07-07-2020
Cinco propósitos para repensar la gestión del turismo social
Érica Schenkel | Alba SudEn momentos donde el turismo social ha vuelto a ocupar un lugar central en las discusiones turísticas, profundizamos en una serie de principios esenciales que debieran conducir su gestión en cualquier territorio.
Crédito Fotografía: SESC Bertioga. Archivo fotográfico del SESC Bertioga.
Dada la relevancia que ha adquirido el turismo social en estos tiempos de COVID-19, el presente texto ahonda en una serie de lineamientos propositivos que buscan repensar el turismo social desde una instancia de construcción política para operar cambios en nuestros territorios. En términos de la acción política del Estado, con el diseño e implementación de buenas políticas de turismo social, sean nacionales, provinciales o locales. Pero también en términos del campo social, desde sus diversos espacios de intervención, con: la generación de sus propias propuestas turísticas, el control de las políticas estatales implementadas o la modificación de las propias pautas de consumo, para priorizar prácticas turísticas más responsables.
Para escapar del sesgo voluntarista que atraviesa la mayoría de las discusiones en estos tiempos, recuperamos para cada lineamiento buenos ejemplos regionales. Priorizar este análisis localizado, abocado a destacar los resultados a los que llegamos mediante experiencias previas, exige evidenciar las situaciones de conflicto que suelen asumir estas propuestas una vez implementadas para destacar solo las buenas experiencias. Es decir, se toman en cuenta aquellas iniciativas que trascienden la retórica de los planes de turismo social para llevar sus principios al territorio, a la gestión cotidiana, y garantizar así prácticas turísticas más equitativas e inclusivas social, económica, cultural y ambientalmente. Y esto implica necesariamente beneficiar a determinados sectores y no a otros, porque no todo es lo mismo.
La revalorización del turismo social
El COVID-19 ha llevado a una revalorización del turismo social conducida por actores provenientes de campos diversos que advierten en esta forma de gestión una alternativa para paliar la grave crisis por la que atraviesa la actividad turística. Esta reivindicación parte de la alta compatibilidad del turismo social con la “nueva normalidad”, que pareciera enmarcar las recomendaciones sanitarias, y los propios temores de visitantes y anfitriones: viajes cortos, que garanticen condiciones sanitarias similares, y baja conglomeración social, para cumplir con cierto distanciamiento.
Así, el turismo social, una actividad subestimada hasta hace muy poco tiempo, se destaca como una valiosa alternativa capaz de reimpulsar el turismo nacional, los turismos de proximidad, regionales y locales, a partir del impacto expansivo que suele generar la subvención pública en contextos de crisis. Asimismo, es valorado por su capacidad para desmasificar sitios y lugares, intervenir en los destinos tradicionales, con la diversificación de la oferta y la facilitación de viajes en periodos de baja demanda comercial, o fortalecer los destinos emergentes, con el impulso de nuevas localidades que cuentan con la voluntad y potencialidad para desarrollar la actividad, pero son escasamente conocidas.
Estas propuestas sectoriales suelen involucrar discursos en exceso voluntaristas, con serias dificultades prácticas a la hora de profundizar en lineamientos propositivos y traducirse en estrategias de gestión. En muchos casos, incluso, advertimos un recorte del turismo social, bastante arbitrario, que, por omisión o decisión, incluye sólo algunos de sus elementos constitutivos, como la subvención pública, y margina otros, como su carácter redistributivo y voluntad de integración sin perturbar al medio en que se desarrolla.
En este marco, a continuación, profundizamos en el abordaje del turismo social para identificar cinco ejes de intervención que debieran garantizarse en estos tiempos.
El turismo social como instrumento de inclusión
El turismo social parte de los principios humanistas que recuperan el sentido de la práctica turística (Haulot, 1981, 1991) para considerarse una actividad de interés público (Lanquar, 1984) al servicio de los ciudadanos y sus territorios. Particularmente, de aquellos sectores vulnerados que dada su posición socio-económica, condición migrante, de salud, de raza o de género quedan marginados de los beneficios que la actividad genera. De los beneficios sociales que origina el propio acceso y disfrute del tiempo libre, asociados al descanso, la diversión, el desarrollo personal; como de los económicos, los ingresos directos e indirectos derivados de la actividad, que suelen quedar concentrados en determinados sectores con posiciones socio-económicas dominantes.
