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#TourismPostCOVID19 | Turismo Responsable | América Latina

12-05-2020

Reconstruir nuestros territorios es el desafío: economía local, soberanía alimentaria y viajes de proximidad

Ramiro Ragno

Desde Argentina, en un contexto condicionado por la pandemia de COVID-19, una propuesta construida desde el trabajo comunitario para repensar los territorios rurales con redes y alianzas diversas con un turismo que privilegia la proximidad. 


Crédito Fotografía: Carla Izcara.

La inesperada situación provocada por la pandemia de COVID-19 nos genera diversas reflexiones, pensamientos, discusiones, intercambios y planteos desde diferentes miradas, pero no podemos obviar que ha sido un catalizador para visibilizar y evidenciar las desigualdades sociales y las formas de producir desde hace décadas bajo un modelo socioeconómico concentrador, extractivista, explotador y excluyente. Las familias que sostienen sus vidas a partir de empleos cuentapropistas y oficios callejeros en barrios y villas periurbanas, sin duda han sido y son las más afectadas por cuanto viven al día, bajo hacinamiento y viviendas precarias, sin el acceso a todos sus derechos. Le siguen quizás, las comunidades campesinas indígenas que, a pesar de contar con sus huertas y granjas, viven en contextos postergados históricamente, bajo deficientes políticas públicas, sin médicos cercanos o salas de salud debidamente equipadas, muchas sin agua domiciliaria para consumo, sin acceso a telefonía e internet y en un contexto de normas y prejuicios gubernamentales donde sus productos sanos son considerados no menos que informales o ilegales. En fin, hay mucho escrito y mucho más por escribir sobre estas injusticias en los pueblos y naciones de tierra adentro, pero los objetivos del presente artículo es focalizarnos en algunas de las relaciones que existen entre la agricultura familiar, el turismo comunitario y sus cadenas de valor actuales y potenciales en los territorios.

La agricultura familiar es un concepto que refiere a las unidades familiares y colectivas que producen la tierra con su propia fuerza de trabajo y cuyos productos se destinan al autoconsumo y luego a la venta según su escala y oportunidades. Incluye a establecimientos unifamiliares como a organizaciones rurales y periurbanas, campesinos, pueblos originarios y personas del campo y en donde todas impulsan valores y prácticas ambientales, económicas, culturales y sociales de solidaridad y respeto. Hay múltiples definiciones, pero por ahí va la idea: el concepto de agricultura familiar contiene a huerteros, ganaderos, artesanos, productores de forraje, elaboradores de vinos y dulces, cuidadores de semillas ancestrales, pescadores artesanales, apicultores, ladrilleros, criadores de vicuñas o de truchas, puesteros y trashumantes dedicados a la ganadería, pueblos cazadores y recolectores del monte, entre otros rubros productivos.

La agricultura familiar en Argentina provee casi el 70% de los alimentos que llegan a los hogares, aunque sólo ocupan menos del 30% de la superficie agrícola nacional. Hay algo que está mal, grandes empresas o familias terratenientes son propietarias de inmensas extensiones y los campesinos y pueblos originarios aún luchan por sus tierras para seguir produciendo y viviendo.

Taller artesanal Santa Ana, Camino de Artesanos, Grupo Arguinaos, San Carlos. Archivo fotográfico de la RATuRC. 

Hablando de turismos en ámbito rural, podemos describir diferentes tipologías extendidas en Argentina. Podemos empezar a plantear que, turismo rural es la modalidad genérica en donde las actividades y servicios se desarrollan en un medio rural y a través de las cuales, el turista conoce las costumbres del campo. Esta definición no remite al actor comercial que presta los servicios, pues incluye tanto a una estancia patagónica de propiedad extranjera, como a una familia agropecuaria medianamente capitalizada o a un colectivo campesino. Van algunas diferencias tipológicas respecto al tema, disculpen la obligada reducción para definirlas: 

  • Turismo rural de estancias se refiere a grandes fincas, principalmente ganaderas y cuyos cascos de estancia se abrieron al turismo internacional con todas las comodidades, el visitante es atendido por empleados, y su motivación de viaje gira entre la observación de las destrezas gauchas y compartir la ceremonia de un gran asado. 
  • Agroturismo es un concepto que se refiere a emprendimientos familiares, medianamente capitalizados, atendidos por sus dueños y en donde el turista se integra a los quehaceres del campo, desde pasear a caballo y degustar comidas típicas.

