14-08-2021
Turismo rural y empoderamiento femenino: ¿un proyecto incompleto?
Gema Martínez-Gayo | Alba SudEl turismo rural en España se encuentra fuertemente ligado a la figura de propietarias de alojamientos en ese entorno, pero ¿se ha traducido esto en un empoderamiento de las mujeres rurales? ¿Existen nuevas expectativas de cara al futuro?
Crédito Fotografía: Hans Braxmeier en Pixabay, bajo licencia creative commons.
A lo largo del tiempo, el turismo rural se ha presentado como solución a diversas problemáticas. Por ejemplo, para frenar la drástica caída de población de los territorios rurales, como alternativa a la crisis de otros sectores productivos tradicionales o para incrementar la tasa de actividad de las mujeres del campo.
La llegada de la COVID-19 volvió a atraer el interés hacia este tipo de alojamientos y actividades, convirtiéndose para muchas personas en la mejor opción de turismo en el último año. Esto hizo que se incrementasen las peticiones de reserva dada la coyuntura existente, tal y como muestra el Barómetro del Turismo Rural. No es extraño, por tanto, que la presidenta nacional de Afammer (Confederación de Federaciones y Asociaciones de Familias y Mujeres del Mundo Rural), Carmen Quintanilla, destacara el importante papel que las mujeres rurales tendrán en la recuperación del turismo tras la pandemia, dado su protagonismo tanto en el turismo rural como en el ecoturismo.
Breve acercamiento al turismo rural
En España, a finales de los años sesenta, ya existían experiencias de alojamiento en casas rurales, como el programa de Vacaciones en Casas de Labranza. Este fue desarrollado por el Servicio de Extensión Agraria, perteneciente al Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, y por la Secretaría de Estado de Turismo. El objetivo era que las personas dedicadas a la agricultura sacasen provecho económico de los recursos turísticos existentes, a la par que un porcentaje amplio de población podía acceder a este tipo de turismo a un coste moderado. Los agricultores obtenían un ingreso extra a través del alquiler de las habitaciones de su propia casa, con lo que al principio los gastos eran reducidos por reacondicionamiento. Posteriormente, se adecuaba la vivienda hasta adaptar espacios completos para los turistas. El Programa se extendió a lo largo del territorio nacional, en 1977 abarcaba 486 localidades situadas en 42 de las provincias españolas (Carazo García-Olalla, 1982).
El desarrollo urbano, con una emigración del campo a la ciudad bien entrado los años sesenta favoreció que décadas después nuevas generaciones de las grandes ciudades vieran el campo con otros ojos, como una experiencia positiva e idílica en contraste con épocas anteriores (Cànoves et al., 2005).
Imagen de Sergio Cerrato en Pixabay, bajo licencia creative commons.
Pero estos cambios también se han visto favorecidos por la elevada despoblación y dispersión de la población, el envejecimiento poblacional que generó nuevas necesidades frecuentemente ignoradas y una carencia de infraestructuras suficientes que se adaptasen a estas nuevas demandas. Por otro lado, se produjo una elevada masculinización del campo que hizo que el sector primario perdiera peso y las mujeres emigraran con frecuencia a áreas urbanas (Alonso y Trillo, 2014). Para entender este último aspecto, conviene tener en cuenta que las mujeres siempre han desempeñado un papel clave en la sociedad rural tradicional. Con su participación en el trabajo de las explotaciones agrarias y ocupándose de las tareas del hogar y el cuidado de los miembros de la familia.No obstante, nunca han obtenido reconocimiento por las mismas, ni han sido contabilizadas por las estadísticas oficiales. Esto ha llevado a lainvisibilidad de su trabajo, y, por tanto, a considerarlo como secundario y complementario a la renta principal de la unidad familiar (Flores y Barroso, 2011).
El turismo rural como oportunidad
En este contexto, el turismo aparece como la llave para dinamizar estos territorios y se convierte en uno de los pilares de los procesos de desarrollo rural. No resulta extraño que las acciones orientadas a este fin, como los programas operativos PRODER y las iniciativas comunitarias LEADER, destinasen la mayor parte de su financiación a proyectos relacionados con el turismo. Actividades como la creación de empresas en este sector o la promoción turística, fueron algunas de ellas (Flores y Barroso, 2011).
Por ejemplo, el programa LEADER I proponía la creación de nuevos productos turísticos como solución para frenar la despoblación sufrida en las zonas rurales. Esto tuvo continuidad con el LEADER II que fomentó actividades innovadoras y de diversificación económica con el fin de mantener el mermado patrimonio familiar fruto de la disminución de las rentas agrarias. El turismo rural también se vio favorecido por un intento de equilibrar las zonas turísticas, dada la cada vez mayor preocupación por la masificación de determinados territorios y su posible impacto en el medioambiente (Cànoves et al., 2005).