De este modo, los propósitos fundacionales que sustentaron el origen del turismo social en defensa de una mayor equidad en el acceso; se articulan con nuevas demandas, en beneficio de las comunidades locales y su ambiente, para proveer condiciones laborales óptimas, beneficios económicos justos, con enclave local, y en armonía con el entorno cultural y natural en el cual se desarrolla.
Esta complejización que asume el turismo social lo posiciona hoy en día como un instrumento asegurador y redistributivo que interviene tanto en la demanda turística como en la oferta. El turismo social replantea el sentido de la propia práctica, sus formas de organización y consumo, para articular campos de intervención diversos reunidos en defensa de un turismo más inclusivo, solidario y sostenible (Figura 1). A continuación, profundizaremos en estos cinco ejes de intervención que debieran conducir la gestión del turismo social en cualquier territorio.
Figura 1. Propósitos para gestionar el turismo social
Fuente: elaboración propia.
1) Facilitar el disfrute del tiempo libre en sectores vulnerados
Desde hace más de un siglo, el turismo social busca generar oportunidades recreativas y turísticas acordes a las necesidades de las mayorías sociales que no cuentan con alternativas de esparcimiento accesibles (OITS, 2011). En un principio abocado a la emergente clase obrera, cuando la institución del Trabajo constituía la gran articuladora social; después, ante sociedades cada vez más fragmentadas y excluyentes, ampliándose a múltiples colectivos vulnerados, que, dado sus ingresos insuficientes, condición etaria, migrante, de raza o de género, sus dificultades físicas o psíquicas, no cumplen con los requisitos que exige el mercado para el disfrute del turismo y la recreación. En estos sectores, el tiempo libre lejos de implicar una actitud de ocio que contribuya al desarrollo personal se convierte en un tiempo pasivo; por lo que optan por reinvertir su tiempo trabajando, si es que pueden conseguir un empleo. Las inequidades de ocio son una más de las tantas desigualdades que sufren en su cotidianidad y cercenan día a día sus proyectos individuales, familiares y colectivos (Dubet, 2011).
Mientras que una minoría motoriza un grave proceso de masificación turística de nuestros territorios, las mayorías sociales quedan excluidas del disfrute del tiempo libre. Solo basta echar un vistazo a las escasas estadísticas latinoamericanas para advertir rápidamente que el turismo está muy lejos de formar parte de las alternativas de esparcimiento de los sectores populares. Los pocos registros nacionales describen tasas de participación turística entre el 10 y 40%, con escaso flujo de turismo nacional; en muchos países incluso, la una única tipología existente, continúa siendo la de elite (INDEC, 2015; FIPE, 2012; DANE, 2013; STP-DGEEC, 2009; INEGI, 2010; PromPerú, 2015).
Para constituirse en una alternativa incluyente, el turismo social debe ser capaz de generar propuestas accesibles a estos sectores. Dada la desigualdad estructural que atraviesa a nuestras poblaciones, esto exige contemplar un criterio de inclusión socio-económica; un criterio redistributivo que equipare un poco la balanza y permita la participación de sus principales destinatarios. La ausencia de una subvención diferencial, como advertimos en muchas propuestas de turismo social (Schenkel, 2017), no hace otra cosa que obviar las brechas sociales originales. Enaltecidas por el principio de la igualdad de oportunidades o la meritocracia (Rawls, 1994; Roemer, 1997), establecen un mismo precio mínimo para acceder a las prestaciones que no sólo no facilita la participación de la población de escasos recursos, sino que limitan su acceso, mientras que favorece la inclusión de quintiles medios y altos que disponen de capacidad económica, estructura y conocimiento para viajar. Esto origina una brecha entre el destinatario formulado por estos programas y su usuario efectivo, que no hace otra cosa que reproducir la desigualdad del consumo comercial.
Como sucede con el Sistema Nacional de Turismo Social - SNTS de Uruguay, las prestaciones pueden estar destinadas al conjunto de la población y aplicarse al mismo tiempo una ayuda económica diferencial. La subvención, en este caso destinada al transporte, queda para aquellas personas de menores rentas, mientras que los grupos mejores posicionados económicamente, sin ser perceptores de la asistencia, se benefician con las tarifas del turismo social, significativamente más accesibles que las comerciales, debido a los acuerdos de precios que el mismo Ministerio gestiona con los operadores. Así el SNTS asume una valorable impronta redistributiva que debiera ser prioritaria en toda propuesta de turismo social.
