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En profundidad | Turismo Responsable | México

13-10-2020

¿Resiliencia y sostenibilidad en los Pueblos Mágicos? Entre discursos, enfoques y realidades

Erick David García González | Alba Sud

Iniciado en 2001, el Programa Pueblos Mágicos en México llegó a incluir a 122 localidades. Sin embargo sus resultados son contradictorios. A su vez, la finalización de apoyo económico del Gobierno Federal en 2019 y los efectos de la pandemia de COVID-19, recomiendan su  revisión. 


Crédito Fotografía: Tzintzuntzan. Imagen de David Flores bajo licencia creative commons.

Desde de la década de los noventa, la lógica del desarrollo neoliberal en América Latina, fomentó la ejecución de políticas públicas con el objetivo de visualizar la pluriactividad como estrategia de combate a la pobreza en contextos rurales (Rosado y González, 2016). Para el caso particular de México, el Programa Pueblos Mágicos (PPM) surgió en 2001 a fin de promocionar el turismo como agente benéfico y de desarrollo en espacios no urbanizados con algún tipo de patrimonio biocultural único (la “magia” del sitio), que permitiera justificar el incremento de su infraestructura, oferta y demanda mediante el apoyo financiero otorgado por el fondo federal del Programa de Desarrollo Regional Turístico y Sustentable y Pueblos Mágicos (PRODERMAGICO) (Barroso, 2016). 

El Programa buscó en sus inicios otorgar el nombramiento a un número limitado de sitios de interior, cercanos a contextos urbanos que contaran con atractivos atípicos. Sin embargo, el interés por parte de otras localidades para pertenecer al Programa, exhortó al gobierno federal a incorporar con el paso del tiempo mayor cantidad de Pueblos Mágicos mediante convocatorias posteriores (SECTUR, 2014; Barroso, 2016).

La priorización de requisitos desde la lógica de la competitividad turística (como avalar que se cuenta con la planificación y atractivos turísticos suficientes), desencadenó, por un lado, el crecimiento exponencial de la cifra de destinos con dicha categoría y, por el otro, el anexo de contextos que distan de la definición de lo que puede considerarse como “pueblo” [1] incluso dentro el imaginario colectivo. De ahí que sitios urbanos como Cholula (Fernández, 2015), o incluso destinos de sol y playa consolidados del Caribe (situación expuesta por Isla Mujeres), hayan tenido la posibilidad de pertenecer al Programa (Sosa, 2018). Como consecuencia, e independientemente de las características del destino turístico en cuestión, actualmente existen 122 localidades consideradas Pueblos Mágicos en la República Mexicana (De la Rosa, 2020; SECTUR, 2020b). 

El discurso y los impactos del Programa

A lo largo de la existencia del Programa, se pueden distinguir dos visiones antagónicas en cuestión de sus alcances. Por un lado, el discurso del sector empresarial argumenta que la iniciativa es de carácter exitoso al fomentar la diversificación de actividades económicas y beneficiar a los residentes locales por el incremento de ingresos y empleos derivados de la actividad turística. Esta postura también sostiene que una evidencia clara del éxito del Programa, radica en la proliferación de las localidades que poseen el nombramiento, consolidándose así como una política pública que ha permitido innovar la oferta del país al no enfocarla únicamente en destinos de costa (SECTUR, 2014; Madrid, 2016). 