Se presentaba la posibilidad de transformar el campo a nivel social, demográfico y económico. Los empleos se diversificaban y se creaban nuevas oportunidades de trabajo para los colectivos más vulnerables del mercado de trabajo como eran las mujeres (Muñoz Semeco, 2012). El propio contexto socioeconómico, fruto de la crisis, y los numerosos cambios en la agricultura y ganadería, favorecieron que el turismo rural abandonase progresivamente ese papel complementario de las actividades agropecuarias y se convirtiera, cada vez más, en la actividad principal, especialmente para las mujeres del campo (Talón Ballestero et al., 2014).
Claroscuros desde la perspectiva de género
Dos investigaciones llevadas a cabo en Holanda concluyen que las mujeres desarrollan un papel fundamental en la búsqueda de nuevas oportunidades económicas en las zonas rurales y están más abiertas al cambio que los hombres. Pero este fenómeno no resulta exclusivo de este país, en todo el territorio europeo las mujeres han estimulado la innovación en los espacios rurales y han propiciado la revitalización de sus comunidades. Esto se materializa a través de su trabajo, con su contribución a la mejora de la calidad de vida de su familia y, también, de las condiciones de vida de su entorno. A pesar de la importancia de este papel, las tareas que realizan son vistas como una prolongación del trabajo doméstico, lo que refuerza su papel tradicional en la división sexual del trabajo, y le otorga un papel invisible o de menor categoría. Su actividad les permite ganar, en algunos casos, independencia económica, un mayor contacto con el exterior, les confiere seguridad en sí mismas y les permite mejorar su estatus dentro del ámbito familiar, pero puede crear conflictos en el mismo y continúa en gran medida siendo un trabajo estereotipado (Kloeze, 2002).
Imagen de Ahmed Gomaa en Pixabay, bajo licencia creative commons.
Las mujeres rurales se han visto afectadas por los problemas tradicionales de las trabajadoras en el mercado de trabajo, como la segregación ocupacional, la discriminación y su precarización laboral. Así resulta frecuente que cuenten con contratos temporales, perciban menores salarios o sean objeto de contrataciones irregulares. Las escasas oportunidades laborales de su entorno hacen que, muchas veces, se vean obligadas a mantenerse en este tipo de empleos (Cànoves Valiente y Blanco Romero, 2008). En lo que respecta al empleo del turismo rural nos encontramos con la elevada incidencia de la economía sumergida, la alta estacionalidad, la baja ocupación, la reducida estancia media y la utilización de mano de obra familiar no remunerada, principalmente mujeres (Flores y Barroso, 2011; Alonso y Trillo, 2014).
Una investigación llevada a cabo en Castilla y León expone que, aunque las mujeres son mayoría tanto en lo referente a la propiedad como entre sus trabajadoras, esto no evita la precariedad laboral que sufren. Los mayores índices de temporalidad, su elevada incidencia en cuanto a trabajo no remunerado y la baja consideración social de sus tareas, por su vinculación con los roles tradicionales de género, lleva a esta situación (Muñoz Semeco, 2012).
En este mismo sentido, Ignasi Brunet y Amado Alarcón describen cómo las mujeres rurales se ven muy condicionadas por el lugar que ocupan dentro de la unidad familiar, más que por un proyecto personal. Se acaba entremezclando el trabajo productivo y reproductivo y desarrollan tareas de atención y cuidado que constituyen una condición básica para llevar a cabo el negocio. Las relaciones sociales patriarcales favorecen estos negocios a través de la doble jornada de las mujeres, siendo aún más grave el hecho de que, muchas veces, no llegan a ser retribuidas de manera directa. El beneficio que generan se gestiona por el hombre y acaba perteneciendo a la unidad familiar. No se puede identificar automáticamente la titularidad del establecimiento con la gestión efectiva y toma de decisiones, la cual reside muchas veces en los varones (2007). Serían los hombres quienes, finalmente, llevan a cabo las tareas de administración de los ingresos del negocio, lo que invisibiliza el trabajo de estas mujeres, limita su autonomía y pone barreras a su desarrollo social y personal. El papel de estas mujeres como propietarias resulta finalmente testimonial y responde, en numerosas ocasiones, a requisitos para recibir ayudas económicas (Muñoz Semeco, 2012).
Una vez montado el negocio pueden encontrarse dificultades a la hora de conseguir la independencia económica, ya que estas propietarias de alojamientos rurales deben enfrentarse a la elevada estacionalidad de la demanda, el reducido tamaño de los negocios, los altos costes de explotación y el predominio de una gestión familiar de estas empresas turísticas (Talón Ballestero et al., 2014). Otra barrera importante son los procesos de envejecimiento poblacional, y su masculinización, así como la perpetuación de roles tradicionales. Las mujeres acaban por tener que hacerse cargo de varias personas mayores dependientes, sin contar con los servicios públicos suficientes y muchas veces lejanos a su residencia. La dispersión entre poblaciones o la escasez de transporte público, acaba por enfatizar las dificultades para llevar a cabo trabajos a tiempo completo y alejados de su domicilio como apunta Ana Sabaté Martínez en el BoletínEcos.