2) Impulsar un ocio creativo que contribuya al desarrollo personal
Alejado del hedonismo que sostiene la expansión del consumo comercial, el turismo social va en búsqueda de un valor agregado no económico que integre objetivos humanistas, pedagógicos, de desarrollo individual y colectivo. Donde la práctica turística contribuya al bienestar de las personas desde un enfoque integral de la salud; genere nuevos aprendizajes y habilidades en ámbitos como el deporte, la cultura y la vida social. Como evidencia cada una de las propuestas de turismo social que referenciamos en este artículo, atender necesidades de descanso no requiere más y mejores bienes sino apostar a generar experiencias genuinas que se satisfagan a partir de la materialización de proyectos individuales y colectivos, y no consumiendo.
Atendiendo a dichos fundamentos, el turismo social articula equipamiento de confort estándar, en muchos casos, propiedad de estados y asociaciones civiles; o de operadores privados dispuestos a trabajar con menores márgenes de ganancia en el corto plazo. Como testifican muchas empresas argentinas y uruguayas: en el Programa Federal de Argentina, las prestaciones del turismo social implicaban una reducción media de 150% de las tarifas comerciales (Schenkel, 2017); mientras que, en el SNTS de Uruguay, destinos como Punta del Este (la vedette del turismo internacional) el precio de turismo social puede llegar a representa un 25% de la tarifa comercial en temporada alta (Torelli, 2016).
La satisfacción de las necesidades de descanso tampoco exige transitar grandes distancias y desarrollar prolongadas estadías fuera de casa. Las prácticas de turismo social deben contribuir a revalorizar los turismos de proximidad (tan necesarios en estos tiempos de pandemia), a los cuales poder arribar en tren o por carretera; e incuso, la recreación y el disfrute del propio espacio público, para contribuir con nuestras prácticas a la economía del lugar que habitamos. Esto exige alejarse de aquella estéril discusión de temporalidad-espacio, que ha surcado gran parte de los estudios en turismo a lo largo del tiempo y que se ha vuelto arcaica con los cambios que asumieron las formas de esparcimiento en las sociedades contemporáneas.
Las experiencias regionales de turismo social evidencian el interés que adquieren hoy en día las propuestas recreativas en los sectores populares. Para una gran parte de estos sectores la recreación se presenta más accesible que las opciones turísticas. No sólo en términos económicos, al requerir significativamente menos presupuesto; sino también culturales, al generar menos temor e incertidumbre que emprender un viaje turístico lejos de casa (para aquellos que no están habituados a hacerlo); y de tiempo disponible, ya que estos grupos suelen contar con poco tiempo libre una vez realizadas sus actividades diarias. Esto explica que tanto la oferta del SNTS, la Caja Antioquia como del SESC SP, incluya en sus programas de turismo social opciones recreativas: tanto los circuitos o paseos temáticos de un día como el acceso a sitios naturales y culturales, edificios, clubes y parques. Estas propuestas suelen estar abiertas al público en general y pueden incluir un viaje individual o grupal con traslados, servicio de alimentación y excursiones.
3) Promover prácticas turísticas responsables
En estos términos, el turismo social adquiere propósitos de formación y sensibilización. La práctica turística constituye una oportunidad para generar conciencia histórica, ecológica y comunitaria; para configurar nuevos modelos de comportamiento social, más respetuosos con las comunidades y su ambiente. Un turismo más horizontal en términos de Del Campo Tejedor (2009), que privilegie las experiencias vivenciales, pausadas, empáticas con las poblaciones locales, su historia, gastronomía y naturaleza. Que contemple las modalidades tradicionales, con otros turismos: desde el sol y playa hasta el ecológico, pasando por el rural y el urbano, sin dejar de priorizar en cada caso la identidad de los lugares visitados. Así lo evidencia la oferta del turismo social del Serviço Social do Comércio São Paulo - SESC SP, que integra desde una visita a “Aracruz”, un típico destino de sol y playa que combina una inmersión por la cultura local con fuerte impronta indígena, hasta espacios de la memoria, como “Campinas”, una propuesta turística que tiene como eje su historia de resistencia, mediante una visita a las ruinas de la granja Jambeiro, uno de la primeros centros esclavos de la región, o la “Casa de la Cultura Roseira”, un quilombo urbano que se caracterizó por la lucha de las mujeres negras.