Cambiando la perspectiva, podemos hablar también de otros tipos de turismo pero haciendo hincapié en la oferta y no en el prestador de servicios: 

  • Turismo étnico cuando la propuesta invita a conocer culturales locales. 
  • Ecoturismo cuando la oferta y el destino se centran en el contacto con la naturaleza. 
  • Turismo indígena cuando el eje motivacional del viajero es adentrarse a las costumbres de pueblos originarios. 
  • Turismo vivencial o turismo de experiencia cuando los viajeros pueden experimentar de manera activa algunas prácticas culturales, artesanales, agropecuarias u otras que activan sus sentidos. 

El turismo rural comunitario entonces, se puede comprender como una actividad comercial y social de prestación de servicios y venta de productos a viajeros y turistas que es gestionada y llevada a cabo por colectivos campesinos indígenas, sobre las bases de su organización local, cosmovisión, reglas y control de sus territorios. La mayoría de las propuestas de turismo comunitario ofrecen experiencias interculturales, actividades vivenciales, atención personalizada, contacto con la naturaleza, infraestructura y guiados con identidad cultural, productos elaborados con técnicas tradicionales y una gastronomía basada en la soberanía alimentaria local.

La Red Argentina de Turismo Rural Comunitario RATuRC está conformada desde el año 2009 y que hoy nuclea a más de 100 emprendimientos asociativos de organizaciones campesinas indígenas en el país, constituidas en cooperativas, asociaciones, comunidades, redes regionales, algunas muy próximas a destinos turísticos conocidos y otras lejos de los atractivos tradicionales. Las propuestas son tan diversas, como la pluriculturalidad y los ambientes naturales que ofrece el país. Respecto a la demanda, más de la mitad de los viajeros que contratan los servicios de las comunidades son nacionales, viajan en familia o en grupos pequeños de amigos y se acercan a las propuestas comunitarias por recomendación y fidelidad. El otro porcentaje son visitantes extranjeros, principalmente europeos (españoles, franceses, suizos, alemanes), que viajan a través de agencias de viajes especializadas y bien informados respecto a lo que van a conocer.

Luego de esta muy breve introducción de contexto, avanzamos ahora al eje del artículo: repensar y reconstruir a nivel de los territorios como espacios de vida donde tejer redes y alianzas de manera que sea un mundo de oportunidades y encuentros de índole social, cultural, económico, ambiental entre vecinas y vecinos que los sostienen y cocrean día a día.

Es momento de ver y actuar en el mundo cercano en donde elegimos vivir, mirar más allá de la esquina y detrás de los edificios y del paisaje que nos rodea, saber saltar el cerco o el círculo donde nos movemos diariamente y vincularnos con los otros y encontrar en ellos o ellas, aliados, productores, consumidores, clientes, visitantes, proveedores. Esta situación de epidemia ha despertado o potenciado muchas reflexiones movilizadoras respecto al rol de la agricultura familiar en nuestros territorios. Nombraremos algunas experiencias reales y temas a poner en la mesa.

Feria de agricultura familiar, Salta. Imagen de Ramiro Ragno. 

La venta directa del productor al consumidor a través de ferias y mercados y mecanismos incluso con entregas a domicilio, cada semana, es un acto de soberanía alimentaria que se viene llevando a cabo en muchas ciudades y pueblos de nuestro país y el mundo. Pero las experiencias que vienen desarrollándose desde hace años, hermosas como necesarias para demostrarnos que son posibles, son pocas. No obstante, durante este período de aislamiento social producto del COVID-19, nacieron nuevas experiencias, algunas por necesidad de comprar cerca de casa y otras, por conciencia de la alimentación saludable. El desafío ahora es sostener estos espacios de comercialización directa, tanto la continuidad de la oferta organizada como la demanda.