Diversos investigadores interesados en el fenómeno del turismo, desde una postura crítica, cuestionan los beneficios del Programa para los residentes locales. Los trabajos de López, Valverde, Fernández y Figueroa (2015), y López et al. (2015, 2017, 2018), mediante un compendio de cuatro volúmenes con un enfoque interdisciplinario, dan cuenta de los diversos cambios no solamente económicos, sino también socioculturales y ambientales causados por el nombramiento en 78 localidades diferentes. Para ejemplificar lo anterior, pueden mencionarse efectos como: el abandono del sector agrícola a partir de la dependencia al turismo como fuente de ingresos en Dolores, en el Estado de Hidalgo (López, 2017); una inequitativa distribución de la riqueza que facilita a los actores con mayor capital financiero y social acaparar los beneficios del turismo y la comercialización de la cultura en Tzintzuntzan,  en Michoacán (Duarte y Esperón 2017) y Xilitla, en San Luis Potosí (Gasca y Sánchez, 2018); la modificación y artificialización del paisaje para comodidad del visitante en Tequila, en Jalisco (García y Méndez, 2018); la saturación del espacio público y segregación social en Ixtapan de la Sal, en el Estado de México (Valverde et al., 2018); así como el aumento en la cantidad de residuos sólidos, afectaciones al patrimonio natural y disminución en la cantidad y calidad de agua potable en Cuetzalan del Progreso, en Puebla (Jacobo, 2015).

Zacatlan. Imagen de Russ Bowling, bajo licencia creative commons. 

Trabajos de otros autores coinciden con los hallazgos mencionados. En el ámbito económico, tanto en Álamos (Clausen y Gyimóthy, 2016), como en Calvillo (Palafox et al., 2016), se identifica que el Programa ha favorecido la institucionalización y control de los recursos económicos para beneficio de un número reducido de actores con elevada capacidad de influencia y poder adquisitivo, lo que a su vez fomenta la exclusión de otros en la toma de decisiones locales. Entre los aspectos socioculturales, Valverde (2013), desde una postura crítica al programa en general, argumenta que las localidades que habían podido pertenecer al Programa (hasta ese momento) han sufrido una homogenización en el paisaje para cumplir con los requisitos establecidos, así como de procesos de aculturación y comercialización de la culturaderivado de la alta demanda turística. En cuanto al aspecto ambiental, Figueroa (2013) menciona que la actividad turística, puede agravar la limitada consideración de los impactos ambientales por parte de la política y los gestores, ya que el aumento del uso de recursos a partir de la llegada constante de visitantes, puede afectar directamente al patrimonio natural, incrementar la cantidad de desechos y la disponibilidad de la ya escasa agua potable en el municipio de Tlayacapan, Morelos. 

Cabe destacar que los efectos del turismo previamente mencionados no son novedad desde perspectivas críticas, pues desde hace décadas, se han identificado los mismos impactos económicos sociales y ambientales por diversos investigadores en destinos masificados. (Sancho, 1998; Archer et al., 2005; Mason, 2008). Para el caso particular de México, la ironía que resalta con el PPM es que replica impactos típicos de destinos conocidos como Centros Integralmente Planificados (CIP), política pública que surgió en la década de los años setenta para fomentar el desarrollo del turismo de sol y playa del país, y que desde un enfoque crítico, sus logros también resultan cuestionables (Jiménez y Sosa, 2008).

Sobre los objetivos del programa

El PPM alude a la articulación con la Carta del Turismo Sostenible (UNWTO, 1995) y los Objetivos de Desarrollo del Milenio, reactualizada en la Agenda 2030 para el Desarrollo el Desarrollo Sostenible (UNDP, 2020), al incorporar en su objetivo principal nociones de sostenibilidad mediante el aprovechamiento de los recursos y la búsqueda del bienestar de las localidades que reciban el nombramiento (SECTUR, 2014). No obstante, los estudios mostrados ponen en tela de juicio los alcances de la política pública desde la sostenibilida. Al seguir una lógica de competitividad y desarrollo liberal, se priorizan los resultados económicos sobre los sociales y ambientales, dejando en segundo plano elementos igualmente importantes y vinculados a la gestión sostenible de los destinos turísticos, tales como la satisfacción y nivel de participación de otros residentes locales vinculados de manera directa o indirecta con el turismo, seguridad (social y alimentaria), así como la gestión y monitoreo adecuados del recurso ecológico y el patrimonio biocultural (García y López, 2018). 