Del mismo modo, la conciencia ecológica debe traducirse en la promoción de prácticas turísticas comprometidas con el cuidado del medio ambiente, que preserven los recursos naturales, reduzcan la generación de residuos y eviten el uso de industrias contaminantes como el transporte aerocomercial, uno de los principales responsables del cambio climático. Esto implica plantear una relación armónica sociedad/naturaleza, para abordar la sustentabilidad dentro del campo social y sus problemáticas, y no como dimensiones inconexas (Ramírez, 2008). Debemos defender tanto un disfrute del turismo amplio que sea ambientalmente responsable como un turismo sostenible que sea más equitativo en términos de acceso. El Hotel y Parque Ecológico Piedras Blancas de la Caja Comfenalco es muestra de ello: como parte de las propuestas de turismo social prioriza el cuidado del ambiente antioqueño para promover prácticas ecoturísticas. Desde hace un tiempo todos los alojamientos de la Caja Antioquia están comprometidos con la estrategia “Hoteles Comfenalco: destinos sostenibles y amigables con el medio ambiente”, a partir de la cual han logrado disminuir el consumo de agua y energía, la contaminación auditiva, visual y del aire y la producción de desechos sólidos.
4) Promover el desarrollo de las comunidades locales y sus territorios
La voluntad democratizadora que asume el turismo social involucra otras formas de organizar la actividad en pos de la generación de ingresos justos y empleo de calidad, que fortalezcan las capacidades de cada lugar y atiendan sus necesidades (Minnaert, 2007). Los agentes operadores del turismo social, comúnmente organizaciones públicas y de la economía social y solidaria (cooperativas, sindicatos, cajas de compensación, mutuales, comités empresariales), deben apostar por un desarrollo endógeno, que priorice la producción, equipos, instalaciones y servicios del propio lugar, la participación de sus operadores y organización de la sociedad civil; para articular en la gestión y distribución de las prestaciones, con pymes turísticas o micro pymes (hotelería, restauración, agencias de viajes, otros prestadores de servicios afines), que a pesar de ser ampliamente mayoritarias en el mercado turístico, son también parte de las grandes relegadas a la hora de la distribución de los ingresos que la actividad genera (Figura 2). Estas pequeñas empresas pueden encontrar en el turismo social una alternativa para mantenerse en un mercado turístico cada vez más concentrado y obtener beneficios tales como: el crecimiento de su cartelera de clientes, las mayores ventas, la desestacionalización de la demanda, la reducción de costos fijos y mayores ganancias a largo plazo.
Figura 2. Agentes operadores del turismo social: articulación pública-privada
Fuente: elaboración propia.
Esta apuesta por la economía local comprende la generación de empleo turístico de calidad que contribuya a la realización de las trabajadoras y trabajadores (Cañada, 2019). Un trabajo digno que provea salarios justospara asegurar a cada persona y su familia alimentación adecuada, vivienda higiénica, vestimenta digna, educación de les hijes, asistencia sanitaria básica, debido esparcimiento; y respeto a las leyes laborales, que garantice negociaciones colectivas, pensiones a la vejez, descansos y feriados pagos, indemnizaciones por despidos.
También la generación de inversión social en pos del “buen vivir” de los propios pobladores (Ruíz Ballestaros y Vintimilla, 2009). Con la llegada de servicios básicos (agua potable, gas, electricidad), salas sanitarias, arreglo o desarrollo de caminos, constitución de bibliotecas populares, centros de oficios y capacitación, espacios recreativos y deportivos. Esto exige una necesaria mirada integral de los territorios, salir del enfoque reduccionista del cluster turístico (Blanco y Blázquez, 2020), e integrar al turismo social en el marco de las grandes problemáticas que vulneran la oportunidad de desarrollarse de estos lugares y cercenan día a día el bienestar de sus poblaciones.