Estas experiencias de mercados solidarios y redes de comercio justo, en donde se encuentran e intercambian productores y consumidores, son espacios para creer en el precio justo, en la transparencia de las transacciones, en la confianza mutua como sello de calidad. La fidelidad entre ambos sectores garantiza la continuidad de estos espacios (no vamos a detallar los vericuetos e injusto papeleo y normativas inadecuadas que hay que salvar para que esto sea posible, pero es un tema aparte).

Algunos emprendimientos comunitarios de turismo, al dejar de recibir visitantes y nunca haber abandonado su producción agropecuaria tradicional, pudieron hoy sostener su economía a través de la venta de sus productos directamente al consumidor. Muchos de estos compradores son del sector turístico privado de la ciudad cercana y que ya conocían de antes a la comunidad; otros compran sus productos porque escucharon que la comunidad elabora alimentos sanos; y otros, la descubrieron a través de estas experiencias de venta y sus productos alimentarios de calidad. De un modo u otro, el campo entra a la ciudad de manera digna a través de estas ferias donde se valora lo sano y el comercio responsable. Estas situaciones vienen sucediendo por ejemplo con la Asociación Campesina Turu Yaco y la Comunidad Guaraní Yariguarenda en Salta; o la Cooperativa Huellas de San Francisco y la Asociación de Familias con Identidad Huertera(AFIH) en Santiago del Estero, en la región del Norte argentino.

Los aprendizajes aquí, han sido y son: “por más que el turismo sea rentable, no es bueno dedicarse sólo a esa actividad, pues nuestros abuelos han sobrevivido gracias a la diversidad productiva y el respeto a la Madre Tierra”; “la experiencia en gestión que aprendimos con el turismo comunitario, nos facilitó para construir redes de manera casi inmediata para promocionar y vender nuestros productos en la ciudad”. De este modo, instituciones de apoyo, gobiernos locales, medios de comunicación y técnicos territoriales trabajan como un solo equipo facilitando estos procesos, cada día: las comunidades están produciendo, sus líderes coordinan los pedidos y las entregas de los productos, las instituciones facilitan el transporte, los medios de comunicación difunden las ofertas, y finalmente, cada semana los alimentos llegan a manos de los consumidores.

Y ahí viene otra posibilidad de acción para reforzar los lazos en territorio: estos consumidores, que reconocen la calidad y la sanidad de los productos agropecuarios que compran semanalmente en estas ferias, son potenciales consumidores viajeros de proximidad si acaso se animan a viajar en familia un par de horas hasta la comunidad que produce esos alimentos, con la excusa de comprar en la mismísima zona de producción, en la tranquera de la finca. Y en ese viaje del día, se activan varias situaciones positivas: ambos puntos de la cadena se encuentran; “se valora más cuando se conoce”; el consumidor aprende cómo se produce y eso sostiene el comercio justo; comprende que cerca de casa hay otras costumbres y formas de vida y eso construye territorio e identidad; y finalmente, si esa comunidad ya venía ofreciendo turismo comunitario, esos visitantes pueden quedarse a pasar el día o el fin de semana y vivenciar la experiencia rural y cultural.

Comunidad de Yariguarenda, Salta. Imagen de Raúl González.  

La invitación es simple: ir a conocer cómo se producen los alimentos que consumes y darse la oportunidad de conocer formas de vida y culturas diversas en nuestro propio territorio. Si nace este interés, se recomienda siempre respetar los pasos de contactar, consensuar, informarse y luego viajar. Y podrás ir una vez, o varias veces en el año: primero a conocer y comprar un cajón de frutas y verduras, luego te animarás a volver y comprar queso o dulces caseros, luego te dará curiosidad e irás a sembrar, ordeñar o aprender a cocinar en horno de barro. Un motivo para viajar en familia, hacer algo diferente como educativo, una opción para ir una o más veces al año, cualquier fin de semana.