Los retos actuales para los Pueblos Mágicos 

Sumado a los previos cuestionamientos descritos, debe también mencionarse que, a partir de la transición política sufrida en 2018 los Pueblos Mágicos ya no cuentan con el soporte económico de PRODERMAGICO, puesto que el Gobierno Federal canceló el fondo con el fin de delegar la responsabilidad financiera a los gobiernos y empresarios estatales y locales desde 2019 (Comisión de Turismo, 2019). Al respecto, también se puede inferir que la decisión surgió debido a que el nuevo gobierno considera que el Programa no ha cumplido con las metas de desarrollo y combate a la pobreza propuestas, además de que la nueva Estrategia Nacional de Pueblos Mágicos expone que sólo 13 de las 122 localidades cubren en su totalidad los requisitos de permanencia (SECTUR, 2020a), lo cual justifica un seguimiento permanente y más riguroso en cuestión de resultados. 

Zacatlan. Imagen de Erick David García González, bajo licencia creative commons. 

La crisis causada por la COVID-19, ha causado la disminución de turistas a nivel internacional en por los menos un 58 por ciento. Además, se pronostica que los viajes domésticos comenzarán a reactivarse hasta finales del presente año (UNWTO, 2020). Al considerar la dependencia de los Pueblos Mágicos hacia el turismo, la pandemia resulta en otra problemática que estos destinos deben enfrentar. Sin embargo, también podría representar una oportunidad para repensar el turismo más allá de su reimpulse económico, ya que no debe perderse de vista que mayor cantidad de personas optarán por realizar viajes domésticos en destinos cercanos a contextos urbanos (Nepal, 2020), lo que a su vez puede implicar un alza en los perjuicios socio-ecológicos derivados de la dinámica turística en dichos pueblos si no se gestiona la llegada de visitantes de manera adecuada.

Las situaciones expuestas plantean un escenario de incertidumbre para los Pueblos Mágicos del país y para muchos otros destinos de carácter rural. Esto ha extendido la idea de que debe pensarse en el turismo resiliente como una estrategia de pronta recuperación (UNWTO, 2020) pero, ¿qué entienden los actores involucrados en el fenómeno del turismo por resiliencia? 

Resiliencia y turismo: enfoques y discursos

La resiliencia resulta ser un término que se encuentra en boca de muchos sobre todo a partir de la problemática sanitaria causada por la COVID-19, pero con una definición ambigua. Esto es consecuencia de los múltiples marcos teórico-conceptuales construidos en torno a este concepto a lo largo de la historia. A grandes rasgos, la literatura maneja tres diferentes enfoques: el primero de ellos es el ingenieril, el cual, utiliza como metáfora las pruebas de resistencia de los materiales, donde la resiliencia se entiende como la propiedad de un cuerpo para volver a su estado normal tras ejercer una fuerza de deformación (Janssen y Anderies, 2007). El segundo es un enfoque psicológico, donde ser resiliente se interpreta como una capacidad individual para enfrentar la adversidad (Grotberg, 2006). El tercero, es desde la ecología, donde la resiliencia es entendida como la facultad de los elementos sociales y biofísicos para adaptarse al cambio e incluso poder transformar el sistema mediante la innovación y la incorporación de nuevos elementos si es necesario (Walker et al., 2004; Folke, 2006) [2]

Por ende, no resulta extraño que en el ámbito del turismo se utilicen enfoques diferentes de resiliencia tras la crisis sanitaria actual. Así, los gestores y empresarios locales, atendiendo a la lógica de competitividad, generalmente optan un discurso de la resiliencia ingenieril al manejar el término como la capacidad de regresar a un punto previo a una perturbación y agilizar la actividad turística tras situaciones inesperadas. Este enfoque es típico en destinos costeros que resultan vulnerables ante desastres naturales, tales como maremotos o tormentas tropicales (Buckle, 2006). 

Camino a Xilitla. Imagen de Sapdiel Gómez Gutiérrez, bajo licencia creative commons. 