5) Voluntad descentralizadora a favor de los territorios
Más allá del nivel jurisdiccional (nacional, provincial, municipal) donde surjan las propuestas, estas deben asumir una dinámica descentralizadora, con participación local en los diferentes procesos de toma de decisiones. La injerencia de los propios pobladores en el turismo social, sean éstos del ámbito gubernamental, privado o asociativo, debe trascender la mera participación en mesas de discusión para asumir un rol activo en la iniciativa. Esto no sólo aproxima al turismo social a las comunidades que lo integran, sino que genera un tejido de interrelaciones en el territorio, que se involucra y compromete con la continuidad de la política más allá de la coyuntura.
La descentralización tampoco puede desconocer las desigualdades territoriales que circunscribe el normal desarrollo de la actividad. En cada uno de nuestros territorios asistimos a una alta concentración de los flujos turísticos: tanto en sus áreas de origen, en su mayoría centros urbanos con capacidad de consumo, facilidades y costumbre por viajar; como en las de destino, centralizadas en determinados enclaves con alta valoración comercial y social, encontrándose, muchas de estas, masificadas. El turismo social debe contribuir a una redistribución de estos flujos: fortalecer la demanda en localidades del interior, más distantes en el territorio y con mayores barreras geográficas, sociales y económicas; y de destinos, a partir de una oferta más diversificada, con destinos tradicionales y otros emergentes que, a pesar de disponer de un alto potencial para el desarrollo de la actividad y de su deseo por promoverla, suelen quedar relegados.
Como lo demuestra el SNTS en Uruguay esta descentralización del turismo social es posible. Luego de más de una década de implementarse ha logrado alcanzar 30 mil beneficiarios de 170 localidades que llegaron a 70 destinos, combinando la labor de más de 150 operadores (entre hoteles, restaurantes, compañías de transporte y agencias de viaje) y 200 emprendimientos locales. Entre las zonas de salida, los programas alcanzan una mayor representación de los departamentos del interior en detrimento del área metropolitana (Montevideo, Canelones y Maldonado), que constituye la principal emisora de turistas internos. Los destinos también dan cuenta de esta descentralización: la zona sur, comprendida por Montevideo, Canelones y San José, que constituye el principal destino del turismo interno, sólo recibe uno de cada diez turistas sociales; y la zona litoral norte, que integra Artigas, Salto y Paysandú, siendo el área que menos pasajeros internos recibe, representa el principal destino del turismo social. Tal esmero por federalizar la oferta ha generado hechos destacables como lo sucedido en el pueblo de Belén (Salto), donde su comunidad de 1.900 habitantes se organizó colectivamente para conformar su propia propuesta turística.
A modo de cierre
Cada uno de estos propósitos en los que profundizamos a lo largo del articulo evidencian la complejidad que ha asumido el turismo social a lo largo de su historia, para posicionarse hoy en día como un enfoque alternativo, que no tienen en el lucro su objetivo central, sino que surge en pos de finalidades sociales esenciales, centradas en los viajeros y anfitriones en tanto sujetos de derecho. Lejos de diluirse en una mera categoría esencialista, es posible pensar en el turismo social en términos de construcción política que ayude a operar cambios en nuestros territorios y conduzca a prácticas turísticas más equitativas e inclusivas social, económica y ambientalmente. Y esto implica beneficiar a determinados grupos sociales, asumir resistencias y conflictos. Pero, ¿De qué se trata el turismo social si las transformaciones que se operan desde la gestión no conducen a una reducción de las situaciones de desigualdad y exclusión? ¿Qué utilidad tiene el turismo social si no es capaz de mejorar la cotidianidad de aquellos que menos tienen? ¿De qué sirve apostar por su desarrollo si no logra disminuir las situaciones de privilegio?
La concepción de este artículo partió de la esperanza de que esta durísima crisis por la que estamos atravesando, se convierta realmente en una oportunidad para no regresar a lo mismo. Que el descredito por el modelo tradicional sirva para posicionar al turismo social como un escenario alternativo y posible. Sin desconocer que no existen casos ideales, pero conscientes de que cada una de las propuestas que aquí se mencionaron evidencian que es posible pensar en un turismo con un rostro más humano. Todos los que compartamos este anhelo tenemos que ir en la búsqueda de más propuestas este tipo.
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