Estos vínculos próximos entre lo rural y lo urbano, son una oportunidad de conocerse desde otro lado más amigable, personaliza estos encuentros, le pone rostros e historias, a ambos, a unos y otros, y en esos momentos de intercambio hay también un encuentro, un descubrimiento, un acto pendiente de conocerse unos y otros. Y esos actos, motivados sea por una transacción económica o un encuentro intercultural, genera relaciones que construyen territorio. He aquí un tipo de turismo de proximidad, donde consumidores de productos sanos de una ciudad van a comprarlos directamente a las fincas productoras.

Otro tema aparte, es la activación de la compra local de artesanías a través de diferentes estrategias, de manera de sostener a sus trabajadores y a sus oficios que tanto aportan a la cultura e identidad del territorio. Se pueden proponer diversas formas de llevarlo a cabo, nombraremos sólo algunas que pueden concretarse a corto plazo.

  • Involucramiento del sector privado y empresario del territorio: pueden comprar hoy, para regalar las artesanías a sus empleados y clientes en navidad; de este modo se inyecta efectivo en una actividad paralizada por la falta de turistas, a la vez que se valoran estos productos como regalos empresariales
  • Los gobiernos locales de las áreas de turismo y cultura, pueden visibilizar estos acuerdos comerciales entre empresas y colectivos de artesanxs a través de marcas o promociones diferenciales del tipo “red de comercios responsables con la artesanía local” o “empresas madrinas de la artesanía con identidad” de manera que las empresas involucradas puedan incentivarse al recibir cierta promoción. 
  • Abrir canales de apoyo financiero solidario del sector privado, sean subsidios o créditos a tasa cero, para el sector artesanal en el marco de sus políticas de RSE y en donde la devolución o el pago pueda ser en productos. 
  • Diseñar acciones de promoción masiva de manera que la población local adquiera artesanías como regalos personales de cumpleaños, bodas, aniversarios, etc. Un eslogan en esta lína podría ser “regala artesanía, valora tu cultura”. Claro, para que funcione debe organizarse un mecanismo de pedido, pago virtual y entrega a domicilio. 
  • El consumidor viajero de proximidad que antes mencionábamos y que se desplaza a las fincas a comprar alimentos del campo, puede ser también un viajero vivencial de proximidad si acaso se motiva a comprar artesanías en la misma comunidad que lo produce e incluso puede ir y aprender a hacer con sus propias manos.

Finalmente, se propone otra vía de activar alianzas en territorio ahora sí a través del turismo local. Podemos ser viajeros locales en tu propio territorio

Después del COVID-19, los viajes nacionales a destinos lejanos y el turismo internacional en general, se reactivarán quizás a fines del año 2020, por diversas razones: falta de recursos para viajar, miedo a compartir espacios con mucha gente como en los aviones y buses, preferencia de ir y volver a casa con rapidez, imprevisibilidad de los precios a largo plazo. Es momento de pensar en los turismos de proximidad. Es una oportunidad para popularizar el turismo comunitario, para que vecinas y vecinos de las ciudades cercanas de la región, puedan ser viajeros y visitantes en las comunidades de su propio territorio.

Feria de artesanías, comunidad Valle Colorado, Jujuy. Imagen de Verónica Grondona. 

Los emprendimientos comunitarios campesinos indígenas de la RATuRC reciben normalmente visitantes nacionales y extranjeros, pues es momento de organizarse para activar el turismo local en todas sus variables, sin perder el control de la gestión interna. Son muy pocas las comunidades que diseñaron propuestas turísticas para viajeros cercanos en Argentina: podemos nombrar a las experiencias de turismo educativo de Yariguarenda en la selva salteña, del grupo de pescadores artesanales Baqueanos del Río en aguas entrerrianas y de la comunidad huarpe Paula Guaquinchay en Mendoza; las promociones especiales para locales de la Red Cultura Rural Patagónica en Bariloche; las pasantías rentadas gestionadas por experiencias campesinas como Caminos Soberanos y Huellas de San Francisco en el monte santiagueño, sólo para dar algunos ejemplos.