Nuevos horizontes
Existe una tendencia hacia unamayor profesionalización de las propietarias de alojamientos rurales. Estos llegan a convertirse en su principal fuente de ingresos, aunque inicialmente se viera como un simple ingreso extra para sacar partido a la casa familiar, tal y como expone la Encuesta de Propietarios de Alojamientos Rurales de Clubrural.com. El hecho de poder iniciar el negocio con una inversión asumible o el querer cambiar de vida, son inicialmente algunas de las razones para llevar a cabo este proyecto. De igual forma, la investigación desarrollada por Talón Ballestero et al., muestra cómo, aunque la mayoría de las mujeres encuestadas esta actividad sigue suponiendo una renta complementaria, se ha incrementado el porcentaje para las que constituye su ingreso principal. Es más probable que la renta sea la fundamental para ellas cuando no tienen pareja e hijos, dejaron un trabajo previo para establecer este negocio de forma independiente, han contado con financiación ajena y presentan mayor número de empleados, precios más elevados y una ocupación del establecimiento superior. Este nuevo perfil depende menos de la estructura familiar y es más independiente personal y económicamente, jugando un papel básico las fuentes ajenas de financiación (2014)
Ana Sabaté Martínez en el BoletínEcos, destaca este nuevo perfil de mujeres jóvenes y adultas, las cuales se incorporan al trabajo en el mundo rural como elección personal, mayoritariamente en el sector servicios. Ejemplos de estas actividades serían la comercialización de productos alimenticios de elevada calidad, la artesanía y, por supuesto, un turismo rural de alta especialización. Estas están teniendo un mayor protagonismo en la revitalización de sus comunidades, a pesar del escaso apoyo público. Estas propietarias y trabajadoras tienen mayor predisposición a trabajar en red y a asociarse con otras personas, cuentan con mayor nivel formativo que los hombres y dominan el uso de tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Este último aspecto, el domino e implantación de las TIC, resulta muy importante de cara a la promoción y fidelización de una clientela cada vez más exigente respecto a la posibilidad de obtener información y realizar su reserva de forma rápida y sencilla (Blanco Romero y Cànoves Valiente, 2005).
Imagen de Firmbee en Pixabay bajo licencia creaative commons.
No obstante, quedan todavía problemáticas a afrontar. No puede verse al turismo como la única respuesta para los territorios rurales españoles, sino que se deben proponer soluciones más globales. Se debe reforzar la asistencia para que la población mayor pueda seguir manteniendo su residencia, conviene mejorar las infraestructuras de comunicación y los servicios sanitarios y educativos, cuya ausencia desincentiva muchas veces que la gente joven se quede e invierta en los espacios rurales (Cànoves Valiente y Blanco Romero, 2008). También se deben fomentar las ayudas a la creación de empresas y para la innovación y el desarrollo, que permitan una revalorización de las zonas rurales y su población (Cànoves et al., 2006), teniendo esto repercusión en las actividades turísticas. Este punto es clave, ya que entre los problemas específicos que afectaron a las mujeres a la hora de llevar a cabo su proyecto empresarial de turismo rural, fue la falta de apoyo por parte de instituciones de tipo local y de otros organismos. Esto ha sido destacado tanto en la investigación llevada a cabo por Cànoves y Blanco (2008) a las mujeres empresarias de Pallars Jussà, como en la mencionada Encuesta de Propietarios de Alojamientos Rurales.
Algunas propuestas interesantes para mejorar la situación de las propietarias y trabajadoras de los alojamientos rurales son las expuestas por Dayana Muñoz Semeco, en torno a las ayudas para la contratación de personal o la reducción de cargas fiscales, que permitan sustituir el trabajo no remunerado e invisible por empleo remunerado. También el fomento de la formación en gerencia de alojamientos. Se ha comprobado como una mejora en la capacitación supone un incremento de las mujeres administradoras de establecimientos, en caso contrario estas tareas son realizadas por hombres, cuenten o no, con esta preparación (2012). A lo que Talón Ballestero et al. (2014) añaden la necesidad de la innovación de los productos, la desestacionalización de la demanda, una mayor promoción y también el incremento de la demanda internacional.
El papel de las mujeres rurales siempre ha estado eclipsado por figuras masculinas. Inicialmente, ocupaban un lugar secundario en las explotaciones agropecuarias a pesar de combinar estas tareas con las derivadas del cuidado del hogar y de personas dependientes. Posteriormente, el auge del turismo rural propició que algunas de ellas pasaran a ser propietarias de casas rurales, pero esos negocios se basaban en gran parte en que desarrollaran las mismas tareas estereotipadas y que no estaban valoradas. A esto se sumaba que muchas veces la gestión efectiva del negocio recaía finalmente en un hombre. Las nuevas tendencias parecen crear esperanzas de cambio, a través de la implementación de proyectos empresariales turísticos encabezados por mujeres y que suponen su fuente de ingresos principal, cuentan con financiación externa y muestran mayor independencia del núcleo familiar. Por tanto, no debe dejarse pasar nuevamente la oportunidad de visibilizar la importancia del papel de las mujeres rurales en sus territorios. Se deben apoyar nuevos proyectos innovadores, y fortalecer los ya existentes, de cara a lograr un empoderamiento real de propietarias y trabajadoras, de las que depende buena parte del éxito de la supervivencia de numerosas zonas rurales.
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