Por su parte, la postura crítica opta por el paradigma de la resiliencia como elemento de los sistemas socio-ecológicos, donde su evaluación puede ser una herramienta valiosa que encamine a los destinos turísticos hacia la sostenibilidad al permitir un mejor conocimiento de las realidades del turismo tanto en teoría como en su práctica (Butler, 2017). En este orden de ideas, hablar de resiliencia en destinos rurales y Pueblos Mágicos, no solo compete a la capacidad de respuesta ante emergencias como la COVID-19 o desastres naturales, sino a la profundización del conocimiento de la dinámica del turismo, ya que como arguye Ruiz-Ballesteros (2011) un destino turístico no puede ser sostenible si no es en primera estancia resiliente.

Reflexiones finales

El Programa Pueblos Mágicos de México es una política pública que ha centrado sus esfuerzos en el crecimiento económico de estas localidades a partir del turismo. Sin embargo, esto ha minimizado el interés hacia otras repercusiones igual de importantes que el turismo puede generar. Es ese sentido, el Programa debe mostrar mayor atención en dar solución a las problemáticas ya identificadas por la academia crítica a fin de que el objetivo estipulado sea alcanzable en los tres ejes de la sostenibilidad. 

Al recapitular la situación actual sobre los Pueblos Mágicos en México, sí que es necesario repensar la forma en la que el turismo será efectuado y gestionado, pero no desde la lógica de la competitividad y el consumismo. Por ende, el enfoque ingenieril de la resiliencia resulta ya rebasado para lograr cambios efectivos en estos destinos, lo que hace necesario sumar esfuerzos tanto para una mejor comprensión de la complejidad del turismo, como de la definición y práctica de la resiliencia socio-ecológica a fin de que ello conduzca a cambios positivos y tangibles. 

Al considerar la resiliencia como atributo de los sistemas socio-ecológicos, en un Pueblo Mágico no debe perderse de vista que en un mismo contexto se pueden encontrar diferentes grupos sociales con diferentes metas y objetivos, que además influyen y son influidos por el entorno. Por lo que adicionalmente a los retos ya mencionados, deben también tomarse en cuenta las opiniones, vulnerabilidad y capacidad de influencia en la toma de decisiones de actores locales involucrados de manera directa o indirecta con el turismo, así como elementos biofísicos que permitan visualizar las capacidades adaptativas del sistema y, de ser necesario, innovar e incluir otros elementos que previamente no hayan sido tomados en cuenta para beneficio del destino. 

Finalmente, a modo de reflexión, y en función de los alcances del Programa, resulta válido plantear los siguientes cuestionamientos ¿Se ha impulsado la masificación de contextos rurales mediante esta política pública? ¿Qué tanto ha escuchado la gestión turística del país a actores como la academia crítica o la comunidad local para mitigar impactos negativos e incentivar los positivos? ¿El turismo ha fungido realmente como herramienta de desarrollo sostenible en estas comunidades? ¿Cómo homologar un concepto de la resiliencia en el turismo? Es tarea de todos los interesados no solamente dar respuestas, sino también soluciones a dichos planteamientos. Solo entonces podría considerarse a un Pueblo Mágico resiliente y, por ende, sostenible. 

 

Notas: 
[1] Se entiende “pueblo” como un equivalente de “población rural”, que se puede definir como un espacio geográficamente delimitado con una densidad de población promedio de 150 personas por kilómetro cuadrado, donde destaca la agricultura como principal fuente de ingresos y predomina un paisaje agreste sobre el ambiente construido (Lane, 1994).
[2] Resulta necesario hacer hincapié en el hecho de que la resiliencia y la vulnerabilidad, son conceptos inherentes, a la vez que distintos. Es decir, si un determinado elemento del sistema es vulnerable ante una situación, deberá entonces mostrar que ha aprendido de situaciones previas similares o buscar la forma de generar (o mejorar) capacidades adaptativas que fomenten su resiliencia (Orbist et al., 2010; Aledo et al., 2020).
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Erick David García González es doctorando del posgrado en Ciencias de la Sostenibilidad de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).