No obstante, activar el turismo local es un gran desafío para cualquier destino turístico que se lo propone; pues debe lucharse con el prejuicio “yo ya conozco mi zona” o “si viajo o me tomo vacaciones prefiero ir lejos y descubrir lugares y culturas que no conozco” y entonces, se posterga siempre la oportunidad de conocer el territorio cercano donde se vive. Pero claro, se deben dar diferentes condiciones para favorecer estos viajes próximos, que no siempre están disponibles: las comunidades deben estar bien organizadas para recibir viajeros, los potenciales turistas de la ciudad deben saber que existen dichas propuestas, es necesario que estos extremos de la cadena turística se encuentren a través de acciones de comunicación y promoción o alianzas comerciales formales. Hay que instalar en la visión local, que pasar por una comunidad no es lo mismo que conocerla; que uno no conoce su propio territorio como piensa; y eso justamente, es el espíritu de la campaña de comunicación: “vives aquí, descubre más allá”, “descubrí costumbres diferentes muy cerca de casa”, “conoces tu tierra, ahora te falta conocer a sus gentes”. Nadie valora lo que no se conoce, entonces para empezar hay que darse a conocer. Y para darse a conocer, también es importante saber comunicarlo.

Se pueden elegir diferentes caminos para generar estos encuentros entre las comunidades que ofrecen turismo y los habitantes urbanos que podrían ser los viajeros de proximidad que buscamos. Un camino, la promoción y comercialización directa: las comunidades pueden promocionar sus ofertas, servicios, actividades, productos, propuestas turísticas vivenciales, de aventura, de naturaleza o experiencias culturales de manera masiva esperando que el habitante citadino del territorio se interese, se contacte, reserve y viaje. Este método de promoción y venta directa tiene sus pros y contras: la comunidad debe ser prestador turístico habilitado o debe comercializar a través de un operador privado aliado; debe poseer un canal de comunicación estable y medios de pago para responder a la demanda con rapidez, debe tener una oferta turística disponible y organizada para la fecha de la promoción, y contar con un mecanismo de control de reservas minuto a minuto para recibir una cantidad sostenible de viajeros. Una manera de responder a la demanda sin perder el control, es promocionar programas con fechas fijas y cupos limitados (la comunidad concentra sus energías en recibir viajeros sólo esos días establecidos). Estos pasos son posibles, pero exigen una madurez organizativa y comercial de las comunidades para responder con agilidad a una demanda inmediata que ya vive en el territorio (no son los viajeros que están organizando su viaje unas semanas antes, sino que viven a un par de horas de la comunidad).

Francisca Mendoza, comunidad Peña Morada, Salta. Imagen de Carla Izcara. 

Otro camino, son las alianzas con colectivos sociales: Una propuesta que respeta los tiempos y procesos organizativos de las comunidades, puede ser la firma de acuerdos comerciales con colectivos sociales del territorio. Las comunidades campesinas indígenas deben avanzar con hacer un mapeo de actores para identificar dichos colectivos sociales, informarse sobre su forma de organización externa e interna, el perfil de sus miembros, para luego contactarlos como posibles proveedores de clientes o turistas. Aquí se cuestionan algunos paradigmas del turismo tal como se conoce, pues hablamos del acceso popular de los habitantes de un territorio a productos y servicios turísticos próximos, de ser viajeros en su propio territorio.

Un mapeo posible de colectivos sociales a quienes proponer programas de turismo comunitario cercano podría incluir: centros de estudiantes, grupos informales de observadores de aves, grupos de runners, clubes de senderismo y montañismo, academias de baile, centros de jubilados, cooperativas, sindicatos de trabajadores de empresas y organismos públicos, grupos de astrónomos y fotógrafos amateurs, colectivos de personas con discapacidad, escuelas de teatro, institutos de idioma, profesores universitarios de materias afines, escuelas de gastronomía, entre tantos otros a identificar. Ahora, luego de hacer esta simple lista posibles aliados, se debe conocer de cada uno: contacto de referentes, forma de organización de cada colectivo, mecanismos de comunicación interna entre sus miembros o socios, experiencias de viajes grupales, motivaciones principales que pueden seducir a viajar, mecanismo interno de cobro a sus miembros.

