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Artículo de Opinión | Construcción de paz y DDHH

30-04-2012

La seguridad como valor comunitario

Ileana Gómez Galo

Ileana Gómez Galo, investigadora de la Fundación PRISMA en El Salvador, destaca la existencia de lazos comunitarios fuertes como factor clave para la seguridad pública. La comunidad se convierte en una institución social fundamental que posibilita la cohesión, la integración y la solidaridad.


Crédito Fotografía: Jóvenes en El Tamarindo, bajo la presencia de las maras. Fotografía de Ernest Cañada / Alba Sud

Una idea más integral del bienestar social comprende el sentido de seguridad de los ciudadanos en su entorno más cotidiano. Siendo El Salvador uno de los países con más episodios de violencia al nivel mundial hay que considerar no solo las situaciones que permiten la reproducción de la violencia, en sus diversas dimensiones, sino a además hay que revisar aquellos casos en los que esta no se produce y por el contrario los ciudadanos y ciudadanas reconocen que una de las ventajas de sus lugares es la seguridad que sienten en su entorno. Ya que es precisamente aquí donde podemos encontrar pistas que nos ayuden a encontrar las soluciones al problema.

Una investigación en marcha que busca definir el perfil de las mujeres rurales jóvenes (14-35 años) en América Latina en el siglo XXI está encontrando que uno de  los valores más preciados por este grupo es precisamente la seguridad. En El Salvador el estudio está a cargo de Fundación PRISMA como parte del Programa “Nuevas Trenzas”, coordinado por el Instituto de Estudios Peruanos. En grupos focales realizados con  mujeres jóvenes en cinco zonas rurales del país se encontró que en al menos cuatro de estas zonas las mujeres tienen una alta percepción de seguridad, ellas afirman que lo que más aprecian de los lugares donde viven es la “sensación de estar seguras y tranquilas”, la justificación de esta seguridad la expresan en que “no hay maras” pero también la explican con elementos que permiten entender la importancia de mantener los lazos de apoyo comunitario, pues se trata de lugares donde, según las participantes en estos grupos focales, “la gente se cuida entre unos y otros”, “hay preocupación por el vecino o la vecina” y por consiguiente hay tranquilidad para dejar la puerta abierta y andar de noche sin preocupación. En estos casos la inseguridad viene de afuera, de personas externas a la localidad, de recién llegados al territorio con los que no se llegan a construir lazos comunitarios.

Precisamente la existencia de fuertes lazos comunitarios es una de las características que tienen las comunidades rurales con bajos niveles de violencia, donde la comunidad es la reproductora de las relaciones de convivencia, solidaridad y reciprocidad, lo que en la jerga sociológica se conoce como “capital social” concepto que ha sido muy usado e incluso abusado en el  discurso de los programas y políticas de desarrollo.

Sin embargo, al menos en El Salvador aun no existen políticas públicas que realmente conduzcan a fortalecer este capital social, en parte porque tampoco existen estudios que profundicen el entendimiento de su importancia, naturaleza, características y expresiones en la sociedad rural del país. Si bien hay estudios de casos que muestran cómo el capital social es básico para asegurar el éxito de los programas que buscan la mejora de los medios de vida rurales a través del fomento de la producción, la búsqueda de mercados, el cambio de prácticas agrícolas etc., porque en las zonas rurales las familias no son núcleos aislados, sino conglomerados de familias extensas y comunidades que han sabido sobrevivir e incluso desplegar alternativas de desarrollo local a partir de apoyarse las unas a las otras compartiendo fuerza de trabajo o el cuido de los hijos e hijas, intercambiando semillas, animales y plantas medicinales. Esta red de reciprocidad y confianza permite que todos y todas se conozcan y reconozcan como parte de una comunidad.

Los territorios rurales están lejos de ser espacios libres de violencia pero ésta sigue siendo un fenómeno que afecta mucho más a los ámbitos urbanos. Ya el informe realizado por la Comisión Nacional para La Seguridad Ciudadana y Paz Social en 2007 afirmaba que la violencia es un fenómeno más urbano, centrado en las ciudades caracterizadas por suburbios con altos índices de marginalidad. El mismo informe reconoce una serie de factores que contribuyen a los altos niveles de violencia como la inequidad, el desempleo, la deserción escolar. Estos factores  entre otros como la migración, la desarticulación de la dinámica productiva agrícola, la proliferación de armas, la falta de oportunidades de inserción no solo laboral sino social, son un torbellino de causas que han podido amalgamarse lo suficiente para producir una desestructuración social de tales dimensiones que se traduce en la violencia como fenómeno que se expresa en los espacios públicos y privados, pero también ha dado paso a la creación de estructuras paralelas que permiten una “socialización” alternativa, una subcultura que usando la violencia como fuente de poder basado en el control de armas y territorios redefine la pertenencia a un colectivo que se vuelve un contrapoder, este es el caso de las pandillas conocidas como maras delincuenciales.

En las cuatro zonas rurales estudiadas por Nuevas Trenzas en El Salvador, las maras no tienen éxito porque la comunidad es la institución que a través de diversos mecanismos mantiene la cohesión social, mediante la generación de lazos de solidaridad, proporciona un sentido de pertenencia y permite, aunque con escasos recursos, la creación de alternativas para la reproducción de los medios de vida de las familias. Para ello las comunidades se apoyan en una red de organizaciones locales o incluso construyen vínculos con organizaciones fuera del país; también ha sido clave el rol de las municipalidades, reorientando recursos, fomentando el capital humano local, definiendo políticas para la equidad de género, incorporando a los jóvenes y las mujeres en experiencias productivas innovadoras, otro elemento importante han sido las estrategias para la distribución de tierras, sobre todo después del conflicto armado.

Ciertamente no en todas las zonas rurales encontramos lazos comunitarios fuertes y cohesionados, pero las experiencias en estudio dan una guía para reconocer la importancia de reconstruir o fortalecer a la comunidad como una institución social que posibilita la cohesión, la integración y la solidaridad. Fortalecer la vida comunitaria  es  clave para erradicar a las estructuras que hacen de la violencia y de la organización delincuencial un modo de vida que ya está tocando fondo. Por eso las comunidades rurales de El Salvador que tienen buenos niveles de  cohesión nos pueden dar valiosas lecciones al respecto.

 

Publicado originalmente en el diario digital Contrapunto el día 15 de abril de 2012.