoriales aireadas por los poderes políticos y económicos como absolutamente vitales para el progreso de la sociedad.

La acusación de "querer detener el progreso del país" ha sido la más agitada por los defensores del crecimiento económico a ultranza. En este sentido, la valorización del paisaje, la recuperación de antiguos usos, la defensa de espacios de valor natural o de espacios agrarios de valor social y en general las luchas contra la banalización y mercantilización de nuestro espacio vivencial ha supuesto una novedad sorprendente. Una ciudadanía más formada y portadora de un nuevo concepto de progreso se ha convertido protagonista de unas luchas inauditas medio siglo atrás. Una ciudadanía que percibe que "más" puede no ser necesariamente "mejor" y que defiende una pacificación de nuestra relación con el medio natural y una vida más austera y saludable.

En este proceso ha sido fundamental esta dialéctica entre conocimiento y reivindicación, este diálogo entre una ciudadanía preocupada y unos expertos y científicos con datos concretos y previsiones de futuro. El caso de la lucha contra los trasvases lo ilustra de manera. De un movimiento defensivo, que intuye pero que todavía no conoce, se transita, gracias a la complicidad con la Fundación por una Nueva Cultura del Agua, a un movimiento que se opone a los trasvases desde la propuesta alternativa. Esto se ve claramente en la evolución de las consignas: de la defensiva y reactiva "El agua del Ebro es nuestro" a la propositiva "El río es vida, no al trasvase".

Este "no" tan criticado por ciertos sectores políticos y económicos del país (debate sobre la "Cultura del No" iniciado en su momento por el propio Jordi Pujol, auténtico baluarte de la defensa del crecimiento económico como forma de "hacer país") aparece sustentado ya no por razones egoístas, defensivas o emocionales, si no que se ponen encima de la mesa argumentos racionales, conocimientos científicos y lo que le da una mayor potencialidad, elementos que apuntan hacia el bien común. Este último factor es importante. Ya no estamos ante una reacción visceral y local o de una fría argumentación científica hecha desde un laboratorio universitario. Este diálogo sitúa el "bien común" como un elemento fundamental de la reivindicación. Los movimientos ecologistas y en defensa del territorio, gracias a esta feliz dialéctica, han sido capaces de poner los intereses de la mayoría, y más allá los intereses de las generaciones futuras, como motor de la protesta y la propuesta alternativa.

El caso de “Salvem les Valls” y el “túnel de Bracons” es también en este sentido paradigmático. Una lucha que surge de la preocupación vecinal y de la voluntad conservacionista donde el entorno humano y el paisaje natural convierten la principal motivación evoluciona a partir de la búsqueda de argumentos hacia la critica del modelo de desarrollo de los transportes actualmente vigente y basado en la progresión indefinida del vehículo privado y de la red de carreteras. Por lo tanto, ya no se trata solo de valorar como me afecta a mí, ciudadano de una localidad modificada por una infraestructura concreta, sino cómo afecta al territorio en su globalidad y cuáles son las lógicas que la provocan y los escenarios futuros que determina. Estamos, por tanto, ante un ensanchamiento sustancial del campo de visión y de una crítica que va mucho más allá del puro interés local. Este proceso no se realiza de forma lineal y simple, el aprendizaje del colectivo es desigual y mantiene contradicciones, pero la evolución de los militantes más activos y su influencia en su entorno social hace que la lucha crezca y madure. Ésta gana en profundidad, es capaz de atraer apoyos de otros territorios y sectores sociales, políticos y económicos. En resumen, se carga de legitimidad social al tiempo que la posición meramente defensiva quedando en un segundo plano. Es en este sentido que podemos hablar del surgimiento de una Nueva Cultura del Territorio y en ningún caso de una simple reacción egoísta ante transformaciones que, a pesar de creer necesarias, las queremos lejos de casa.

 

Nota: Este artículo forma parte del libro de próxima publicación: Francesc Magrinyà (ed.) (2013). La infraestructura viària en un sistema territorial. Identitat, natura, economia i participació. La variant d’Olot i l’encaix a les Preses i la Vall d’en Bas. Barcelona: Universitat Politècnica de Catalunya (UPC)-IntraScapeLab.