Conociendo los posibles perfiles de visitantes que pueden proveer cada colectivo social, y en acuerdo con la oferta comunitaria ya organizada, se pueden diseñar programas temáticos específicos para cada grupo. Una vez que la comunidad diseñe estos programas a medida, incluyendo precios y número de personas, lo presenta a cada colectivo social para su evaluación, corrección y firma del acuerdo. En este contexto, se propone diseñar programas de una jornada y de 2 jornadas con noche, para grupos de 2 hasta 15 (un minibús o hasta 3 autos particulares) garantizando grupos pequeños y distanciamiento social. Cada colectivo social debe asumir la promoción interna de estos programas en el seno de sus socios y el cobro a los mismos (descuentos por recibo de sueldos, pago en efectivo en cuotas); de modo que cuando el grupo de clientes viaje a la comunidad, ésta recibe el 100% de lo acordado por grupo antes de la fecha de viaje.

Un tema aparte como esencial en esta propuesta de alianza comercial entre las comunidades y los colectivos sociales urbanos cercanos, es saber diseñar programas temáticos acordes a cada grupo e incluso, proponerles más de uno. De esta forma, la comunidad podrá centrar un programa temático al centro de jubilados del tipo “artesano por un día” en donde cada visitante elaborará un tejido en telar o una pieza de cerámica en la comunidad como el eje de la experiencia, más allá de los servicios de comida y guiado. Ese mismo centro de jubilados, meses después, puede tentarse con otro programa turístico donde la propuesta ofrezca aprender a bailar danzas locales. Una escuela de gastronomía puede contratar un programa de experiencias gastronómicas para sus estudiantes, por única vez o incluso hacerlo cada año. Un sindicato de empleados municipales puede aceptar uno o más programas donde la comunidad invite a realizar senderos simples, paseos a caballo o un curso de fotografía de naturaleza. Los centros de estudiantes de geología o agronomía quizás no tengan las mismas motivaciones y por ello, a uno se le ofrece recorridos por los cerros colindantes con guía local y al otro, visitas y prácticas de siembra en las fincas y huertas de la comunidad. Sólo para dar algunos ejemplos. 

El turista de proximidad es un cliente que puede regresar al destino más de una vez, si acaso su experiencia ha sido memorable como auténtica, y si acaso la comunidad le ofrece otros programas temáticos a lo largo del año. Hablamos de turistas que viven de una a tres horas de viaje en auto, por lo que estimamos que son viajeros cercanos que pueden tomarse el día o cualquier fin de semana del año. Para garantizar el regreso de ese viajero cercano, la comunidad debe diversificar propuestas temáticas: si la primera vez ese grupo de jubilados ha participado de una jornada haciendo cerámica con sus propias manos, una segunda propuesta puede ser observar y reconocer aves y huellas de animales silvestres en la comunidad; luego una tercera propuesta a estos mismos viajeros podrá ser una experiencia gastronómica donde aprender a cocinar platos típicos, ordeñar, amasar y hornear en cocina a leña. Una misma comunidad puede ser un destino turístico multi-temático, si se organiza y sabe comunicarlo.

Son tiempos para apostar acciones y alianzas en el territorio donde vivimos, para darnos la oportunidad para comprar y regalarnos artesanías locales entre amigos y a nuestros empleados o clientes; para comprar alimentos sanos en la feria o ir a cosecharlos y comprarlos en las comunidades que lo producen; para generar acciones de responsabilidad social empresaria que empoderen organizaciones y producciones locales; para viajar unas horas y sentirse a miles de kilómetros junto a comunidades rurales que no conocíamos (aunque pensábamos que sí). La soberanía alimentaria, la producción local, la diversidad cultural, los viajes interculturales, la convivencia de muchos mundos en un mismo mundo: están a un paso de casa, o dentro de ella.

 

Ramiro Ragno es ingeniero en Medio Ambiente y Recursos Naturales, miembro del equipo técnico de la Red Argentina de Turismo Rural Comunitario – RATuRC, técnico de la Subsecretaría de Agricultura Familiar de la Nación - Delegación Salta, co-fundador de la Fundación Buenavida y colaborador de Alba Sud.